Dioses...

lunes, 7 de febrero de 2011

 


Dicen que en un tiempo, todos los hombres fueron dioses, pero abusaron tanto de su divinidad que Brahma, su dios principal, decidió retirarles el poder divino y esconderlo donde nunca lo encontraran. ¿Donde esconderlo? Era la gran interrogante.
Cuando los dioses mas pequeños fueron llamados al concilio para considerar este interrogante d ...ijeron: "Sumergiremos profundamente la divinidad del hombre en la tierra". Pero Brahma dijo : "No eso no sirve, porque el hombre cavara profundamente en la tierra y la encontrara". Ellos dijeron: "Bien, nosotros hundiremos su divinidad en los mas profundo del océano". Pero Brahma replico de nuevo: " No, porque el hombre eventualmente explorara la profundidad de todos los océanos y seguro que algún día la encontrara" . Entonces los dioses mas pequeños concluyeron: " No sabemos donde esconderla, porque parece que no hay sitio en la tierra ni en los océanos donde el hombre no pueda eventualmente encontrarla"
Entonces dijo Brahma: "Aquí esta lo que vamos a hacer con la divinidad del hombre. La esconderemos profundamente dentro del hombre, porque nunca se le ocurrirá buscarla en si mismo" .
Desde entonces, la leyenda concluye, el hombre ha pasado altos y bajos en la vida, escalando, cavando, zambulliendose, explorando, buscando algo que esta dentro de si mismo...

El MiEdO...

 


‎"Si sientes miedo, entonces el amor es el problema. Has algo al respecto. Ama más. Avanza unos pasos hacia el otro.... porque el miedo no te aflige a ti solamente; todos los demás están en la misma situación. Si esperas que alguien llegue ...y te ame, podrás quedarte esperando la vida entera porque el otro también tiene miedo. Y la razón del miedo definitivamente es una sola: la posibilidad de ser rechazados.

Si yo golpeo a tu puerta, existe la posibilidad de que me rechacen. Puesto que el rechazo hiere, es mejor no salir a golpear. Es mejor quedarnos en nuestra soledad. Es mejor continuar moviéndonos solos, sin involucrarnos con los demás para evitar la posibilidad del rechazo. El primer temor nos aslata tan pronto como damos el paso y tomamos la inciativa del amor: la incertidumbre de ser aceptados o rechazados. La posibilidad está allí: la persona podría rechazarnos....

Abre las puertas y no sientas miedo de la posibilidad de ser rechazado. Lo peor que te puede pasar es que el otro diga "no". Claro que existe un cincuenta por ciento de probabilidad de que el otro te rechace, pero es apenas un cincuenta por ciento. ¿Significa eso que debas preferir el ciento por ciento de una vida sin amor?

Claro que existe la posibilidad. ¿Pero por qué preocuparse? ¡Hay tantas personas! Si una dice que no, no te sientas herido. Sencillamente acéptalo --no sucedió. Sencillamente acéptalo, la otra persona no quiso moverse contigo; no eran el uno para el otro. Eran tipos diferentes. El rechazo no fue realmente hacia ti; no fue una cosa personal. Sencillamente no cuadraban. Por tanto, sigue adelante. Y fue bueno que la persona dijera que no, porque si no encajas con una persona y ésta dice que sí, entonces el problema será muy grande. No te das cuenta en este momento, pero esa persona te ahorró toda una vida de dificultades....

No temas equivocarte, porque el miedo te paralizará y te perderás la vida entera. Es mejor equivocarse que hacer nada. Es mejor ser rechazado que permanecer encerrado en uno mismo, temeroso de tomar la iniciativa, porque el rechazo encierra la posibilidad de la aceptación; es la otra cara de la aceptación. Si alguien rechaza, otro aceptará. Es preciso continuar moviéndose hasta encontrar a la persona indicada. Cuando se encuentran dos personas hechas la una para la otra, se produce una chispa. No quiere decir que no habrá conflictos entre ellos, o momentos de ira, o peleas. Si el amor está vivo, también habrá conflictos. A veces también habrá ira y a veces también habrá tristeza, porque si hay felicidad, también tiene que haber tristeza. Eso sencillamente demuestra que el amor es un fenómeno vivo....

No le temas al amor. Solamente hay una cosa a la cual debes temer y es al miedo mismo. Témele al miedo y a nada más, porque el miedo paraliza, envenena y mata. ¡Sacúdete, escapa! Haz lo que sea, pero no te acostumbres a convivir con el miedo porque es una situación negativa."

El sufrimiento psicológico le pertenece al pasado o al futuro, pero nunca al presente
No creo temerle a la muerte tanto como le temo a la enfermedad, la vejez y el sufrimiento. ¿Cómo puedo vencer el miedo al sufrimiento físico?

"El sufrimiento psicológico, y solamente él, puede disolverse. El otro sufrimiento, el dolor físico, es parte de la vida y de la muerte y no hay forma de disolverlo. Pero nunca genera un problema. ¿Se han dado cuenta? El problema existe solamente cuando se piensa en él. Sientes miedo cuando piensas en la vejez. Sin embargo, no vemos a los ancianos temblando de miedo a toda hora. Te llenas de miedo cuando piensas en la enfermedad, pero cuando ésta sucede, ya no hay miedo y el problema desaparece. La enfermedad se acepta como un hecho. El problema verdadero siempre es psicológico. El dolor físico es parte de la vida. Cuando se piensa en él, no es físico en lo absoluto, sino que se ha vuelto psicológico. Cuando piensan en la muerte, sienten miedo, pero cuando ésta se presenta, no hay miedo. El miedo siempre se relaciona con el futuro. El miedo no existe en el presente....

La realidad misma nunca es un problema; son las ideas acerca de la realidad las que crean el problema. Por tanto, lo primero que debes comprender es que si logras disolver el problema psicológico, todo el problema desaparecerá y podrás comenzar a vivir el momento.

El sufrimiento psicológico le pertenece al pasado o al futuro, pero nunca al presente. La mente no existe nunca en el presente. En el presente, reside la realidad, no la mente...."

Fragmentos...

domingo, 6 de febrero de 2011

 


Al sentir su nulidad, no por un segundo ni por un momento, sino
constantemente, un hombre se verá tal cual es en realidad, y no lo olvidará jamás....

Esta conciencia continua de su nulidad y de su miseria, finalmente le dará el valor para «morir», es decir para morir no simplemente en su mente, o en teoría, sino morir de hecho, y renunciar positivamente y para siempre a todos estos aspectos de sí mismo que no ofrecen ninguna utilidad desde el punto de vista de su crecimiento interior, o que se le oponen. Estos aspectos son ante todo su «falso Yo», y luego todas sus ideas fantásticas sobre su «individualidad», su «voluntad», su «conciencia», su «capacidad de hacer», sus poderes, su iniciativa, sus capacidades de decisión, y así sucesivamente. Mas para llegar un día a ser capaz de ver una cosa todo el tiempo, hay que verlo primero una vez, aunque sea por un segundo. Todos los nuevos poderes, todas las capacidades de realización, vienen de una sola y misma manera. Al comienzo se trata sólo de raras vislumbres que no duran sino un instante; luego éstas pueden reproducirse más a menudo y durar cada vez más tiempo, hasta que al fin, después de un larguísimo trabajo, se vuelven permanentes. La misma ley se aplica al despertar. Es imposible despertar completamente de un solo golpe. Hay que comenzar primero por despertar durante muy breves instantes. Pero hay que morir de golpe y para siempre, después de haber hecho un cierto esfuerzo, después de haber triunfado sobre un
cierto obstáculo, después de haber tomado una cierta decisión, de la cual no se puede retroceder. Esto sería difícil y aun imposible, si no se hubiera hecho anteriormente un despertar lento y gradual. Pero hay miles de cosas que impiden que el hombre despierte y que lo mantienen en poder de sus sueños. Para actuar conscientemente con la intención de despertar, hay que conocer la naturaleza de las fuerzas que retienen al hombre en el sueño. Ante todo, hay que comprender que el sueño en el cual existe el hombre no es un sueño normal, sino hipnótico. El hombre está hipnotizado, y este estado hipnótico está mantenido y reforzado continuamente en él. Todo pasa como si hubiera ciertas «fuerzas» para las cuales sería útil y beneficioso el mantener al hombre en un estado hipnótico, con el fin de impedirle que vea la verdad y que se dé cuenta de su situación.

Cierto cuento oriental habla de un mago muy rico que tenía numerosos rebaños de ovejas. Este mago era muy avaro. No quería contratar pastores, y no quería cercar los prados donde pacían sus ovejas. Las ovejas se extraviaban en el bosque, se caían de los barrancos, se perdían, y sobre todo se fugaban cuando se aproximaba el mago, porque sabían que él quería su carne y su piel. Y a las ovejas esto no les agradaba.
Por fín, el mago encontró el remedio. Hipnotizó a las ovejas y les sugirió primeramente que eran inmortales, y que no les haría ningún daño el ser despellejadas, que al contrario este tratamiento era excelente para ellas, y aún agradable; luego el mago les sugirió que él era un buen pastor que amaba mucho a su rebaño, que estaba dispuesto a hacer toda clase de sacrificios por él; en fin, les sugirió que si les llegase a suceder la menor cosa, eso no ocurriría
en ningún caso ahora, ese mismo día, y que por consiguiente no tenían que preocuparse,que de ninguna manera eran ovejas; sugirió a algunas que eran leones, a otras que eran águilas, y a otras que eran hombres o que magos.
Hecho esto, sus ovejas no le causaron más molestias ni preocupación. No se escapaban más, esperando por el contrario con serenidad el instante en que el mago las esquilara o las degollara...

Este cuento ilustra perfectamente la situación del hombre...

Evolución Física...

viernes, 4 de febrero de 2011

 


Este día califica entre los más destacados, pues muchos de ustedes han cambiado su energía por completo. Han detenido por un instante los afanes de sus propias vidas para deleitarse con el pasado y re-cordar toda la belleza que han experimentado y, a continuación, dar la vuelta y plantearse las expectativas que tienen para su futuro. Son las expectativas que crean su futuro en este preciso instante. Establecen su senda dondequiera que se dirijan y seleccionan las oportunidades para experimentar todo aquello que deseaban vivir en esta burbuja física de biología...

Conectando la luz a tierra...

Para permitirles que sean lo que son, nos gustaría que tomen una profunda inhalación, un hálito de la Tierra en el cuerpo físico, tan solo por un instante, y sencillamente permítanse estar en el aquí y el ahora. Con todas las expectativas sobre lo que les espera, es muy fácil para los humanos caer en el pasado o proyectarse hacia el futuro. Sólo uno de esos tres – pasado, presente y futuro – es real. Es el ahora mismo. Sus recuerdos del pasado son muy reales, pero no pueden vivir ahí. Sus expectativas sobre el futuro son muy reales e importantes, pero tampoco pueden vivir ahí. Sí pueden vivir en el aquí y el ahora, y combinar los tres. Les pedimos que no traten solamente de vivir en el presente, porque será un reto muy grande. En realidad, la mayoría de ustedes va abriendo el camino frente a ustedes cuando planifica, espera o crea algo. Si están ocupados gozando este momento, eso no sucede, así que les pedimos que comprendan que es una mezcla de los tres: pasado, presente y futuro. No se trata de blanco o negro, así que no pueden elegir solamente uno de ellos; se trata de la unión de los tres. Vamos a hablarles más sobre esto a medida que continuamos. Primero permítannos sustentarlo y contarles porqué está cambiando, y porqué su percepción como humanos respecto al tiempo cambiará muy pronto.

Deseamos reunir varios puntos que hemos mencionado antes. Podrán comprenderlo más fácilmente ahora, porque ya se han familiarizado con mucho de esto. Aunque es posible que no sepan exactamente cómo encaja en sus vidas cotidianas, mucho de lo que les hemos hablado lo han aceptado en su vida como verdadero, lo que ha creado las bases para generar la evolución de un nuevo ser humano. Está sucediendo en todo el planeta, porque ahora es cuando y como nunca antes, los humanos pueden contener una mayor cantidad de su espíritu dentro de su cuerpo físico.

Evolución física...

Se están presentando algunos cambios físicos que les ayudarán a adaptarse mejor al cambio de energía, y le está sucediendo a todos y a cada uno de los seres humanos de este planeta. Su cuerpo físico está empezando a cambiar ahora, sin embargo, pasarán varios años antes de que la comunidad médica pueda cuantificar esos cambios; típicamente, las comunidades médicas avanzan muy despacio, intencionalmente. Mucho de lo que han estado esperando, lo que llaman ascensión, es posible, para que puedan incorporar esa luz a su cuerpo físico mientras recorren la Tierra.

