EL CREDO DEL GUERRERO

martes, 13 de abril de 2010

 


EL CREDO DEL GUERRERO


No tengo padres: hago de los cielos y la tierra mis padres.
No tengo hogar: hago de la conciencia mi hogar.
No tengo vida o muerte: hago de las mareas de la respiración mi vida y mi muerte.
No tengo poder divino: hago de la honestidad mi poder divino.
No tengo recursos: hago de la comprensión mi recurso.
No tengo secretos mágicos: hago del carácter mi secreto mágico.
No tengo cuerpo: hago de la fortaleza mi cuerpo.
No tengo ojos: hago del resplandor del relámpago mis ojos.
No tengo oídos: hago del a sensibilidad mis oídos.
No tengo extremidades: hago de la presteza mis extremidades.
No tengo estrategia: hago de lo “no ensombrecido por el pensamiento” mi estrategia.
No tengo diseños: hago de “apoderarse de la oportunidad” mi diseño.
No tengo milagros: hago de la acción apropiada mi milagro.
No tengo principios: hago de la adaptabilidad a toda circunstancia mi principio.
No tengo tácticas: hago del vacío y la plenitud mis tácticas.
No tengo talentos: hago del ingenio mi talento.
No tengo amigos: hago de la mente mi amiga.
No tengo enemigos: hago del descuido mi enemigo.
No tengo armadura: hago de la benevolencia y la rectitud mi armadura.
No tengo castillo: hago de la mente inmovible mi castillo.
No tengo espada: hago de la ausencia del yo mi espada.



- Samurai anónimo, siglo XIV

MAS ALLA DEL MUNDO DE LOS OPUESTOS

 



Cuando los místicos orientales dicen que experimentan todas las cosas como manifestaciones de una unidad básica, no están proclamando la igualdad de todas las cosas. Reconocen la individualidad de cada una, pero al mismo tiempo, son conscientes de que todas las diferencias y contrastes son rela¬tivos, dentro de una unidad todoabarcante. Dado que en nues¬tro estado normal de consciencia, esta unidad de todos los contrastes -y especialmente la unidad de los opuestos ¬resulta extremadamente difícil de aceptar, esto constituye para nosotros, uno de los rasgos más sorprendentes de la filosofía oriental. Pese a ello, es una percepción que está en la misma raíz del concepto oriental del mundo.
Los opuestos son conceptos abstractos, pertenecientes al reino del pensamiento y corno tales, son relativos. Por el simple hecho de centrar nuestra atención sobre cualquier concepto, creamos su opuesto. Como dice Lao Tse: "Cuando todos en el mundo entienden la belleza como bella, están creando la fealdad, cuando todos entienden la bondad como buena, están creando el mal".1 El místico trasciende este mundo de conceptos intelectuales, y al trascenderlo se hace consciente de la relatividad de los opuestos y de la relación polar existente entre ellos. Se da cuenta de que el bien y el mal, el placer y el dolor, la vida y la muerte, no son experiencias absolutas pertenecientes a diferentes categorías, sino que simplemente constituyen dos partes de la misma realidad: partes extremas de una sola unidad. La consciencia de que todos los opuestos son polares y por consiguiente forman una unidad, está considerada en las tradiciones espirituales de Oriente como una de las más elevadas metas del hombre. "¡Mora en la eterna verdad, más allá de los opuestos terre¬nos!" es el consejo que Krishna da en el Bhagavad Gita, e idéntico consejo es dado a los seguidores del budismo. D. T. Suzuki escribe:

La idea fundamental del budismo es trascender el mun¬do de los opuestos, mundo construido con distinciones intelectuales y corrupciones emocionales, y llegar a realizar el mundo espiritual de la no diferenciación, que implica alcanzar un punto de vista absoluto.2

1 Lao Tzu, Tao Te Ching, cap. 1,
2 D. T. Suzuki, The Essence of Buddhism, pág. 18.

Toda la enseñanza budista-y de hecho todo el misticis¬mo oriental- gira en torno a este punto de vista absoluto que se alcanza en el mundo de acintya, o de "no-pensamiento", donde la unidad de todos los opuestos se convierte en una experiencia vívida. Dice un poema Zen:

Al atardecer, el gallo anuncia el alba;
a media noche, el brillo del sol.3

3 Citado por A. Watts en The Way of Zen, pág. 117.

La idea de que todos los opuestos constituyen una pola¬ridad -que la luz y la oscuridad, el ganar y el perder, el bien y el mal, son simplemente aspectos diferentes del mismo fenómeno- es uno de los principios básicos de la vida orien¬tal. Puesto que todos los opuestos son interdependientes, su conflicto nunca podrá terminar con la victoria total de una de las partes, sino que siempre será una manifestación de la inte¬racción entre ambos. Así, en Oriente, una persona virtuosa no es la que emprende la imposible tarea de luchar por el bien y eliminar el mal, sino más bien la que es capaz de mantener un equilibrio dinámico entre lo bueno y lo malo.
Esta idea del equilibrio dinámico es esencial para la forma en que se experimenta la unidad de los opuestos en el misticismo oriental. Nunca es una identidad estática, sino siempre una interacción dinámica entre los dos extremos. Esto fue resaltado por los sabios chinos en su simbolismo de los polos arquetípicos ying y yang. A la unidad existente más allá del ying y del yang la llamaron Tao y la consideraban como un proceso que producía su interacción: “Aquello que deja aparecer ahora la oscuridad, ahora la luz, es el Tao” Que "aquél" y "éste" dejen de ser opuestos, constituye la misma esencia del Tao. Sólo esta esencia, como un eje, es el centro del círculo que responde a los cambios sin fin.

