Memorias del subsuelo...

sábado, 21 de agosto de 2010

 





Fedor Dostoievski...Este gran autor,se introduce en la compleja sicología humana y sus misterios como pocos lo pueden hacer , aquí dejo un fragmento de este
genio de la literatura...

¿quién fue el primero que dijo, que proclamó que el hombre
comete villanías sólo porque no sabe ver cuáles son sus propios
intereses, y que si lo ilustrasen, si le abriesen los ojos ante sus
verdaderos intereses, ante sus intereses normales, dejaría
inmediatamente de cometer villanías y se convertiría acto seguido en un
hombre bueno y honrado, puesto que, ilustrado por la ciencia y
comprendiendo sus verdaderos intereses, obtendría las ventajas que el
bien proporciona? Como se sobrentiende que nadie puede obrar a sabiendas
contra su propio interés, el hombre se vería obligado, por decirlo así,
a hacer el bien. ¡Como un niño! ¡Como un niño puro e ingenuo!
Pero
¿acaso el hombre, en el curso de sus miles de años de vida en la Tierra,
ha obrado siempre al dictado de su interés? ¿Qué haremos entonces de
esos millones de hechos que atestiguan que los hombres, aún advirtiendo
cuál es su interés, lo relegan a un segundo plano y siguen un camino
completamente distinto, lleno de riesgos y azares? No están obligados a
ello, pero parecen querer evitar la ruta que se les
indica y trazarse libremente, caprichosamente, otra llena de dificultades, absurda, oscura, apenas visible.
Ello
prueba que esa libertad les seduce más que sus propios intereses...
¡Intereses! ¿Qué es el interés? ¿Se comprometen ustedes a definirme con
toda exactitud en qué consiste el interés del hombre? ¿Qué dirán ustedes
si un buen día se comprueba que el interés humano en ciertos casos
puede, o incluso debe, consistir en desear no una ventaja, sino un
perjuicio? Si es así, si puede presentarse el caso, todo se derrumba.
¿Qué creen ustedes? ¿Se puede presentar un caso semejante?
¿Están exactamente clasificados los intereses
humanos? ¿No hay algunos que no figuran ni pueden figurar en las clasificaciones formadas por ustedes?
Porque, que yo sepa, señores, ustedes han catalogado los intereses humanos de acuerdo con las cifras
medias
de las estadísticas y de las fórmulas económico-científicas. Los
intereses humanos son según ustedes, la riqueza, la tranquilidad, la
libertad, etcétera. Tanto, que el hombre que rechace a sabiendas y
ostensiblemente ese catálogo debe ser considerado, en opinión de ustedes
, como un oscurantista, como un loco. ¿No es así? Pero he aquí algo muy
extraño; ¿cómo es posible
que esos estadísticos, esos sabios, esos filántropos, dejen siempre a un lado cierto elemento en sus cálculos
de los intereses humanos? Ni siquiera lo tienen en cuenta en sus fórmulas, por lo que falsean resultados. Sin
embargo, no sería difícil introducir el elemento en cuestión. ¿Por qué no lo hacen? ¿Por qué no lo
introducen
para completar la lista? La dificultad procede de que dicho elemento es
tan particular, que no puede encontrar sitio en ninguna clasificación
ni inscribirse en ninguna lista.
¿Acaso no hay algo que es para todos nosotros más
querido que nuestros más altos intereses? Dicho de otro modo (para no violar la lógica), ¿no existe para
nosotros
un interés (el que se deja de lado, ese del que acabamos de hablar) más
interesante que todos los demás intereses, más alto que todos ellos, un
interés por el que el hombre está dispuesto a obrar, si es preciso, en
contra de todas las reglas, es decir, en contra de la razón,
sacrificando a él su honor, su paz, su felicidad, todas las cosas bellas
y convenientes, en una palabra, sólo por obtener una que es más querida
para él que todas las demás, una en la que ve su interés supremo?
«Sí -me dirán ustedes-, pero eso es también un interés...»
¡Permítanme! Voy a explicarme. No podíamos seguir adelante sin aclarar las cosas. Lo singular de ese
interés
es que destruye las cosas. Lo singular de ese interés es que destruye
todas nuestras clasificaciones y derriba todos los sistemas edificados
por los amigos del género humano para la felicidad del hombre. En una
palabra, es un estorbo, un obstáculo. Pero antes de decirles a ustedes
cuál es ese interés, reflexionen, ustedes están convencidos de que la
especie humana se acostumbrará a mejorar cuando se haya desembarazado
completamente de ciertas malas tendencias, cuando el sentido común y la
ciencia hayan reeducado completamente la naturaleza humana y la hayan
orientado por un camino normal. Ustedes están seguros de que entonces el
hombre cesará de errar deliberadamente y se verá, por decirlo así, en
la imposibilidad de desear oponerse a sus intereses normales.
¿Por
qué el hombre debe actuar según sus intereses, además cuales son los
intereses humanos? esto es algo individual , existen intereses
diferentes para cada ser ¿Qué sucede si me interesa a mi sufrir y ser un
infeliz? ¿O acaso tengo que desear tener una vida prospera, pacifica,
monótona, falsa y mediocre? No existen los intereses universales que
correspondan a todos los seres.
Pero el hombre con voluntad fuerte, quienquiera que sea, aspira siempre y
en
todas partes a obrar de acuerdo con su voluntad y no con arreglo a las
prescripciones de la razón y del interés. Ahora bien, la voluntad de uno
puede, y a veces incluso debe,
oponerse a sus intereses. Mi
voluntad; mi libre albedrío; mi capricho, por insensato que sea; mi
fantasía sobreexcitada hasta la demencia... Esto es lo que se aparta a
un lado, éste es el precioso interés que no tiene espacio en ninguna de
esas clasificaciones que componen ustedes y que rompe en mil pedazos
todos los sistemas, todas las teorías.
¿De dónde se han sacado
nuestros sabios que el hombre necesita voluntad normal y virtuosa? ¿Por
qué suponen que el hombre aspira a poseer una voluntad ventajosa y
razonable? El hombre sólo aspira a tener una voluntad independiente,
cualesquiera que sean el precio y los resultados.