La redistribución del agua...

Sí, siempre tendrán limitaciones. Están de este lado del velo, así que deben permanecer en el tiempo lineal. Aunque esa línea cronológica se puede modificar, como bien lo saben, porque acaban de cambiar cronograma de la Tierra que debía concluir alrededor del año 2012. Ustedes ya han cambiado eso, pero siguen experimentando muchas de las cosas que iban a llegar con ese final. Muchos de los movimientos y cambios que ven en su planeta, específicamente los que tienen que ver con la redistribución del agua y el re-equilibrio del planeta, están sucediendo a diario ahora mismo. También están estableciendo muchas conexiones con la energía que nosotros llamamos agua; sin embargo, ustedes no la clasifican como energía, aunque cumple con todas las clasificaciones de lo que ustedes conocen como energía. El agua existe en los dos lados del velo al igual que todo lo que es energía.

Han logrado acarrear el espíritu de sus seres superiores en sus cuerpos físicos, en gran parte debido a la cantidad de energía de agua que contienen sus cuerpos. Eso está empezando a cambiar, porque ésa es una de las características físicas que se podrá cuantificar y medir fácilmente a medida que el tiempo avance para los humanos. Se han sentido cómodos con una determinada cantidad de agua en sus cuerpos, pero esa agua también los arraiga a la Tierra física. En realidad, sus niveles emocionales están adheridos al agua física. Así es cómo han venido procesando las emociones a través de sus cuerpos y la forma en que reciben en sus cuerpos las emociones ajenas. ¿Alguna vez han estado en un teatro donde saben perfectamente bien que hay personas sentadas detrás de ustedes, pero no les prestan atención? Entonces, de repente sienten que hay alguien, se dan vuelta y miran directo a los ojos de alguien que tenía la mirada fija en su nuca, casi como si ustedes lo hubieran visto? Eso sucede por medio del agua. Ahora, lo que está pasando es que el cuerpo físico empezará a trabajar con porcentajes menores de agua. Podrán, literalmente, cambiar la cantidad de agua hasta en un 20% en los próximos 50 años. Ese es un gran cambio para la humanidad y conducirá a muchas características diferentes, algunas de las cuales les queremos mencionar ahora.

La cantidad de agua que contienen sus cuerpos físicos se reducirá y por lo tanto, la sobreexposición a la emoción también disminuirá. Al principio, cuando los humanos cambian algún nivel de energía, se presenta una resistencia; típicamente, se aferran y tratan de resistir con todo su ser. Muchos de ustedes sienten ahora que sus emociones están fuera de control. Mucho de esto tiene que ver con esos cambios que están ocurriéndole a toda la humanidad. Gran parte de ustedes puede sentir que todo lo están haciendo bien: su vida están bien y su espíritu se siente confortable, sin embargo se sienten enojados, ansiosos o sufren todo el tiempo. Tal vez sientan cosas que nunca han sentido antes.

Eso es verdad, porque forma parte de los cambios que están sucediendo. Permítannos que les expliquemos algo más. Les hemos dicho por mucho tiempo que la naturaleza de los humanos de este planeta se está volviendo cristalina. También les dijimos hace poco que la estructura atómica real del elemento al que ustedes llaman carbono está a punto de cambiar. Esto forma parte del cambio que observarán en sus cuerpos físicos, porque ustedes son criaturas basadas en el carbono. El cambio simultáneo del carbono y el agua les permitirá evolucionar hacia los nuevos niveles, con mucha, mucha rapidez. Obviamente, esto presenta también sus desafíos. Sienten que cuando han logrado la estabilidad, de repente, se les mueve el piso. Lamentablemente, tan pronto aprenden las reglas del juego, éstas cambian. Típicamente, de esa manera se desarrolla su crecimiento. Esperan, esperan, esperan… se aferran a todo y de repente dan un salto hacia adelante. Ese salto hacia adelante ya ha empezado para muchos de ustedes. Hablemos primero sobre cómo será la vida cuando tengan menos agua en sus cuerpos físicos.

La cristalización del cuerpo...

Su naturaleza se está convirtiendo en cristalina. A su tiempo, esto se descubrirá a nivel científico dentro de la estructura de las paredes de las células de su ser físico. Ya se ha demostrado en la botánica y en el mundo de los insectos; muy pronto será conocido en el mundo de los animales y en el mundo de los humanos. Será verificado, pero, ¿qué pasará con los cristales? ¿Cuáles son algunas de las propiedades que tienen los cristales y que hasta ahora ustedes no han tenido? Los cristales tienen las vibraciones más elevadas del reino mineral y forman parte de ustedes de la misma manera que la Tierra forma parte de ustedes. Puesto que los seres humanos tienen las vibraciones más elevadas del reino animal, ustedes resuenan con mucha frecuencia con la estructura cristalina de los cristales que consideran minerales, pues éstos también tienen las vibraciones más elevadas entre lo que llaman minerales o sustancia de la Tierra. Eso ha creado una conexión y ha extendido sus vidas más de lo que creen. Cuando entran a una habitación llena de toda clase de recuerdos, trofeos favoritos en las repisas y fotos en la pared. ¿Hacia qué se sienten atraídos? Generalmente, se van a sentir atraídos primero hacia los objetos que tengan cristales. Y si hay un cristal en algún lugar, seguro que se acercan, lo recogen, lo sostienen o lo observan por un segundo para ver los fragmentos de luz que emite. En ese momento significa algo para ustedes y está cambiando su estructura; les está ayudando a transformarse.

En este planeta, las mujeres viven generalmente más que los hombres. Pueden comprobarlo muy claramente en sus estadísticas. Lo hemos mencionado antes, muchos creyeron que se debía a las guerras de su planeta; consideran que las guerras se llevaron a muchos hombres para que los hombres no vivieran tanto tiempo, pero eso no es cierto. Lo que ha llevado a la longevidad de la mujer es que ellas se sienten más cómodas que los hombres cuando tienen cristales cerca de sus cuerpos. Típicamente, un hombre no usaría un gran anillo de diamantes mientras que a una mujer le encantaría. Debido a algunas de estas diferencias culturales y sociales, típicamente las mujeres van a vivir más tiempo que los hombres; ellas podrán manejar el estrés por más tiempo que los hombres.

Lo que está sucediendo ahora es que todos están comenzando a transformarse en cristalinos dentro de sus cuerpos físicos y eso genera muchos cambios. Número uno, significa el retorno de las expectativas de vida que han estado observando. Muchos de ustedes saben que el cuerpo humano ha sido diseñado para vivir más allá de los de 80, 90 o 100 años que hasta ahora ha sido característico de los humanos. Nadie puede explicar cómo algunas personas que viven en ciertas partes del mundo parecen vivir hasta los 130 años. Les decimos que incluso en su vida actual, con el cuerpo físico que tienen, podrían vivir 120 o 130 años. A medida que ese cambio se vaya produciendo, la longevidad llegará naturalmente, porque se verá activada debido al cambio en la cantidad real de agua o en el porcentaje de agua que tendrá el cuerpo. También existe otra energía que ha sido implementada, manejada y utilizada con regularidad en su planeta: la electricidad.

La usan cada vez que levantan un teléfono, a lo largo de su vida cotidiana, una, otra y otra vez. Los humanos se han ajustado a la electricidad; saben donde están los límites. Saben que no pueden introducir sus dedos en el enchufe de la pared porque van a recibir una descarga y han aprendido a vivir en armonía con eso. Lo que está sucediendo ahora es que a medida que contengan menos porcentajes de agua, a medida que el proceso empiece a darse en sus cuerpos físicos, tendrán una reacción diferente a la electricidad y a los instrumentos eléctricos que los rodean.

Muchos ya han empezando a descubrirlo. Especialmente aquellos que trabajan con frecuencia con instrumentos o equipos electrónicos, van a empezar a sufrir problemas fantasma maravillosos. Él dice: “esa máquina no tiene ningún daño. Está embrujada”. En realidad la máquina está reaccionando de manera diferente a sus energías, porque es él el que ha cambiado. Permítannos que les expliquemos un par de cosas.Les contaremos sobre uno de ellos, pues es algo muy común...ej:Acaba un hombre.. de regresar de un viaje de dos semanas y su casa estuvo completamente cerrada durante todo ese tiempo. Nadie entró o salió, excepto por el gato guardián. Lo que sucedió es que cuando él regresó y tomó el control remoto de la televisión y trató de encenderla, no ocurrió nada. Le gritó a su esposa por haberlo puesto en el lugar equivocado o quizás ella hizo algo malo: eso es típico. Presiona el botón de encendido una y otra vez… y nada. Cambia las pilas y funciona más o menos. Esta vez, una parte del equipo se enciende, pero las otras no funcionan. Sigue intentando y después de casi media hora, de repente, se arregla solo.

Va a su oficina, se agacha, recoge el control y le pasa exactamente lo mismo. Ha cambiado tanto en tan sólo dos semanas que estuvo fuera, que la relación que había establecido con muchos de los aparatos electrónicos ya no funciona. Eso es algo muy común que muchos experimentarán. Es mucho más que eso; sólo les estamos dando unos pocos datos para que los verifiquen en su propia vida.

La reducción de agua en el cuerpo

Algo que todos se van a cuestionar y sobre lo que querrán saber más es sobre la disminución de la cantidad de agua que tendrán sus cuerpos físicos. Les advertimos sobre ello porque suena como que les estamos diciendo que beban menos, pero les decimos que en el momento que traten de controlar la cantidad de agua de sus cuerpos, éste va a tomar las riendas y controlarlos.

Puede incluso inundarlos para asegurarse que no se sequen, tiene que hacerlo por su cuenta y lo hará. No les sugerimos que traten de hacer que suceda, porque sucederá naturalmente. Lo que les diremos es que, en estos momentos, la energía ambiental atraviesa todo su cuerpo. Son microondas, ondas de radio, y gran parte del espectro de luz invisible que recorre sus cuerpos sin ningún problema. Incluso el Guardián tiene un transmisor de radio en el cinturón que trasmite su voz a la parte de atrás del salón para que puedan escucharlo. Ustedes no han sentido esas energías hasta este momento.

Sin embargo, a medida que reduzcan la cantidad de agua de sus cuerpos, van a empezar a notar que existe una acumulación de energía en ellos que, en ocasiones, no saben cómo llegó hasta ahí. A medida que se conviertan en seres cristalinos, van a empezar a enviar y a recibir frecuencias de radio. En realidad, ustedes tienen esa capacidad ahora mismo, porque muchos de ustedes ya han cristalizado la glándula pineal y ésta puede ser entrenada para enviar y recibir. Eso forma parte de lo que llamamos contacto profundo. Con frecuencia, el contacto profundo en la actualidad, se realiza a través de la glándula pineal. Está empezando a suceder en otras formas, y cuando se presente, los humanos desarrollarán un área nueva para compensar toda esa energía ambiental que van a percibir. Sigue fluyendo a través de sus cuerpos ahora, pero no se dan cuenta. A medida que eso suceda, podrán empezar a notarla fácilmente y sentirse abrumados. Lo que puede suceder es que la sentirán muy similar a la gripe, pero sin todos los síntomas.

El Guardián se siente muy emocionado otra vez porque a él le sucedió anoche. Está empezando a comprender lo que está pasando y tiene mucho que decir pero, de nuevo, lo vamos a tranquilizar porque es importante que terminemos esto. Lo que les decimos es que van a sentir todo en forma diferente. Su carga eléctrica, la energía del Hogar que han estado acarreando hasta este momento y que sostiene gran parte de sus espíritus, es el agua, y está cambiando. Tendrá una naturaleza eléctrica a medida que progresen, porque la energía del Hogar, sin importar cómo la llamen, puede llegar a ustedes en diferentes formas.

El nuevo sistema eléctrico del cuerpo

El desafío se presenta porque los humanos saben cómo conectarse con la tierra cuando están lidiando con el agua; saben cómo conectar su energía con la tierra. Saben cuándo es demasiada o cuándo están recibiendo demasiada energía emocional. Y les decimos que esto le va a pasar en especial a aquellos que se presentan ante una audiencia, que dan discursos, que actúan o trabajan con la gente.

Digamos que ustedes trabajan con la gente semanalmente, hablándole al público sin ningún problema. Aprendieron a poner esa pequeña barrera y a mantenerla bajo control y si necesitan hablarle a la pared, lo hacen para evitar toda esa energía increíble que les llega al escenario. Ahora sentirán esa energía porque las barreras con las que han venido trabajado ya no existen. Muchos empezarán a sentir cosas que nunca habían sentido; son activadores que les permitirán empezar a trabajar con esa energía. A medida que se convierten más y más en cristalinos, la luz va a entrar a sus cuerpos en diferentes formas, además de las vibraciones que pueda contener el agua.