Una de las principales polaridades de la vida es la que existe entre las partes masculina y femenina de la naturaleza humana. Como ocurre con la polaridad del bien y del mal, o de la vida y la muerte, tendemos a sentirnos incómodos con la polaridad masculino-femenina existente en nosotros mis¬mos, y por ello generalmente hacemos destacar uno u otro lado. La sociedad occidental ha favorecido tradicionalmente al lado masculino más que al femenino. En lugar de reconocer que la personalidad de cada hombre y de cada mujer es el resultado de una interacción entre sus elementos femenino y masculino, ha establecido un orden estático, donde se supone que todos los hombres son masculinos y todas las mujeres femeninas, y a los hombres se les han dado los papeles de dirigentes y la mayor parte de los privilegios sociales. Esta actitud ha generado una sobrevaloración de todos los aspectos yang -masculinos- de la naturaleza humana: actividad, pensamiento racional, competencia, agresividad y así sucesivamente. Los modos de consciencia yin -feme¬ninos- que pueden describirse con palabras como intuitivo, religioso, místico, oculto o psíquico, han sido constantemen¬te suprimidos en nuestra sociedad, orientada más hacia lo masculino.
En el misticismo oriental, estos modos femeninos se desarrollan y se intenta buscar la unidad entre ambos aspectos de la naturaleza humana. Un ser humano completamente realizado es el que, según palabras de Lao Tse, "conoce lo masculino y, sin embargo, se mantiene en lo femenino". En muchas tradiciones orientales, el equilibrio dinámico entre los modos de consciencia masculino y femenino constituye la meta principal de la meditación, y muchas obras de arte dan cuenta de ello. Una magnífica escultura de Shiva en el templo hindú de Elefanta muestra tres caras del dios: a la izquierda, su aspecto femenino -amable, encantador, seductor-; a la derecha, su perfil masculino -desplegando virilidad y fuer¬za de voluntad- y en el centro la sublime unión de los dos aspectos en la magnífica cabeza de Shiva Mahesvara, el Gran Señor, que irradia un equilibrio sereno y trascendental. En el mismo templo, Shiva aparece también representado en for¬ma andrógina -mitad hombre, mitad mujer-, el movimien¬to del cuerpo del dios y la serena imparcialidad de su rostro simbolizan de nuevo, la dinámica unificación de lo masculi¬no y lo femenino.
En el budismo tántrico, la polaridad masculino-feme¬nina es ilustrada con frecuencia mediante la ayuda de símbo¬los sexuales. La sabiduría intuitiva es considerada como la pasiva cualidad femenina de la naturaleza humana, el amor y la compasión como la activa cualidad masculina, y la unión de ambas en el proceso de la iluminación se representa mediante abrazos sexuales de deidades masculinas y femeninas. Los místicos orientales afirman que tal unión de los aspectos masculino y femenino de nuestro ser, sólo puede ser experimentada en un plano de consciencia más elevado, donde el reino del pensamiento y del lenguaje es trascendido y en el cual todos los opuestos aparecen como una unidad dinámica.
Ya manifesté que algo similar se ha logrado en la física moderna. La exploración del mundo subatómico reveló una realidad que trasciende repetidamente tanto al lenguaje como al razonamiento, y la unificación de conceptos que hasta ahora habían parecido opuestos e irreconciliables ha resulta¬do ser uno de los rasgos más sorprendentes de esta nueva realidad. Estos conceptos en apariencia irreconciliables no son generalmente los mismos en los que se interesan los místicos orientales -aunque algunas veces sí-, pero su unificación -en un nivel no ordinario de la realidad- gene¬ra un fuerte paralelismo con el misticismo oriental. Así, los físicos modernos, mejorarían su comprensión de las ense¬ñanzas orientales si las relacionaran con las experiencias que tienen lugar en su propio campo. Un pequeño, pero cada vez mayor número de jóvenes físicos se ha dado cuenta de que éste constituye uno de los más valiosos y estimulantes enfoques sobre el misticismo oriental.
Ejemplos de la unificación de los conceptos opuestos se pueden encontrar en la física moderna a nivel subatómico, donde las partículas son a la vez destructibles e indestructi¬bles; donde la materia es continua y discontinua y donde fuerza y materia no son sino aspectos diferentes de un mismo fenómeno. En todos estos ejemplos, que trataremos más ampliamente en próximos capítulos, resulta que el marco de los conceptos opuestos, derivado de nuestra experiencia diaria, es demasiado estrecho para el mundo de las partículas subatómicas. La teoría de la relatividad es crucial para la descripción de este mundo, y, en el marco "relativista", los conceptos clásicos son trascendidos, llegando a una dimen¬sión más elevada, el espacio-tiempo cuatridimensional. El espacio y el tiempo son dos conceptos que siempre habían parecido totalmente diferentes, sin embargo la física relati¬vista los ha unificado. Esta unidad fundamental constituye la base para la unificación de los conceptos opuestos antes mencionados. Al igual que la unidad de los opuestos experi¬mentada por los místicos, también en la física esta unificación tiene lugar en un "plano más elevado", es decir, en una dimen¬sión más alta, y, al igual que lo experimentado por los místi¬cos, se trata de una unidad dinámica, pues la realidad relativista espaciotemporal es una realidad intrínsecamente dinámi¬ca, donde los objetos son también procesos y todas las formas no son sino patrones dinámicos.
Para experimentar la unificación en una dimensión más elevada de entidades aparentemente separadas no necesita¬mos la teoría de la relatividad. También podemos experimen¬tarla yendo de una a dos dimensiones, o de dos a tres. En el ejemplo dado anteriormente de un movimiento circular y su proyección, los polos de la oscilación que en una dimensión (a lo largo de la línea) son opuestos, están unificados en el movimiento circular en dos dimensiones (en el plano).