Ciertamente, si
se logra descubrir la fórmula de todos nuestros deseos, de todos
nuestros caprichos; es decir, de dónde proceden, cuáles son las leyes de
su desarrollo, cómo se reproducen, hacia qué objetivos tienden en tales
o
cuáles casos, etc., es probable que el hombre deje inmediatamente
de sentir deseos. ¿He dicho «probable»? ¡No, es seguro! ¿Qué
satisfacción puede proporcionarle desear solamente de acuerdo con tablas
de cálculos? Pero aún hay más. El hombre descenderá inmediatamente a la
categoría de una simple tuerca.
Porque ¿qué es un hombre despojado
de deseo y voluntad, sino una tuerca, un simple engranaje? ¿Qué opinan
ustedes sobre esto? Examinemos las probabilidades: ¿puede ocurrir o no?
«¡Humm -dicen ustedes-. Nuestros deseos son equivocados con gran frecuencia, porque nosotros nos
equivocamos en la valoración de nuestros intereses. Aspiramos a cosas inconvenientes porque nuestra
estupidez
nos hace creer que pretendemos lo que nos conviene. Pero cuando nos lo
hayan explicado todo, cuando todo se haya puesto en orden y fijado
previamente (lo que es muy posible, pues es una tontería creer que
ciertas leyes de la naturaleza van a ser siempre indescifrables), es
evidente que ya no habrá sitio para los deseos. Si nuestra voluntad se
enfrenta con nuestra razón, podremos razonar y no desear, ya que a un
ser que razona le es imposible desear estupideces, ir conscientemente en
contra de la razón, perjudicarse
a sabiendas... y como todos los deseos y todos los razonamientos podrán calcularse con anticipación, ya
que
con toda seguridad se habrán descubierto las leyes de nuestra voluntad y
sus deseos, será posible confeccionar una especie de deseos y desear
ateniéndonos a ella.
Por consiguiente, me será posible calcular mi
existencia con treinta años de anticipación. En una palabra, si tal cosa
sucede, tendremos que limitamos a comprender. Y habremos de repetimos
sin descanso que en esos momentos la naturaleza no se preocupa en
absoluto por nosotros y que, por lo tanto, hemos de aceptarla como es y
no como la vemos cuando la adorna nuestra fantasía,