Conexión a tierra de la luz...

Se van a sentir abrumados con la cantidad de luz. Les habíamos mencionado esto previamente tan sólo como un pequeño adelanto, pero ya es hora de aclararlo.

Conectarse con la luz será una de las claves que aprenderán. No solamente aprenderán cómo hacerlo con su ser físico, sino también aprenderán cómo hacerlo con sus equipos electrónicos. Aprenderán cómo hacerlo con todo lo que utilizan, armonizando su sistema eléctrico con su ser físico y con los equipos electrónicos. El Guardián tuvo que reemplazar cuatro juegos de pilas antes de terminar ese día. Creyó que alguien había ido a su casa y le había gastado todas las pilas pero, en realidad, el responsable fue él mismo. Luego entró a su cuarto y encendió su computadora favorita, la que usa todo el tiempo, y no prendía. Simplemente no funcionaba. Trató tres o cuatro veces más y finalmente logró que encendiera a medias hasta que, finalmente, a la quinta o la sexta vez, encendió como si nada hubiera pasado. La razón de todo esto es que la computadora tenía que ajustarse a la nueva vibración del Guardián.

Ya están trabajando con las armonías y la armonía sagrada es algo muy bello que pueden aprender. Es su sitio en el mundo, al cual pertenecen, pero también deben comprender que el sitio en el que se encuentran, ya no sostiene su energía. Están evolucionando a una velocidad increíble y desde ese panorama general de la humanidad la evolución se está presentando en un abrir y cerrar de ojos. Ustedes son los líderes del recorrido y son los que se atreven a llevarlo al siguiente nivel de energía.

Hay algo más y es la última parte de lo que queremos compartirles sobre el punto. Debido a que esto, también se está activando otro anclaje del cuerpo físico, el cuerpo siempre debe anclarse a sí mismo o lo que ustedes denominan conectarse a Tierra. La conexión eléctrica de sus cuerpos físicos tiene que tener un lugar hacia dónde dirigirse, para que pueda recorrer todo el cuerpo. Ustedes lo denominan conexión a tierra. También lo llaman conectar a tierra los circuitos eléctricos, porque es un regreso de la corriente a la tierra o a su último lugar de descanso. Literalmente, lo que sucede es que su conexión está cambiando; los patrones vibratorios humanos cambian diariamente. Sus fotos del aura van a cambiar drásticamente y gran parte de su conexión con todos esos instrumentos que han medido parte de su campo de energía, cambiarán drásticamente. Como tal, muchos de ustedes van a experimentar emociones, o la ausencia de ellas, cuando esperaban lo contrario.

La oleada de energía sexual...

El anclaje final del espíritu en el cuerpo físico es lo que hemos denominado energía sexual. Les dijimos hace varios años que habría una oleada nueva de energía sexual en este planeta, una que haría palidecer la década de los sesenta. En ese tiempo, se presentó una gran oleada que pasó muy rápidamente y activó todo; esta activación es una reactivación de esa época. Ahora, a medida que vayan avanzando hacia ese nuevo nivel, irán soltando sus propios patrones de energía. Empezarán a permitir que su energía retorne a su estado normal, en vez de tratar de sujetarla dentro de un ser físico.

A medida que aprendan a hacer todo eso, irán descubriendo una nueva felicidad de estar vivos, y eso es la energía sexual. Van a descubrir una luz nueva en su sonrisa y les pedimos que, por favor, no le tengan miedo. Acójanla. Forma parte de la Humanidad que está evolucionando en este planeta a una velocidad increíble. Les decimos que a lo que nos referimos no solamente tiene que ver con el sexo y ciertamente tampoco con el acto sexual únicamente, porque el sexo representa una pequeña parte de esa energía. Ustedes trasmiten energía sexual cada vez que alguien ve su espíritu en su cuerpo físico. Cada vez que sonríen pueden trasmitir esa luz del Hogar. Están recibiendo un cableado nuevo, todos y cada uno, para que sus cuerpos físicos puedan contener más luz mientras recorren este planeta. Ustedes lo inventaron; no estaba predestinado. El destino del planeta Tierra está a punto de cobrar vida y todos ustedes están ahí, celebrando y gozando sus vidas.

Se están convirtiendo muy rápidamente en humanos nuevos... pues esto es por lo que han trabajado durante toda su vida. Muchos de ustedes han tenido que abrirse camino realmente para lograr llegar a esta vida específica, a veces incluso con padres que no los comprendían o atravesar por todo tipo de dificultades a medida que crecían, tan sólo para poder estar aquí en estos momentos... ¡Lo logramos!. ¡Lo lograron! Disfruten las próximas etapas. Si se asustan, acérquense y tómense de las manos y ayúdense mutuamente para dar el siguiente paso, de corazón en corazón... Este planeta se está convirtiendo en el cielo en la Tierra... Los dejamos con tres recordatorios sencillos:

* Trátense entre sí con el mayor respeto porque existen muchos dioses en este planeta.
* Cuídense el uno al otro y despejen mutuamente el camino cada vez que se presente la oportunidad.
* Sepan que este es un juego muy hermoso y juéguenlo unidos...



El nuevo sistema eléctrico del cuerpo ~ La evolución eléctrica/física. Steve Rother...

ENAMORATE DE TI...!!!...“ Nos hicieron creer....

 








“ Nos hicieron creer que el “gran amor”, sólo sucede una vez, generalmente antes de los 30 años. No nos contaron que el amor no es accionado, ni llega en un momento determinado.

Las personas crecen a través de la gente. Si estamos en buena compañía, es más agradable.
Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida sólo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en la vida merece cargar en las espaldas, la responsabilidad de completar lo que nos falta.

Nos hicieron creer en una fórmula llamada "dos en uno": dos personas pensando igual, actuando igual, que era eso lo que funcionaba. No nos contaron que eso tiene nombre: anulación. Que sólo siendo individuos con personalidad propia, podremos tener una relación saludable.

Nos hicieron creer que el casamiento es obligatorio y que los deseos fuera de término, deben ser reprimidos. Nos hicieron creer que los lindos y flacos son más amados.

Nos hicieron creer que sólo hay una fórmula para ser feliz, la misma para todos, y los que escapan de ella están condenados a la marginalidad.

No nos contaron que estas fórmulas son equivocadas, frustran a las personas, son alienantes, y que podemos intentar otras alternativas. ¡Ah!, tampoco nos dijeron que nadie nos iba a decir todo esto...... cada uno lo va a tener que descubrir solo. Y ahí, cuando estés muy enamorado de tí, vas a poder ser muy feliz y te vas a enamorar de alguien.

Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor …
… aunque la violencia, se practica a plena luz del día.....

John Lennon...
JOHN LENNON

...

 


La causa de los problemas no son los demás, ni el mundo de allá afuera, sino nuestra propia mente incapaz de concentrarse en el ahora, por estar siempre pensando en el pasado y preocupandose por el futuro...

Osho...

 


SI ENGAÑAS A ALGUIEN, PIERDES UNO DE LOS TESOROS MAS GRANDES DE LA VIDA... PIERDES LA CAPACIDAD PARA CONFIAR... PORQUE SIN CONFIANZA, EL AMOR ES IMPOSIBLE... (osho)..

LA OTRA MEDICINA... Océanos de sangre...

 





“…al perro de 10 kg se le extraen 485 g de sangre (toda)... se reemplaza por una inyección de 532 cc de agua de mar isotónica a 23 °… el animal presenta un abatimiento considerable…la tasa de glóbulos rojos baja a la mitad y la de hemoglobina más de un tercio. Tres días después ...el animal tiene una tristeza y un abatimiento extremo, el estado parece ser grave, con fiebre. Al cuarto día, la tasa de glóbulos rojos, de glóbulos blancos y de hemoglobina remontan considerablemente y el animal comienza a comer. La recuperación es rápida. Al octavo día, el animal está pletórico… Sodium, q así se llamaba el perro, vivió todavía otros cinco años antes de morir por accidente.”

El experimento, desarrollado por primera vez a finales del sigloXIX, en la Academia de Francia, Paris, ha sido reproducido después con éxito en varias ocasiones bajo supervisión acreditada y medica; la ultima documentada en 1975 a cargo de un equipo del Hospital de Tenerife.

Un hecho contrastado; unos resultados asombrosos aun antes de ser siquiera reflexionados; ¿por qué?; un perro (cualquier mamífero) sobrevive después de ser canjeada toda su sangre (en circulación-los tejidos siguen guardando su sangre-no ha sido desecado, claro) por agua de mar isotónica (reducida su salinidad hasta equipararla con la del medio interno del animal).

No solo eso; no solo sobrevive; es mucho mas; la salud del perro se restituye en pocos días y, es aún mayor q antes apenas transcurrida una semana; algo impensable si seguimos un procedimiento similar utilizando plasma sanguíneo en vez de una solución marina; bien conocido es q aquellos pacientes q requieren de transfusiones masivas de plasma o sangre padecen largos periodos de decaimiento antes de poder recuperar su antigua vitalidad, cuando esta no se pierda definitivamente.

Entonces; ¿es el agua de mar un sustitutivo de la sangre?; parece una idea disparatada; q fue, por otro lado, llevada a la práctica común en la Francia de principios del sigloXX; niños desnutridos, enfermos crónicos o ancianos, soldados heridos durante la 1ªGuerra Mundial; las inyecciones de agua de mar isotónica se distribuían a razón de 100,000 por año en París y 150,000 en el dispensario de Lyon.
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Y ahora estamos dando un paseo; por el jardín; hace un día de frio incluso para el nordeste francés; una serpiente a nuestros pies; nos sobresaltamos pero por poco tiempo; el frio la mantiene en un estado de letargo y, puesto q en realidad, somos unos apasionados de la biología, decidimos llevárnosla a casa; allí en la sala de estar, al calor del hogar, la serpiente va recobrando progresivamente su consciencia y movilidad.

Somos René, apasionado estudioso, autodidacta elucubrador de la biología; ontogénesis y evolución; y nos alcanza una súbita intuición; cuando los reptiles aparecieron en la Tierra las temperaturas eran más elevadas q en la actualidad; sus organismos sirven para preservar las condiciones originales de su metabolismo celular; la conclusión; la variación animal tiene como objeto proteger la constante vital original de los cambios del mundo exterior.
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Según la La academia de ciencias francesa nadie después de Darwin, sino Rene Quinton, había hecho aportes tan relevantes en el campo de la biología. Teorías en su día confrontadas pero compatibles; como sintetiza Albert Dastre: “Darwin nos enseña que la obediencia a la ley de adaptación rige las formas animales. Quinton nos enseña que la resistencia a la adaptación rige la vida animal.”

Resistencia q desglosa en:
Ley de la Constancia Térmica (lo dicho)
Ley de la Constancia Marina: La vida animal, aparecida en estado de célula en los mares, tiende a mantener las células constitutivas en el medio marino de los orígenes.
Ley de la Constancia Osmótica (concentración salina)

Resumidas en la Ley de la Constancia General

Leyes para explicar lo concreto; dentro de una visión metafísica unitaria de toda vitalidad; fue el océano el q cobró vida; la propia célula no sería más q un microsistema oceánico; no somos más q parcelas del originario maná oceánico; como ha sido constatado, solo en una solución marina (fuera del cuerpo) podrá sobrevivir un glóbulo blanco.
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Así q, como habrán podido inferir, es el propio Quinton; esa clase de tipo q se lleva serpientes a casa; el mismo cuya obra fue un día comparada a la de Darwin; el mismo q eclipso en vida a Pasteur; aquel quien teoriza e inicia los tratamientos a base de agua marina parcialmente diluida en agua dulce; según ha quedado reportado, con evidente éxito.

Entonces… ¿por qué ha caído su obra en el olvido y sus prácticas en la marginalidad terapéutica? Cierto es q, tal vez, sus planteamientos teóricos no cuenten con suficiencia científica pero, el método funciona; las razones habrá q buscarlas allá donde siempre, si a temas sanitarios nos referimos a partir del siglo XX; en la industria farmacéutica y su corazón caníbal; el “éxito de los avances médicos” del último siglo no admite un análisis serio pero aún así es artículo de fe para la comunidad científica o no; sustentado por una implacable, omnipresente y alienante “terapia de marketing”; algo así ocurre cuando ponemos la MTV y creemos estar escuchando música.

El enfoque bacteriano a partir de los descubrimientos de Pasteur ha ido monopolizando la medicina moderna hasta nuestros días y aunque precisara de una futura reflexión, es realmente retorcido, grosero o simplemente parcial, sesgado y deformado; el propio Pasteur, aunque es frecuentemente olvidado, afirmaba q lo importante es el terreno; esto es, el cuerpo; y q por tanto, al igual q Quinton con su plasma marino o, en general, cualquier terapia natural, la meta del tratamiento debe ir encaminada a restituir sus originarios parámetros de equilibrio y nutrición.

El agua de mar de puede conferir vitalidad y energía al cuerpo dañado y existe en abundancia; en demasiada abundancia para ser comercializada.

“El océano, imperio sin límites de la estabilidad química y térmica, pero también ámbito de la movilidad mecánica e iónica, es un medio por excelencia. En el seno de su agua madre, todos los elementos están más o menos presentes. En esta formidable masa fluida, enriquecida por todas las sales arrancadas a las rocas de los fondos o aportadas por los ríos, cada litro es "panatómico", es decir que contiene la totalidad de los elementos existentes.

Esa masa recibe especialmente la luz y capta todas las energías. Eternamente removida y penetrada por el aire, atravesada en su transparencia por las radiaciones y los efluvios cósmicos, vibrante y tibia, pone en comunicación a todos los elementos con las fuerzas universales. Así es el océano, y sólo él, es capaz de dar a luz a la vida terrestre.” Henry Diffin

Reflexión...

 


Las Peleas con otros,surgen,cuando estamos fuera de nosotros mismos,cuando no logramos el equilibrio interior,porque vamos acumulando basura dentro nuestro y esa basura hay que sacarla fuera...En cambio,una persona que se haya conquistado a sí misma, se ha convertido en un auto-conquistador, no tiene conflicto interno, la guerra ha cesado... Él es uno en su interior, no hay dos,se ha unificado... Tal hombre nunca proyectará, tal hombre no peleará con nadie más...Ya no lo necesita...

El FeDÓn...

miércoles, 2 de febrero de 2011

 


Últimos momentos en la vida de Sócrates
A mí me llama ya ahora el destino, diría un héroe de tragedia, y casi es la hora del encaminarme al baño, pues me parece mejor beber el veneno una vez lavado y no causar a las mujeres la molestia de lavar un cadáver.

Al acabar de decir esto, le preguntó Critón:

-Está bien, Sócrates. Pero ¿qué es lo que nos encargas hacer a éstos o a mí, bien con respecto a tus hijos o con respecto a cualquier otra cosa, que pudiera ser más de tu agrado si lo hiciéramos?

-Lo que siempre estoy diciendo, Critón -respondió- nada nuevo. Si os cuidáis de vosotros mismos, cualquier cosa que hagáis no sólo será de mi agrado, sino también del agrado de los míos y del propio vuestro, aunque ahora no lo reconozcáis. En cambio, si os descuidáis de vosotros mismos y no quereis vivir siguiendo, por decirlo así, las huellas de lo que ahora y en el pasado se ha dicho, por más que ahora hagáis muchas vehementes promesas, no conseguiréis nada.

-Descuida -replicó- que pondremos nuestro empeño en hacerlo así. Pero ¿de qué manera debemos sepultarte?

-Como queráis -respondió-, si es que me cogéis y no me escapo de vosotros. Y, a la vez que sonreia serenamente, nos dijo, dirigiendo su mirada hacia nosotros: no logro, amigos, convencer a Critón de que yo soy ese Sócrates que conversa ahora con vosotros y que ordena cada cosa qué se dice, sino que cree que soy aquel que verá cadáver dentro de un rato, y me pregunta por eso cómo debe hacer mi sepelio. Y el que yo desde hace rato esté dando muchas razones para probar que, en cuanto beba el veneno, ya no permaneceré con vosotros, sino que me iré hacia una felicidad propia de bienaventurados, parécele vano empeño y que lo hago para consolaros a vosotros al tiempo que a mí mismo. Así que - agregó - salidme fiadores ante Critón, pero de la fianza contraria a la que éste presentó ante los jueces. Pues éste garantizó que yo permanecería. Vosotros garantizad que no permaneceré una vez que muera, sino que me marcharé para que así Critón lo soporte mejor, y al ver quemar o enterrar mi cuerpo no se irrite como si yo estuviera padeciendo cosas terribles, ni diga durante el funeral que expone, lleva a enterrar o está enterrando a Sócrates.Pues ten bien sabido, oh excelente Critón - añadió - que el no hablar con propiedad no sólo es una falta en eso mismo, sino también produce mal en las almas. Ea, pues, es preciso que estés animoso, y que digas que es mi cuerpo lo que sepultas, y que lo sepultas como a ti te guste y pienses que está más de acuerdo con las costumbres.

Al terminar de decir esto, se levantó y se fue a una habitación para lavarse. Critón le siguió, pero a nosotros nos mandó que le esperáramos allí. Esperámos, pues, charlando entre nosotros sobre lo dicho y volviéndolo a considerar, a ratos, tambien comentando cuán grande era la desgracia que nos había acontecido, pues pensábamos que íbamos a pasar el resto de la vida huérfanos, como si hubiéramos sido privados de nuestro padre. Y una vez que se hubo lavado y trajeron a su lado a sus hijos - pues tenía dos pequeños y uno ya crecido - y llegaron también las mujeres de su familia, conversó con ellos en presencia de Critón y, después de hacerles las recomendaciones que quiso, ordenó retirarse a las mujeres y a los niños, y vino a reunirse con nosotros. El sol estaba ya cerca de su ocaso, pues había pasado mucho tiempo dentro. Llegó recién lavado, se sentó, y después de esto no se habló mucho. Vino el servidor de los Once y, deteniéndose a su lado, le dijo:

-Oh Sócrates, no te censuraré a ti lo que censuro a los demás, el que se irritan contra mí y me maldicen cuando les transmito la orden de beber el veneno que me dan los magistrados. Pero tú, lo he reconocido en otras ocasiones durante todo este tiempo, eres el hombre más noble, de mayor mansedumbre y mejor de los que han llegado aquí, y ahora también bien sé que no estás enojado conmigo, sino con los que sabes que son los culpables. Así que ahora, puesto que conoces el mensaje que te traigo, salud, e intenta soportar con la mayor resignación lo necesario. Y rompiendo a llorar, dióse la vuelta y se retiró.

Sócrates, entonces, levantando su mirada hacia él, le dijo:

-También tú recibe mi saludo, que nosotros así lo haremos. -Y, dirigiéndose después a nosotros, agregó--: ¡Qué hombre tan amable! Durante todo el tiempo que he pasado aquí vino a verme, charló de vez en cuando conmigo y fue el mejor de los hombres. Y ahora ¡qué noblemente me llora! Así que, hagámosle caso, Critón, y que traiga alguno el veneno, si es que está triturado. Y si no que lo triture nuestro hombre.

-Pero, Sócrates -le dijo Critón:- el sol, según creo, está todavía sobre las montañas y aún no se ha puesto. Y me consta, además, que ha habido otros que lo han tomado mucho después de haberles sido comunicada la orden, y tras haber comido y bebido a placer, y algunos, incluso, tras haber tenido contacto con aquellos que deseaban. Ea pues, no te apresures, que todavía hay tiempo.

-Es natural que obren así, Critón -repuso Sócrates-, ésos que tú dices, pues creen sacar provecho al hacer eso. Pero también es natural que yo no lo haga, porque no creo que saque otro provecho, al beberlo un poco después, que el de incurrir en ridículo conmigo mismo, mostrándome ansioso y avaro de la vida cuando ya no me queda ni una brizna. Anda, obedéceme - terminó - y haz como te digo.

Al oírle, Critón hizo una señal con la cabeza a un esclavo que estaba a su lado. Salió éste, y despues de un largo rato regresó con el que debía darle el veneno, que traía triturado en una copa. Al verle, Sócrates le preguntó:

-Y bien, buen hombre, tú que entiendes de estas cosas, ¿qué debo hacer?

-Nada más que beberlo y pasearte - le respondió - hasta que se te pongan las piernas pesadas, y luego tumbarte. Así hará su efecto.

Y, a la vez que dijo esto, tendió la copa a Sócrates.

Tomóla éste con gran tranquilidad, Equécrates, sin el más leve temblor y sin alterarse en lo más minimo ni en su color ni en su semblante, miró al individuo de reojo como un toro, según tenía por costumbre, y le dijo:


-¿Qué dices de esta bebida con respecto a hacer una libación a alguna divinidad? ¿Se puede o no?

-Tan sólo trituramos, Sócrates - le respondió - la cantidad que juzgamos precisa para beber.

-Me doy cuenta - contestó -. Pero al menos es posible, y también se debe, suplicar a los dioses que resulte feliz mi emigración de aquí a allá. Esto es lo que suplico: ¡que así sea!

Y después de decir estas palabras, lo bebió conteniendo la respiración, sin repugnancia y sin dificultad.

Hasta este momento la mayor parte de nosotros fue lo suficientemente capaz de contener el llanto; pero cuando le vimos beber y cómo lo había bebido, ya no pudimos contenernos. A mí también, y contra mi voluntad, caíanme las lágrimas a raudales, de tal manera que, cubriéndome el rostro, lloré por mí mismo, pues ciertamente no era por aquél por quien lloraba, sino por mi propia desventura, al haber sido privado de tal amigo. Critón, como aún antes que yo no había sido capaz de contener las lágrimas, se habia levantado. Y Apolodoro, que ya con anterioridad no habia cesado un momento de llorar, rompió a gemir entonces, entre lágrimas y demostraciones de indignación, de tal forma que no hubo nadie de los presentes, con excepción del propio Sócrates, a quien no conmoviera.

Pero entonces nos dijo:

-¿Qué es lo que hacéis, hombres extraños? Si mandé afuera a las mujeres fue por esto especialmente, para que no importunasen de ese modo, pues tengo oido que se debe morir entre palabras de buen augurio. Ea, pues, estad tranquilos y mostraos fuertes.

Y, al oirle nosotros, sentimos vergüenza y contuvimos el llanto. El, por su parte, después de haberse paseado, cuando dijo que se le ponían pesadas las piernas, se acostó boca arriba, pues así se lo había aconsejado el hombre. Al mismo tiempo, el que le había dado el veneno le cogió los pies y las piernas y se los observaba a intervalos. Luego, le apretó fuertemente el pie y le preguntó si lo sentía. Sócrates dijo que no. A continuación hizo lo mismo con las piernas, y yendo subiendo de este modo, nos mostró que se iba enfriando y quedándose rígido. Y siguióle tocando y nos dijo que cuando le llegara al corazón se moriría.

Tenia ya casi fría la región del vientre cuando, descubriendo su rostro -pues se lo había cubierto -, dijo éstas, que fueron sus últimas palabras:

-Oh Critón, debemos un gallo a Asclepio. Pagad la deuda, y no la paséis por alto.

-Descuida, que asi se hará - le respondió Critón -. Mira si tienes que decir algo más.

A esta pregunta de Critón ya no contestó, sino que, al cabo de un rato, tuvo un estremecimiento, y el hombre le descubrió: tenía la mirada inmóvil. Al verlo, Critón le cerró la boca y los ojos.

Asi fue, oh Equécrates, el fin de nuestro amigo, de un varón que, como podriamos afirmar, fue el mejor a más de ser el más sensato y justo de los hombres de su tiempo que tratamos.

FIN

El FeDÓn...