Desde luego,
la razón es una cosa excelente: de esto no hay duda. Pero la razón es la
razón, y sólo satisface a la facultad razonadora del hombre. En cambio,
el deseo es la expresión de la totalidad de la vida humana, sin excluir
de ella la razón ni los escrúpulos; y aunque la vida, tal como ella se
manifiesta, suela tener un aspecto desagradable, no por eso deja de ser
la vida y no la extracción de una raíz cuadrada.
Yo deseo vivir dando satisfacción a todas mis facultades vitales y no únicamente a mi facultad de
razonar,
que no representa, en suma, sino la vigésima parte de las fuerzas que
hay en mí. ¿Qué sabe la razón? Únicamente lo que ha aprendido (nunca
sabrá más, seguramente. Esto no es un consuelo, pero no hay que
disimularlo). En cambio, la naturaleza humana obra con todo su peso, por
decirlo así, con todo su contenido, a veces con plena conciencia y a
veces inconscientemente. Comete algunas pifias pero vive. me repiten que
a un hombre culto, al hombre
del porvenir, en una palabra, le es imposible desear deliberadamente lo que es contrario a sus intereses.
Esto
es tan claro como las matemáticas. Estoy completamente de acuerdo:
tiene una claridad y una exactitud matemáticas. Pero les repito por
centésima vez que existe una excepción, que hay hombres que pueden
desear lo que saben que es desfavorable para ellos, lo que les parece
estúpido, insensato; hombres que obran así sólo por eludir la obligación
de escoger lo provechoso, lo digno. Porque esa insensatez, ese
capricho, es quizá lo más ventajoso que existe para nosotros en la
tierra, sobre todo en ciertos casos. Incluso es posible que esta ventaja
sea superior a todas las demás aunque sea evidente que nos perjudica y
contradice las conclusiones más sanas de nuestro razonamiento. Y es que
nos conserva lo principal, lo que más queremos: nuestra personalidad.
Algunos afirman que esto es precisamente lo más preciado que tenemos. La
voluntad puede querer a veces ponerse de acuerdo con la razón, sobre
todo si no se abusa de este acuerdo, si se aprovecha moderadamente. Pero
con gran frecuencia, incluso casi siempre,
la voluntad se niega
obstinadamente a ponerse de acuerdo con la razón, Si me dicen ustedes
que el caos, las tinieblas y las maldiciones pueden estar también
calculados de
antemano y tan exactamente que este cálculo paralizará
el impulso del hombre, y, por lo tanto, la razón triunfará una vez más;
si me dicen esto, les contestaré que el hombre no tendrá ya más que un
medio para hacer su voluntad: volverse loco.
Estoy seguro de esto,
pues no cabe duda de que la mayor preocupación del hombre ha sido
siempre demostrarse a sí mismo que es un hombre y no un engranaje.
Arriesgaba en ello su existencia, pero se lo demostraba; vivía como un
troglodita, pero se lo demostraba. Y, después de todo esto, ¿cómo no
pecar, cómo no felicitarse de que no hayamos llegado todavía al papel de
tuerca y de que nuestra voluntad dependa aún de no saben qué?
Ustedes
exclamarán (si me hacen todavía el honor de lanzar exclamaciones) que
nadie piensa privarme de mi voluntad, que sólo se trata de arreglar las
cosas de modo que mi voluntad por sí misma, por su propia iniciativa,
pueda acomodarse a mis intereses normales, a las leyes naturales, a la
aritmética. ¡Pero díganme! ¿Qué quedará de mi voluntad cuando lleguemos a
las frias tablas de cálculos, cuando no haya más que eso de «dos y dos
son cuatro»? Dos y dos serán cuatro sin que mi voluntad se mezcle en
ello. ¡La voluntad aspira, evidentemente, a otra cosa!
Ustedes
pretenden librar al hombre de sus antiguos hábitos y corregir su
voluntad adaptándola a las leyes de la ciencia y de acuerdo con el
sentido común. Pero ¿están ustedes seguros de que
es necesario
corregir al hombre? ¿En qué se fundan ustedes para creer que la voluntad
del hombre requiere una educación? ¿Por qué creen que esta educación ha
de serle útil? Y, para decirlo todo, ¿por qué están ustedes tan
convencidos de que siempre es ventajoso para el hombre no ir en contra
de sus intereses normales, reales, garantizados por el razonamiento y la
aritmética? Esto no es, en resumidas cuentas, más que una suposición de
ustedes. Incluso aunque una ley sea lógica, ¿es acaso la ley humana?
Ustedes se
dirán que estoy loco. Pero permítanme explicarme.
Admito
que el hombre es un animal esencialmente constructor, obligado a
dirigirse a sabiendas a un objetivo, sea el que fuere. Si es un
ingeniero, ha de trazar sin descanso nuevas vías en no importa qué
direcciones. Pero quizá precisamente por esta causa siente a veces el
deseo de salirse por la tangente. Lo hace no sólo porque está condenado a
trazar caminos, sino también porque, por muy necio que sea el hombre de
acción, comprende a veces que los caminos conducen siempre a alguna
parte, y que no es su dirección lo que importa, sino el hecho de que lo
conduzcan a un lugar determinado. Así, al hombre juicioso no se le
ocurrirá despreciar su profesión de ingeniero y no se entregará a la
pereza, la cual es, como todo el mundo sabe, la madre de todos los
vicios. Es indiscutible que al hombre le encanta trazar y construir
caminos;
pero también adora la destrucción y el caos. ¿Por qué?, Tal vez le
gusten la destrucción y el caos (a veces le gustan; esto es
indiscutible), porque tiene un temor
instintivo a alcanzar la meta y
terminar el edificio que construye. ¡Vaya usted a saber! Acaso este
edificio sólo le gusta de lejos. Puede ser que le guste construirlo,
pero no vivir en él, y esté dispuesto a abandonarlo el hombre es un ser
versátil, y es posible que, como al jugador de ajedrez, le guste sólo la
acción, sin importarle el objetivo que se puede alcanzar. Y, ¿quién
sabe?, acaso el único objetivo que persigue la humanidad consista en ese
esfuerzo, en
esa acción; dicho de otro modo, tal vez la vida no tenga meta exterior, un fin , una orientacion.
Es decir, no hay una fórmula como «dos y dos son cuatro» , esta formula es un
principio
de muerte y no un principio de vida. En todo caso, el hombre teme
siempre a ese «dos y dos son cuatro», y yo también le temo.
Cierto
que el hombre sólo se ocupa en la busca de ese «dos y dos son cuatro»,
cruza océanos, arriesga su vida en este empeño..., pero les aseguro que
teme encontrarlo, pues cuando dé con él, ya no tendrá nada que hacer.