 


SEPTIMA PARTE
El mito final
[107a-114e]
-Pues bien, amigos -prosiguió Sócrates-, justo es pensar también en que, si el alma es inmortal, requiere cuidado no en atención a ese tiempo en que transcurre lo que llamamos vida, sino en atención a todo el tiempo. Y ahora sí que el peligro tiene las trazas de ser terrible, si alguien se descuidara de ella. Pues si la muerte fuera la liberación de todo, sería una gran suerte para los males cuando mueren el liberarse a la vez del cuerpo y de su propia maldad juntamente con el alma. Pero desde el momento en que se muestra inmortal, no le queda otra salvación y escape de males que el hacerse lo mejor y más sensata posible. Pues vase el alma al Hades sin llevar consigo otro equipaje que su educación y crianza, cosas que, según se dice, son las que más ayudan o dañan al finado desde el comienzo mismo de su viaje hacia allá. Y he aqui lo que se cuenta: a cada cual, una vez muerto, le intenta llevar su propio genio, el mismo que le había tocado en vida, a cierto lugar, donde los que alli han sido reunidos han de someterse a juicio, para emprender después la marcha al Hades en compañía del guía a quien está encomendado el conducir allá a los que llegan de aquí. Y tras de haber obtenido alli lo que debían obtener y cuando han permanecido en el Hades el tiempo debido, de nuevo otro guía les conduce aquí, una vez transcurridos muchos y largos periodos de tiempo. Y no es ciertamente el camino, como dice el Télefo de Esquilo. Afirma éste que es simple el camino que conduce al Hades, pero el tal camino no se me muestra a mí ni simple, ni únìco, que en tal caso no habría necesidad de guías, pues no lo erraría nadie en ninguna dirección, por no haber más que uno. Antes bien, parece que tiene bifurcaciones y encrucijadas en gran número. Y lo digo tomando como indicios los sacrificios y los cultos de aquí. Así, pues, el alma comedida y sensata le sigue y no desconoce su presente situación, mientras que la que tiene un vehemente apego hacia el cuerpo, como dije anteriormente, y por mucho tiempo ha sentido impulsos hacia éste y el lugar visible, tras mucho resistirse y sufrir, a duras penas y a la fuerza se deja conducir por el genio a quien se le ha encomendado esto. Y una vez que llega adonde están las demás, el alma impura y que ha cometido un crimen tal como un homicidio injusto, u otros delitos de este tipo, que son hermanos de éstos y obra de almas hermanas, a ésa la rehúye todo el mundo y se aparta de ella, y nadie quiere ser ni su compañero de camino ni su guia, sino que anda errante, sumida en la mayor indigencia hasta que pasa cierto tiempo, transcurrido el cual es llevada por la necesidad a la residencia que le corresponde. Y, al contrario, el alma que ha pasado su vida pura y comedidamente alcanza como compañeros de viaje y guías a los dioses, y habita en el lugar que merece. Y tiene la tierra muchos lugares maravillosos, y no es, ni en su forma ni en su tamaño, tal y como piensan los que están acostumbrados a hablar sobre ella, según me ha convencido alguien.

-¿Qué quieres decir con esto, Sócrates? -le preguntó entonces Simmias-. Sobre la tierra, es cierto, también he oído yo contar muchas cosas, pero, con todo, no he oído decir eso que a ti te convence. Asi que te lo escucharía con gusto.

-Ciertamente, Simmias, no me parece que sea preciso el arte de Glauco para exponerte lo que es. Sin embargo, al demostrar que es verdad, según mi modo de ver, es demasiado difícil, incluso para el arte de Glauco; y a la vez quizá no fuera yo capaz de hacerlo, y aunque lo supiera hacer, mi vida, Simmias, me parece que no sería suficiente para la extensión del relato. Con todo, nada me impide decir cómo, según mi convicción, es la forma de la tierra y cómo son sus lugares.

-Pues eso basta -replicó Simmias.

-Pues bien, estoy convencido -comenzó Sócrates-, en primer lugar, de que, si la tierra está en el centro del cielo y es redonda, no necesita para nada el aire ni ninguna otra necesidad de este tipo para no caer, sino que se basta para sostenerla la propia homogeneidad del cielo consigo mismo en todas sus partes y la igualdad de peso de la propia tierra. Pues un objeto que tiene en todas sus partes igualdad de peso, colocado en medio de algo homogeneo, no podrá inclinarse más o menos en una u otra dirección, sino que quedará inmóvil en la misma posición. He aquí lo primero - dijo - de lo que estoy convencido.

-Y con razón -replicó Simmias.

-Pero además lo estoy -continuó- de que es algo sumamente grande, y de que nosotros, los que vivimos desde Fáside a las Columnas de Heracles, habitamos en una minúscula porción, agrupados en torno al mar como hormigas o ranas alrededor de una charca; y, asimismo, de que hay otros muchos hombres en otros sitios que viven en lugares semejantes. Pues hay alrededor de la tierra por todas partes muchas cavidades de muy diferente forma y tamaño, en las que han confluido el agua, la niebla y el aire. En cuanto a la tierra, está situada pura en el cielo puro, en el que se encuentran los astros y al que llaman éter la mayoria de los que suelen hablar de estas cuestiones. De él precisamente son sedimento aquellos elementos que confluyen siempre en las cavidades de la tierra. Y en dichas cavidades vivimos nosotros sin advertirlo, creyendo que habitamos arriba, en la superficie de la tierra, de la misma manera que uno que habitara en el fondo del piélago creería morar en su superficie y pensaría, al ver el sol y los demás astros a través del agua, que el mar era el cielo, sin que jamás por culpa de su torpeza y debilidad hubiera llegado a flor del mar, ni visto, sacando la cabeza fuera del agua y dirigiéndola en dirección a este lugar de aquí, cuánto más puro y más bello es que aquel en que ellos viven, ni tampoco se lo hubiera oido contar a otro que lo hubiera visto. Y esto es precisamente lo mismo que nos ocurre a nosotros: a pesar de que vivimos en una concavidad de la tierra, creemos que habitamos sobre ella y llamamos al aire cielo, como si verdaderamente lo fuera y a través de él se movieran los astros. Y en esto también el caso es el mismo: por debilidad y torpeza somos incapaces de atravesar el aire hasta su extremo; pues, si alguien llegara a su cumbre, o saliéndole alas se remontara volando, y divisara las cosas de allí, levantando la cabeza tal y como la levantan los peces desde el mar para ver las cosas de aquí, en el supuesto de que fuera capaz su naturaleza para resistir esta contemplación, reconocería que aquello es el verdadero cielo, la verdadera luz y la verdadera tierra. Pues esta tierra, estas piedras y todo el lugar de aquí está echado a perder y corroido, como lo están por el agua salada las cosas del mar, en la que no se produce nada digno de mención ni, por decirlo así, perfecto, sino tan sólo hendiduras, arena, fango en cantidades inmensas y cenagales, incluso donde hay tierra; nada, por consiguiente, que pueda considerarse valioso en lo más mínimo en comparación con las bellezas que hay entre nosotros. Pero mucho mayor aún se mostraría la ventaja que sacan a su vez aquellas cosas a las que hay entre nosotros. Y si está bien contar un mito ahora, vale la pena escuchar, oh Simmias, cómo son las cosas que hay sobre la tierra inmediatamente debajo del cielo.

-Pues, a decir verdad, Sócrates dijo Simmias -, por nuestra parte escucharíamos con gusto ese mito.

-Pues bien, amigo -empezó Sócrates-, se dice, en primer lugar, que la tierra se presenta a la vista, si alguien la contempla desde arriba, como las pelotas de doce pieles, abigarrada, con franjas de diferentes colores, siendo los que hay aquí y emplean los pintores algo así como muestras de aquellos. Allí, en cambio, la tierra entera está formada tales colores y de otros, aún mucho más resplandecientes y puros que éstos: una parte es de púrpura y de maravillosa belleza, otra de color de oro, la otra completamente blanca, más blanca que el yeso o la nieve; y de igual manera está compuesta de los restantes colores y de otros aún mayores en número y más bellos que cuantos hemos visto nosotros, pues incluso sus propias cavidades, que están llenas de agua y de aire, proporcionan un tono especial de color que brilla en medio del abigarramiento de los demás, de tal suerte que ofrece un aspecto unitario continuamente abigarrado. Y siendo ella asi, lo que en ella nace está en proporción, árboles, flores y frutos. E igualmente sus montañas y sus piedras son en la misma proporción más bellas en tersura, diafanidad y color. De ellas precisamente son fragmentos esas piedrecillas de aquí tan apreciadas: las coralinas, los jaspes, las esmeraldas y demás piedras preciosas. Allí por el contrario, no hay nada que no sea igual, o aún más bello que éstas. Y la causa es que aquellas piedras son puras y no están corroídas ni estropeadas como las de aquí por la podredumbre y la salobridad debidas a los elementos que aquí confluyen y que tanto a las piedras como a la tierra y, asimismo, a animales y plantas producen deformidades y enfermedades. Mas la verdadera tierra está adornada con todos estos primores, a los que hay que añadir el oro, la plata y demás cosas de este tipo. Son éstas brillantes por naturnleza, pero como son muchas en número Y grandes, y se encuentran por todas las partes de la tierra, resulta que el verla es un espectáculo propio de bienaventurados espectadores. Y hay en ella muchos seres vivos, entre los cuáles hay tambien hombres que habitan, unos en el interior, otros alrededor del aire, de la misma manera que nosotros vívimos alrededor del mar, otros en islas que circunda el aire y que están cerca del continente. En una palabra: lo que para nosotros es el agua y el mar con respecto a nuestras necesidades, allí lo es el aire; y lo que para nosotros es el aire, para aquéllos es el éter. Y tienen las estaciones del año una temperatura tal, que aquéllos están exentos de enfermedades y viven mucho más tiempo que los de aquí. Y en lo tocante a la vista, el oido, la inteligencia y todas las facultades de este tipo, media entre ellos y nosotros la misma distancia que hay entre el aire y el agua, o el éter y el aire en lo que respecta a pureza. Tienen también recintos sagrados de los dioses y templos, en los que los dioses habitan realmente, y entre ellos y éstos se producen mensajes, profecias, apariciones divinas y tratos semejantes. Ven, además, el sol, la luna y las estrellas tal como son en realidad, y el resto de su bienaventuranza sigue en todo a esto. Tal es la constitución de la tierra en su totalidad y la de lo que rodea a la tierra. Pero hay en ella, en toda su periferia, conforme a sus cavidades muchos lugares: unos son más profundos y más abiertos que aquel en que vivimos; otros son más profundos, pero tienen la abertura más pequeña que la de nuestro lugar, y los hay también que son menores en profundidad que el de aquí y más anchos. Todos estos lugares están en muchas partes comunicados entre sí bajo tierra mediante orificios, unos más anchos y otros más estrechos, y tienen, asimismo, desagües, por los que corre de unos a otros, como si se vertiera en cráteras, mucha agua. La magnitud de estos ríos eternos que hay bajo tierra es inmensa y sus aguas son calientes y frías. Hay tambien fuego en abundancia y grandes ríos de fuego, como asimismo los hay en gandes cantidades de fango líquido más claro o más cenagoso, como esos ríos de cieno que corren en Sicilia antes de la lava, y también el propio torrente de lava. De éstos, precisamente, se llenan todos los lugares, según les llega en cada ocasión, a cada uno la corriente circular. Y todos estos ríos se mueven hacia arriba y hacia abajo, como si hubiera en el interior de la tierra una especie de movimiento de vaivén. Y dicho movimiento de vaivén se debe a las siguientes condiciones naturales. Una de las simas de la tierra, aparte de ser la más grande, atraviesa de extremo a extremo toda la tierra. Es ésa de que habla Homero, cuando dice:

Muy lejos, allí donde bajo tierra está el abismo más profundo

y que en otros pasajes él y otros muchos poetas han denominado Tártaro. En esta sima confluyen todos los ríos y de nuevo arrancan de ella. Cada uno de ellos, por otra parte, se hace tal y como es la tierra que recorre. Y la causa de que todas las corrientes tengan su punto de partida y de llegada ahí es la de que ese líquido no tiene ni fondo ni lecho. Por eso oscila y, se mueve hacia arriba y hacia abajo. Y lo mismo hacen el aire y el viento que lo rodea. Pues le sigue siempre, tanto cuando se lanza hacia la parte de allá de la tierra como cuando se lanza hacia la parte de acá; y, de la misma manera que el aire de los que respiran forma siempre una corriente espiratoria o inspiratoria, allí tambien, oscilando al mismo tiempo que el liquido, da lugar a terribles e inmensos vendavales, tanto al entrar como al salir. Así, pues, cuando se retira el agua hacia el lugar que llamamos inferior, las corrientes afluyen hacia las regiones de allá a través de la tierra, y las llenan de una forma similar a como hacen los que riegan. En cambio, cuando se retiran de allí y se lanzan hacia acá, llenan a su vez las regiones de aquí, y en las partes que han quedado llenas discurren a través de canales y de la tierra, y cada una de ellas llega a los lugares hacia los que tiene hecho camino formando mares, lagunas, ríos y fuentes. De aqui, sumergiéndose de nuevo en la tierra, tras dar las unas mayores y más numerosos rodeos, y las otras menos numerosos y más cortos, desembocan de nuevo en el Tártaro, algunas mucho más abajo de donde se había efectuado el riego, otras un poco solamente. Pero todas tienen su punto de llegada más abajo que el de partida, algunas completamente enfrente del lugar de donde habían salido, otras hacia la misma parte. Algunas hay también que dan una vuelta completa, enroscándose una o varias veces alrededor de la tierra como las serpientes, y que, tras descender todo lo que pueden, desembocan de nuevo. Y en uno y otro sentido es posible descender hasta el centro, más allá no, pues una y otra parte quedan cuesta arriba para ambas corrientes. Las restantes corrientes son muchas, grandes y de todas clases, pero en esta gran multitud se distinguen cuatro. De ellas es la mayor el llamado Océano, cuyo curso circular es el más externo. Enfrente de éste corre en sentido contrario el Aqueronte, que, además de recorrer lugares desérticos y pasar bajo tierra, llega a la laguna Aquerusíade, adonde van a parar la mayoría de los muertos y, trás pasar allí el tiempo marcado por el destino, unas más corto y otras más largo, son enviadas de nuevo a las generaciones de los seres vivos. Un tercer río brota entre medias de éstos, y cerca de su nacimiento va a parar a un gran lugar consumido por ingente fuego, formando un lago, mayor que nuestro mar, de agua y cieno hirviente. De allí, turbio y cenagoso, avanza en círculo y, después de rodear en espiral la tierra, llega entre otras partes a los confines de la laguna Aquerusíade sin mezclarse con el agua de ésta; desemboca en la parte más baja del Tártaro, habiendo dado muchas vueltas bajo tierra. Este es el que llaman Piriflegetonte, cuyas corrientes de lava despiden fragmentos incluso en la superfcie de la tierra alli donde encuentran salida. Y, a su vez. enfrente de éste hay un cuarto río que aboca primero a un lugar terrible y agreste, según se cuenta, que tiene en su totalidad un color como el del lapislázuli. A este lugar le llaman Estigio, y a la laguna que forma el rio, al desaguar en él, Estigia. Tras haberse precipitado aquí, y después de haber adquirido en su agua terribles poderes, se hunde en la tierra, avanza dando giros en dirección opuesta al Piriflegetonte y se encuentra con él de frente en la laguna Aquerusíade. Y tampoco el agua de este río se mezcla con ninguna, sino que, después de habcr hecho un recorrido circular, desemboca en el Tártaro por el lado opuesto al del Piriflegetonte. Su nombre es, según dicen los poetas, Cócito. Siendo tal como se ha dicho la naturaleza de estos parajes, una vez qne los finados llegan al lugar a que conduce a cada uno su genio, son antes que nada sometidos a juicio, tanto los que vivieron bien santamente como los que no. Los que se estima que han vivido en el término medio, se encaminan al Aqueronte, suben a las barcas que hay para ellos y, a bordo de éstas, arriban a la laguna, donde moran purificándose; y mediante la expiación de sus delitos, si alguno ha delinquido en algo, son absueltos, recibiendo asimismo cada uno la recompensa de sus buenas acciones conforme a su mérito. Los que, por el contrario, se estima que no tienen remedio por causa de la gravedad de sus yerros, bien porque hayan cometido muchos y grandes robos sacrílegos, u homicidios injustos e ilegales en gran número, o cuantos demás delitos hay del mismo género, a ésos el destino que les corresponde les arroja al Tártaro, de donde no salen jamás. En cambio, quienes se estima que han cometido delitos que tienen remedio, pero graves, como, por ejemplo, aquellos que han ejercido violencia contra su padre o su madre en un momento de cólera, pero viven el resto de su vida con el arrepentimiento de su acción, o bien se han convertido en homicidas en forma similar, éstos habrán de ser precipitados en el Tártaro por necesidad; pero, una vez que lo han sido y han pasado allí un año, los arroja afuera el oleaje: a los homicidas frente al Cócito, y a los que maltrataron a su padre o a su madre frente al Piriflegetonte. Y una vez que, llevados por la corriente, llegan a la altura de la laguna Aquerusíade, llaman entonces a gritos, los unos a los que mataron, los otros a quienes ofendieron, y después de llamarlos les suplican y les piden que les permitan salir a la laguna y les acojan. Si logran convencerlos, salen y cesan sus males; si no, son llevados de nuevo al Tártaro y de aquí otra vez a los ríos, y no cesan de padecer este tormento hasta que consiguen persuadir a quienes agraviaron. Tal es, en efecto, el castigo que les fue impuesto por los jueces. Por último, los que se estima que se han distinguido por su piadoso vivir son los que, liberados de estos lugares del interior de la tierra y escapando de ellos como de una prisión, llegan arriba a la pura morada y se establecen sobre la tierra. Y entre éstos, los que se han purificado de un modo suficiente por la filosofía viven completamente sín cuerpos para toda la eternidad, y llegan a moradas aún más bellas que éstas, que no es fácil describir, ni el tiempo basta para ello en el actual momento. Pues bien, oh Simmias, por todas estas cosas que hemos expuesto, es menester poner de nuestra parte todo para tener participación durante la vida en la virtud y en la sabiduría, pues es hermoso el galardón y la esperanza grande. Ahora bien, el sostener con empeño que esto es tal como yo lo he expuesto, no es lo que conviene a un hombre sensato. Sin embargo, que tal es o algo semejante lo que ocurre con nuestras almas y sus moradas, puesto que el alma se ha mostrado como algo inmortal, eso sí estimo que conviene creerlo, y que vale la pena correr el riesgo de creer que es así. Pues el riesgo es hermoso, y con tales creencias es preciso, por decirlo así, encantarse a sí mismo; razón ésta por la cual me estoy extendiendo yo en el mito desde hace rato. Así que, por todos estos motivos, debe mostrarse animoso con respecto de su propia alma todo hombre que durante su vida haya enviado a paseo los placeres y ornatos del cuerpo, en la idea de que eran para él algo ajeno, y en la convicción de que producen más mal que bien; todo hombre que se haya afanado, en cambio, en los placeres que versan sobre el aprender y adornada su alma, no con galas ajenas, sino con las que le son propias: la moderación, la justicia, la valentía, la libertad, la verdad; y en tal disposición espera ponerse en camino del Hades con el convencimiento de que lo emprenderá cuando le llame el destino. Vosotros, Oh Simmias, Cebes y demás amigos, os marcharéis después cada uno en un momento dado...

El FeDÓn...

 


SEXTA PARTE
Pruebas basadas en críticas a Simil lira (Simmias) y Simil tejedor (Cebes)
Fedón [84c-107a]
-¿Qué? ¿Acaso os parece que lo dicho no ha quedado completo? Pues muchos puntos quedan aún que pueden dar pie a sospechas y reparos, si es que verdaderamente se ha de hacer una exposición, satisfactoria Si es otra cosa lo que consideráis, estoy hablando en vano; mas si es sobre algo de lo expuesto donde radica vuestra duda, no vaciléis, tomad vosotros la palabra y exponed la cuestión según os parezca que seria mejor dicha, tomándome a mí, a vuestra vez, como interlocutor, si creéis que con mi ayuda vais a tener más oportunidades de encontrar una solución.

Simmias, entonces, le respondió:

-Pues bien, Sócrates, te diré la verdad. Desde hace un rato estamos uno y otro en duda, y nos empujamos y nos animamos mutuamente a preguntarte, porque, si bien estamos deseosos de oirte, no nos atrevemos a importunarte, por temor a que nuestras preguntas te desagraden, dada la presente desdicha.

Al oirle, Sócrates sonrió levemente y respondió:

-¡Ay, Simmias! Difícilmente, no cabe duda, podré persuadir a los demás de que no tengo por desdicha la presente situación, cuando ni siquiera a vosotros os puedo persuadir de ello, y teméis que me encuentre ahora de peor humor que en el resto de mi vida. Es más; al parecer, en lo que respecta a dotes adivinatorias, soy, en vuestra opinión, inferior a los cisnes, que, una vez que danse cuenta de que tienen que morir, aun cuando antes también cantaban, cantan entonces más que nunca y del modo más bello, llenos de alegría porque van a reunirse con el dios del que son siervos. Mas los hombres, por su propio miedo a la muerte, calumnian incluso a los cisnes y dicen que,lamentando su muerte, entonan, movidos de dolor un canto de despedida, sin tener en cuenta que no hay ningún ave que cante cuando tiene hambre, frío o padece algún otro sufrimiento, ni el propio ruiseñor, ni la golondrina, ni la abubilla, que, según dicen, cantan deplorando su pena. Pero, a mi modo de ver, ni estas aves ni tampoco los cisnes cantan por dolor, sino que, según creo, como son de Apolo, son adivinos, y por prever los bienes del Hades cantan y se regocijan aquel día, como nunca lo hicieran hasta entonces. Y en lo que a mí respecta, me considero compañero de esclavitud de los cisnes y consagrado al mismo dios, y en no peores condiciones que ellos en lo tocante a la facultad de adivinar que otorga mi señor, ni tampoco en mayor acatimiento que ellos por abandonar la vida. Por esta razón, pues, debéis hablar y preguntarme lo que queráis, mientras lo permitan los Once de Atenas.

-Dices bien -repuso Simmias-. Así que te voy a decir mi duda, y éste, a su vez, te dirá en qué no admite lo expuesto. A mí me parece, oh Sócrates, sobre las cuestiones de esta índole tal vez lo mismo que a ti, que un conocimiento exacto de ellas es imposible o sumamente dificil de adquirir en esta vida, pero que el no examinar por todos los medios posibles lo que se dice sobre ellas, o el desistir de hacerlo, antes de haberse cansado de considerarlas bajo todos los puntos de vista, es propio de hombre muy cobarde. Porque lo que se debe conseguir con respecto a dichas cuestiones es una de estas cosas: aprender o descubrir por uno mismo qué es lo que hay de ellas, o bien, si esto es imposible, tomar al menos la tradicón humana mejor y más difícil de rebatir y, embarcándose en ella, como en una balsa, arriesgarse a realizar la travesía de la vida, si es que no se puede hacer con mayor seguridad y menos peligro en navío más firme, como, por ejemplo, una revelación de la divinidad. Así, pues, yo, por mi parte, no tendré vergüenza de preguntarte, ya que tú nos invitas a ello, nì me echaré en cara después que ahora no te dije mi opinión. Porque a mí, oh Sócrates, tras haber considerado conmigo mismo y con éste lo expuesto, no me parece que haya quedado suficientemente demostrado.

-Tal vez, amigo dijo Sócrates-, lo que te parece sea verdad. Ea, pues, di en qué te parece que hay deficiencia.

-En esto, creo yo -repuso Simmias-: en el hecho de que sobre la armonía, la lira y las cuerdas se podría emplear el mismo argumento, a saber, que la armonía es algo indivisible, incorpóreo, completamente bello y divino que hay en la lira afinada, pero que la lira en sí y las cuerdas son cuerpos, cosas materiales, compuestas, terrestres y emparentadas con lo mortal.

Así, pues, supongamos que, una vez que se rompe o se corta la lira y se arrancan sus cuerdas, alguien sostiene, empleando el mismo argumento que tú, que es necesario que exista todavía aquella armonía y que no se haya perdido. Porque sería de todo punto imposible que dijera que si bien la lira existe todavia, aun cuando hayan sido arrancadas sus cuerdas, y siguen también existiendo éstas que son mortales, en tanto que la armonía, en cambio, que tiene la misma naturaleza que lo divino e inmortal, y con ello está emparentada, perece antes que lo mortal. Antes bien, lo que aquél diría es que es necesario que la armonia exista aún en alguna parte, y que las maderas y cuerdas se pudren antes de que a aquélla le ocurra nada. Pues bien, Sócrates, creo que tú también has pensado que es precisamente así, sobre poco más o menos, como nosotros creemos que es el alma, es decir, que estando nuestro cuerpo, valga la palabra, tensado y sostenido por lo caliente y lo frío, lo seco y lo húmedo y algunos opuestos similares, nuestra alma es la mezcla y la armonía de éstos, una vez que se han mezclado bien y proporcionalmente entre sí. Así, pues, si resulta que el alma es una especie de armonía, está claro que, cuando nuestro cuerpo se relaja o se tensa en exceso por las enfermedades o demás males, se presenta al punto la necesidad de que el alma, a pesar de ser sumamente divina, se destruya como las demás armonías existentes en los sonidos y en las obras artísticas todas, en tanto que los restos de cada cuerpo perduran mucho tiempo, hasta que se les quema o se pudren. Mira, por consiguiente, qué vamos a responder a este argumento, en el caso de que alguien pretenda que el alma, por ser la mezcla de los elementos del cuerpo, es la primera que perece en lo que llamamos muerte.

Mirándole entonces Sócrates fijamente, como acostumbraba las más de las veces, le dijo sonriendo:

-Justo es, ciertamente, lo que dice Simmias. Así, pues, si alguno de vosotros se encuentra en mayor abundancia de recursos que yo, ¿por qué no le ha contestado ya? Pues no parece hombre que acometa a la ligera el argumento. No obstante, me parece que, antes de dar una respuesta, es preciso oír a Cebes qué es lo que a su vez censura al argumento, a fin de que, con tiempo por medio, deliberemos qué es lo que vamos a responder. Después, tras de haberles escuchado les daremos la razón, en el caso de que nos parezca que van acordes, y, si no, es el momento ya de defender el argumento. Ea, pues, Cebes -le animó-, di qué fue lo que a ti te perturbaba.

-Ahora lo diré -dijo Cebes-. Para mí es evidente que el razonamiento se encuentra aún en el mismo punto, y que es susceptible de la misma censura que le hacíamos anteriormente. El que nuestra alma existía, antes incluso de venir a parar a esta forma, es algo que no me vuelve atrás en afirmar que ha quedado demostrado de un modo que me place sumamente, y, si no es molesto el decirlo, convincente por completo. Pero el que, una vez muertos nosotros, sigue existiendo en alguna parte, ya no me lo parece así. Mas tampoco concedo a la objeción de Simmias que el alma es algo menos consistente y menos duradero que el cuerpo: en todos estos puntos me parece que el alma es muy superior al cuerpo. Entonces, ¿por qué -me diría el razonamiento- persistes en tus dudas, ya que ves que, muerto el hombre, lo que es más débil continúa existiendo? ¿No crees que es necesario que lo más duradero siga mientras tanto conservándose? Atiende ahora a esto, a ver si es razonable lo que digo, pues, al parecer, también yo, como Simmias, necesito un símil. En efecto, a mi me parece que la anterior afirmación se hace de un modo parecido a como pudiera hacer alguien, a propósito de un viejo tejedor que ha muerto, la de que el individuo en cuestión no ha perecido, sino que conserva la existencia en alguna parte; presentara como prueba el hecho de que el manto que le cubría y que él mismo tejió se conserva y no ha perecido; preguntara, si alguno no le creía: "¿Cuál de estas dos cosas es más duradera, el género humano o el de los mantos que usa y lleva el hombre? y, al respondérsele que es mucho más duradero el género de los hombres, se figurara que había quedado demostrado que, con mucha mayor razón, el hombre conserva la existencia, puesto que lo menos duradero no ha perecido. Pero esto, oh Simmias, creo que no es así. Examina también tú lo que digo. Todo el mundo reconocería que dice una necedad el que tal cosa sostiene. En efecto, el tejedor de nuestro ejemplo, que ha gastado y ha tejido muchos mantos semejantes,perece después de aquéllos, que son muchos, pero antes del último, y no por esto hay mayor razón para pensar que el hombre es inferior y más débil que un manto. Esta misma comparación, a mi entender, podría admitirla el alma con relación al cuerpo, y para mí seria evidente que se diría lo adecuado, si tal cosa se dijera de ambos: que el alma es más duradera y el cuerpo más débil y menos duradero. Pero asimismo habria de afirmarse que, si bien cada una de las almas desgasta muchos cuerpos, especialmente cuando la vida dura muchos años -pues si el cuerpo fluye y se pierde, mientras el hombre está aún con vida, el alma, en cambio, constantemente vuelve a tejer lo deteriorado - no obstante, es necesario que, cuando el alma perezca se encuentre en posesión de su postrer tejido, y sea éste el único a quien precéda aquélla en su ruina. Y, aniquilada el alma, entonces mostrará ya el cuerpo su natural debilidad y, pudriéndose, desaparecerá pronto. De manera que aún no está justificado el confiar, por prestar fe a este argumento, en que, una vez que muramos, sigue existiendo nuestra alma en alguna parte. Pues, aunque se concediera a quien lo emplea más aún de lo que tú dices, otorgándole no sólo el que nuestras almas existían antes incluso de que nosotros naciéramos, sino tambien el que nada impide que que, una vez que hayamos muerto, las almas de algunos continúen existiendo en ese momento y más adelante, dando lugar a futuros nacimientos y nuevas muertes, pues es por naturaleza el alma algo tan consistente que puede resistir muchos nacimientos; ni aún haciéndole esta concesión, se le podria conceder que al alma no sufre en los múltiples nacimientos, y que, por último, no queda totalmente aniquilida en una cualquiera de esas muertes. Més esa muerte y esa separación del cuerpo que trae al alma la destrucción, habría que a que afirmar que nadie la conoce, pues es imposible para cualquiera de nosotros el darse cuenta de ello. Y si esto es así, nadie tiene derecho a mostrarse confiado ante la muerte sin que su confianza sea una insensatez, a no ser que pueda demostrar que el alma es algo completamente inmortal e indestructible. Pero si no puede, es necesario que el que está a punto de morir tema siempre respecto de su alma que, en el momento de su separación con el cuerpo, quede completamente destruida.

Después de oirles hablar, todos quedamos a disgusto,según nos confesamos más tarde mutuamente, porque parecía que, tras haber quedado nosotros sumamente convencidos por el razonamiento anterior, nos habían de nuevo puesto en confusión e infundido desconfianza, no sólo frente a los razonamientos hasta entonces dichos, sino también frente a los que iban a pronunciarse después, unida al recelo de que no fuéramos jueces de ninguna valia, o que la cuestión en sí se prestara a dudas.

EQUECRÁTES.-¡Por los dioses!, oh Fedón, que os disculpo. Pues tambiéa a mí al escucharte ahora se me ocurre decirme a mi mismo: ¿A qué argumento entonces daremos crédito? ¡Tan convincente que era el razonamiento que hizo Sócrates, y ahora se ha hundido en la incertidumbre! Pues me subyuga de manera extraordinaria, ahora y siempre, ese decir que nuestra alma es una especie de armonía y, al ser mencionado, me hizo recordar, por decirlo así, que éste habia sido también mi parecer. Y de nuevo, como al principio, estoy sumamente necesitado de cualquier otro argumento que me convenza de que el alma del que fallece no fallece junto con él. Así pues, dime, ¡por Zeus!, ¿cómo abordó Sócrates el razonamiento? Mostróse tambien él, como dices que estabaís vosotros, disgustado por algo, o acudió, por el contrario, con calma en ayuda de su argumento? ¿Fue eficaz la ayuda que le prestó o insuficiente? Explícanoslo todo en la forma más detallada que puedas.

FEDÓN.-En verdad, oh Equécrates, que, pese a haber admirado a Sócrates muchas veces, nunca le admiré más que en aquella ocasión que estuve a su lado. El que supiera encontrar una respuesta tal vez no tiene nada de extraño. Pero lo que más me maravilló de él fue, ante todo, con cuánto placer, benevolencia y deferencia acogió la argumentación de los jóvenes, luego, con cuánta penetración percibió el efecto que había producido en nosotros la argumentación de aquéllos. Y, por último, cuán bien supo curarnos. Estábamos en fuga y derrotados, por decirlo así, y él nos llamó de nuevo al combate, impulsándonos a seguirle y a considerar con él el razonamiento.

EQUÉCRATES.-¿Cómo?

FEDÓN.-Yo te lo diré. Me encontraba por casualidad a su derecha, sentado en un banquillo junto a la cama, y él estaba en un asiento mucho más elevado que yo. Acaricióme la cabeza y estrujándome los cabellos que me caían sobre el cuello - pues tenía la costumbre de jugar con mi melena, cuando la ocasión se presentaba - me dijo:

-Mañana tal vez, oh Fedón, te cortarás esta hermosa cabellera.

-Es natural, Sócrates -le respondí.

-No, si me haces caso.

-¿Qué quieres decir? -repuse.

-Que es hoy -replicó- cuando debemos cortarnos, tú esos cabellos y yo los míos, si el razonamiento se nos muere y no podemos hacerle revivir.Al menos yo, si fuera tal, y se me escapara el argumento, me obligaría por juramento, como los argivos, a no llevar el pelo largo, antes de vencer, volviendo a la carga, la argumentación de Simmias y de Cebes.

-Pero - le objeté yo - contra dos, se dice, ni siquiera Heracles puede.

-Pues llámame a mí en ayuda, a tu Yolao, mientras haya todavía luz.

-Esta bien. Te llamo en ayuda, pero no como Heracles, sino como Yolao a Heracles.

-Lo mismo dará -replicó-. Pero cuidemos primero de que no nos ocurra un percance.

-¿Cuál? -le pregunté.

-El de convertirnos - dijo - en misólogos, de la misma manera que los que se hacen misántropos; porque no hay peor percance que le pueda a uno suceder que el de tomar odio a los razonamientos. Y la misología se produce de la misma manera que la misantropía. En efecto, la misantropía se insinúa en nosotros como consecuencia de tener sin conocimiento excesiva confianza en alguien, y considerar a dicho individuo completamente franco, sano y digno de fe, descubriendo poco después que era malvado, desleal y, en una palabra, otro. Y cuando esto le ocurre a uno muchas veces, y especialmente ante los que se habia podido considerar como los más intimos y más amigos, por tropezarse con frecuencia, termina uno por odiar a todos y considerar que en nadie hay nada sano en absoluto. ¿No te has percatado de que esto se produce más o menos así?

-Por completo -le respondí.

-¿Y no es cierto -prosiguió- que esto está mal, y manifiesto que el que así obra intenta, sin tener conocimiento de las cosas humanas, tratar a los hombres? Pues si los hubiera tratado con conocimiento, hubiera considerado las cosas tal como son, que los buenos en exceso, o malos redomados son unos y otros escasos, mientras que los intermedios son muchísimos.

-¿Qué quieres decir? -le pregunté.

-El caso, por ejemplo - respondió - de las cosas sumamente pequeñas y grandes. ¿Crees que hay algo más raro de encontrar que un hombre, un perro, o cualquier otra cosa sumamente grande o pequeña? ¿Y no ocurre otro tanto con las rápidas o lentas, bellas y feas, negras o blancas? ¿No te has percatado de que entre todas las cosas de esta indole las que son los extremos de los opuestos son escasas y pocas, en tanto que las que están en un término medio son abundantes y muchas?

-Por completo -le respondí.

-¿No crees, entonces -prosiguió-, que si se propusiera un certamen de maldad, serían también muy pocos los que en él se revelaran los primeros?

-Al menos, es probable -respondí yo.

-Es probable, en efecto - dijo -. Mas no es en este punto donde radica la semejanza de los razonamientos con los hombres -pero como eras tú ahora quien iba delante, yo te segui-, sino más bien en este otro; cuando sin el concurso del arte de los razonamientos se tiene fe en que un razonamiento es verdadero, y luego, acto seguido, se opina que es falso, siéndolo efectivamente algunas veces, pero otras no, y se sigue de nuevo opinando que es de una manera o de otra. Y son precisamente los que se dedican a razonar el pro y el contra de las cosas los que, según me consta, terminan por creer que han adquirido la suprema sabiduría y que son los únicos que han comprendido que, ni en las cosas hay nada de ellas que sea sano ni cierto, ni tampoco en los razonamientos, sino que la realidad en su totalidad va y viene de arriba para abajo, ni más ni menos que si estuviera en el Euripo, y no permanece quieta ni un momento en ningún punto.

-Gran verdad es --dije yo- lo que dices.

-Así pues, oh Fedón - prosiguió -, sería un percance lamentable el que, siendo un razonamiento verdadero, cierto y posible de entender, por el hecho de tropezarse con otros que son así, pero que a las mismas personas unas veces les parecen verdaderos y otras no, no se atribuyera uno a sí mismo la culpa o a su propia incompetencia, y por despecho terminara por desprenderse alegremente la culpa de sí mismo y colgársela a los razonamientos, pasando desde entonces el resto de la vida odiándolos y vituperándoles, y quedando así privado del verdadero conocimiento de las realidades.

-Sí, por Zeus -le dije-, sería un percance lamentable, sin duda.