Terminado su trabajo y recibida la paga, los obreros se van a la
taberna, y luego completan la noche de esparcimiento de modo que tienen
para toda la semana. Pero nuestro hombre culto es muy diferente. Se
observa en él cierta desazón cada vez que alcanza uno de sus objetivos.
Desea aproximarse a la meta, pero cuando llega, no se siente satisfecho.
Esto es verdaderamente gracioso. Y es que el modo de ser del hombre es
algo tan cómico como un buen chiste. En fin, sea como fuere, eso de «dos
y dos son cuatro» es algo sumamente desagradable. Yo lo calificaría de
procaz. «Dos y dos son cuatro» nos desafía con insolencia.
Con los
brazos en jarras se planta en medio de nuestro camino y nos escupe al
rostro. Admito que eso de «dos y dos son cuatro» es una cosa excelente;
pero puesto a alabar, les diré que «dos y dos son cinco» es también, a
veces, algo encantador.
Pero díganme: ¿en qué se fundan ustedes para
estar convencidos de que sólo es necesario lo normal, lo positivo, el
bienestar en una palabra? ¿Acaso la razón no se equivoca en sus
apreciaciones? Es posible que el hombre desee únicamente el bienestar.
Pero ¿no es igualmente ,posible que desee el sufrimiento? ¿Acaso el
sufrimiento no podría ser para él ventajoso como el bienestar? El
hombre, a veces, desea apasionadamente el sufrimiento: está comprobado.
No hay necesidad de ir a consultar sobre este punto a la historia
universal. Pregúntense ustedes a sí mismos; les bastará ser hombres para
responderse, por poco que
hayan sufrido. Si quieren conocer mi
opinión personal, les diré que es incluso inconveniente desear
únicamente el bienestar. ¿Está esto bien?, ¿está mal? No lo sé. Pero es
lo cierto que a veces resulta en extremo agradable romper algo. No es
que yo defienda precisamente el sufrimiento o el bienestar: lo que
defiendo es mi capricho, la LIBERTAD y lucharé, si es preciso, para que
se me garantice.
Estoy seguro de que el hombre no renunciará jamás al verdadero sufrimiento, es decir, a la destrucción y al caos.
¡El sufrimiento!... ¡Pero si es la única causa de la conciencia! la
conciencia,
a mi entender, es uno de los mayores males del hombre. Pero el hombre
la quiere y no la cambiará por ninguna satisfacción. La conciencia es
infinitamente superior a «dos y dos son cuatro». Después de «dos y dos
son cuatro» no queda, evidentemente, nada, no sólo nada que hacer, sino
incluso nada que saber. Lo único que podemos hacer entonces es obturar
nuestros cinco sentidos y entregamos a la contemplación. Verdad es que
con la conciencia se llega a un resultado idéntico, es decir, a la
inacción, pero en ese caso podemos, por lo menos, darnos latigazos de
vez en cuando, lo que vivifica un poco el espíritu.

La conciencia trae dolor y libertad ; por eso el dolor, la conciencia y la libertad son inseparables...


Fedor Dostoievski...