-Por consiguiente -continuó-, ante todo precavámonos de él, y no dejemos entrar en nuestra alma la idea de que hay peligro de que no haya nada sano en los razonamientos, sino que, muy al contrario, debemos inculcarle la de que somos nosotros los que aún no estamos en estado sano, y que debemos virilmente aspirar a estarlo: tú y los demás, en razón de toda la vida que os queda, y yo en razón de la muerte misma, pues tal vez esté en un tris en el momento presente de no encontrarme en el estado de un verdadero amante de la sabiduría sino en el de un amante del triunfo, como los que carecen totalmente de instrucción. Pues a tales hombres, cuando discuten de algo, no les interesa cómo es en realidad aquello de lo que tratan; en cambio en conseguir que los presentes aprueben las tesis que sostienen, en eso sí que ponen su mayor celo. En cuanto a mí, estimo que en el momento presente me voy a diferenciar de ellos tan sólo en esto: no es en conseguir que los presentes opinen que es verdad lo que yo digo, a no ser como un efecto accesorio, en lo que pondré mi empeño, sino en que me parezca a mí mismo lo más posible que asi es en realidad. Pues calculo, oh querido amigo - y mira cuán interesadamente -, que si resulta verdad lo que digo está bien el dejarse convencer, y, si después de la muerte no hay nada, al menos el momento justo de antes de morir molestaré menos con mis lamentos a los que me rodean, y esta insensatez mía no perdurará tampoco - lo que sería una desgracia - sino que perecerá poco despues. Ahora, oh Simmias y Cebes, una vez preparado de esta manera, abordo el asunto. Vosotros, por vuestra parte, si me hacéis caso, habéis de preocuparos de Sócrates poco, de la verdad mucho más; si os parece que digo la verdad, reconocedlo; si no, oponeos con toda clase de argumentos, procurando que mi celo no nos engañe ni a mí ni a vosotros, y me marche como una abeja habiéndoos dejado el aguijón metido dentro.

-Ea, pues, en marcha -prosiguió-. Pero, ante todo, recordádme lo que decíais, si veis que no me acuerdo. Simmias, por un lado, según creo, tiene sus dudas y el temor de que el alma, a pesar de ser algo más divino y más bello que el cuerpo, perezca antes que éste, por ser una especie de armonía. Por otra parte, Cebes pareció que me hacía esta concesión, a saber: que el alma es algo más duradero que el cuerpo, pero que hay algo que es incierto para todo el mundo. Helo aquí: tal vez el alma, tras haber desgastado muchos cuerpos y muchas veces, al abandonar el último cuerpo, quede entonces destruida, y precisamente en esto estribe la muerte, en la destrucción del alma, ya que el cuerpo, está pereciendo incesantemente. ¿Es esto, oh Simmias y Cebes, u otra cueslión lo que tenemos que considerar?

Ambos reconocieron que era lo dicho.

-En ese caso, admitís en su totalidad los argumentos anteriores, o unos sí y otros no?

-Unos sí, pero otros no -dijeron.

-¿Qué decís,entonces,de aquel razonamiento en el que afirmábamos que el aprender era un recuerdo, y que, al ser eso así, era necesario que nuestra alma existiera en otro lugar antes de ser encadenada al cuerpo?

-Yo, por mi parte -respondió Cebes-, si entonces me dejó convencido de una forma maravillosa, ahora también sigo aferrado a él como a ningún otro argumento.

-Y, por cierto - dijo Cebes -, también yo me encuentro en ese caso, y mucho me asombraria que cambiara alguna vez de opinión sobre ese asunto.

-Pues por necesidad, oh huésped tebano - repuso entonces Sócrates - tienes que cambiar de opinion, si es que persiste la creencia de que la armonía es algo compuesto, y el alma una armonía constituida por los elementos que hay en tensión en el cuerpo. Pues, sin duda, no te consentirás a ti mismo decir que la armonia estaba constituida antes de que existieran los elementos con los que tenía que componerse. ¿Lo consentirás acaso?

-De ningún modo, Sócrates -respondió.

-¿Te das cuenta, entonces - continuó Sócrates -, de que es el sostener esto la consecuencia a que llegas, cuando afirmas, por una parte, que el alma existía, antes incluso de venir a parar a la figura y cuerpo del hombre, y, por otra, que estaba constituida de elementos aún no existentes? Pues efectivamente, la armonía no es cosa de la misma indole que aquello con lo que la comparas, sino que lo que primero nace es la lira, las cuerdas y los sonidos, sin estar aún armonizados, y lo que se constituye en último término y primero perece es la armonía. Así que ¿cómo va a estar acorde este tu aserto con aquél otro?

-No podrá estarlo en modo alguno - respondió Simmias -.

-Y eso que -dijo Sócrates-, si a algún aserto le conviene estar acorde, es precisamente al que trata de la armonia.

-En efecto, le conviene -dijo Simmias.

-Pero este tuyo no lo está. Ea, pues, mira cuál de estos dos asertos escoges, que el aprender es un recuerdo o que el alma es una armonía.

-Con mucho, el primero, Sócrates. Pues el último se me ha ocurrido sin demostración, con la ayuda de cierta verosimilitud especiosa, que es también la que suscita esta opinión en la mayoría de los hombres. Pero yo estoy consciente de que los argumentos que realizan las demostraciónes, valiéndose de verosimilitudes, son impostores, y, si no se mantiene uno en guardia ante ellos, engañan con suma facilidad, no sólo en geometria, sino también en todo lo demás. En cambio, el argumento referente al recuerdo y al aprender se ha desarrollado sobre un principio digno de aceptarse. Pues lo que se vino a decir fue que nuestra alma existía antes incluso de venir a parar al cuerpo, de la misma manera que existe su realidad que tiene por nombre el de lo que es. Este es el principio que yo, estoy convencido, he aceptado plenamente y con razón. Necesariamente, pues, como es natural, por esta causa no debo admitir, ni a mí ni a nadie, el decir que el alma es una armonía.

-¿Y qué opinas, Simmias, de esta otra cuestión? -dijo Sócrates-. ¿Te parece que a la armonía o a cualquier otra composición le corresponde tener otra modalidad de ser que aquella que tengan los componentes con los que se constituye?

-En absoluto.

-¿Ni tampoco, a lo que se me alcanza, el hacer o padecer algo que no se ajuste a lo que aquéllos hagan o padezcan?

-Simmias le dio su asentimiento.

-Luego a la armonía no le corresponde el guiar a los elementos con los que haya sido compuesta, sino el seguirlos.

-Simmias compartió esta opinión.

-Luego muy lejos está la armonía de moverse o de sonar en sentido contrario a sus propias partes, o de oponerse a ellas en cualquier otra cosa.

-Muy lejos, en efecto -respondió.

-¿Y qué? ¿No es por naturaleza la armonía de tal suerte que cada armonía es tal y como es armonizada?

-No comprendo -dijo Simmias.

-¿Es que -continuó Sócrates en el caso de que sea armonizada más y en mayor extensión - en el supuesto de que esto sea posible - no habría armonía en mayor intensidad y extensión, y si lo fuera menos y en menor extensión no sería ya armonía menor en intensidad y extensión?

-Exacto.

-¿Ocurre, acaso, eso con respecto al alma, de tal manera que un alma sea más que otra, aun en la más mínima proporción, bien en extensión e intensidad, o en pequeñez e inferioridad, eso mismo: alma?

-En modo alguno -respondió.

-Adelante, pues, ¡por Zeus! --siguió Sócrates--.¿Se dice de unas almas que tienen sensatez y virtud y que son buenas, y de otras, en cambio, que son insensatas y malvadas? ¿Se dice también esto de acuerdo con la verdad?

-De acuerdo con la verdad, sin duda.

-En tal caso, ¿qué diria que son esas cosas que hay en las almas,la virtud,la maldad, uno cualquiera de los que opinan que el alma es una armonía? Acaso que son a su vez otra especie de armonia e inarmonía? ¿Que una de ellas, la buena, está armonizada y tiene en sí, siendo armonía, otra armonia, y que la otra no está de por sí armonizada y no tiene en sí misma otra armonía?

-Yo, por mi parte -respondió Simmias-, no sé responder. Pero está claro que sería algo por el estilo lo que diría quien sustentara la anterior opinión.

-Sin embargo, -repuso Sócrates-, se ha convenido anteriormente que un alma no es ni más ni menos alma que otra. Y el contenido de este asentimiento es que tampoco una armonía es ni mayor, ni inferior, ni menor que otra. ¿No es verdad?

-Enteramente.

-¿Y que la armonía, que no es ni mayor ni menor, tampoco está más o menos armonizada? ¿Es así?

-Por completo.

-¿Y es posible que la armonía que no está armonizada ni más ni menos participe en mayor o menor grado de la armonía, o tiene que participar en igual medida?

-En igual medida.

-Luego un alma, puesto que no es en mayor ni en rnenor grado que otra eso mismo, alma, ¿tampoco está más o menos armonizada?

-Asi es.

-Y al ocurrirle esto, ¿tampoco participará más de inarmonía ni de armonia?

-No, sin duda alguna.

-Y al ocurrirle a su vez esto, ¿acaso podría tener un alma mayor participación que otra en maldad o en virtud, una vez admitido que la maldad es inarmonía y la virtud armonía?

-No podrá tenerla mayor.

-O, mejor dicho aún, según el razonamiento correcto: ningún alma participará en la maldad, puesto que es armonía. Pues, sin duda alguna, la armonía, al ser completamente eso mismo, armonía, nunca tendrá participación en la inarmonía.

-Nunca, es cierto.

-Y tampoco, es evidente, la tendrá el alma en la maldad, puesto que es completamente alma.

-En efecto, ¿cómo podría tenerla, al menos según lo dicho anteriormente?

-Luego, de acuerdo con este razonamiento, todas las almas de todos los seres vivos serán buenas por igual, ya que por naturaleza las almas son por igual eso mismo, almas.

-Al menos, a mí me lo parece, Sócrates -dijo Simmias.

-¿Y te parece también -replico- que está bien dicho en esa forma nuestro argumento? ¿No te parece que le ocurriria esto, si fuera exacta la hipótesis de que el alma es una armonía?

-De ningún modo está bien dicho -respondió.

-¿Y qué? -prosiguió Sócrates-. Entre todas las cosas que hay en el hombre, ¿es posible que digas que sea otra que el alma la que mande, sobre todo si es sensata?

-Yo, al menos, no lo digo.

-¿Cede, acaso, a las afecciones del cuerpo, o se opone a ellas? Y quiero decir lo siguiente: por ejemplo, el que cuando se tiene calor y sed nos arrastre hacia lo contrario, a no beber, y cuando se tiene hambre a no comer, y otros mil casos similares, en los que vemos al alma oponerse a los apetitos del cuerpo ¿No es verdad?

-Completamente.

-Pero, ¿no hemos convenido, por el contrario, en nuestros argumentos anteriores, que nunca, al menos en el caso de que sea armonía, cantaría en sentido contrario a las tensiones, relajamientos, vibraciones, y cualquier otra afección que experimentaran los elementos con los que estaba constituida, sino que los seguía y nunca podía guiarlos?

-Lo convenimos -respondió, ¡Cómo no!

-¿Entonces, qué? ¿No se nos muestra ahora realizando todo lo contrario? Guía a todos esos elementos con los que se dice que está compuesta; poco le falta para oponerse a todos durante toda la vida; es dueña y señora en todos sus modales: reprime unas cosas, las que entran en el campo de la gimnástica y de la medicina, con excesivo rigor y por medio de sufrimientos; otras, en cambio, con más blandura, en parte con amenazas, en parte con consejos; en fin, conversa con los deseos, las cóleras y los temores, como si ella fuera diferente y se tratara de otros seres. Más o menos tal y como lo describe Homero en la Odisea, donde dice de Ulises:

Y golpeándose el pecho reprendió a su corazón con [estas palabras:
Aguanta, corazón, que cosa aún más perra antaño soportaste]


¿Crees, acaso, que el poeta compuso estos versos con la idea de que el alma es armonía y susceptible de ser conducida por las afecciones del cuerpo, y no en la de que es capaz de guiarlas y domeñarlas como cosa que es excesivamente divina para ser comparada con una simple armonía?

-¡Por Zeus!, Sócrates, asi me parece.

-Luego, entonces, oh excelente amigo, en modo alguno nos está bien decir que el alma es una especie de armonía. Pues, en tal caso, al parecer, no estaríamos de acuerdo ni con Homero, ese poeta divino, ni con nosotros mismos.

-Asi es -respondió.

-¡Sea pues! -dijo Sócrates-. Lo que respecta a Armonía la Tebana, según parece, nos ha salido propicio de un modo adecuado. Pero ahora -agregó- ¿qué vamos a hacer, Cebes, con Cadmo? ¿Cómo nos le haremos propicio, y con qué razonamiento?

-Tú me parece que lo encontrarás -respondió Cebes-. Al menos, este razonamiento que has hecho contra la armonía me resultó extraordinariamente imprevisto. En efecto, al exponer Simmias su dificultad, chocábame en extremo que alguien pudiera manejarse con su argumento. Así, pues, me pareció sumamente extraño que no pudiera aguantar, acto seguido, el primer ataque del tuyo. Por ello no me sorprendería que le ocurriera lo mismo al razonamiento de Cadmo.

-Oh buen hombre -repuso Sócrates-. No hagas excesivas presunciones, no sea que algún mal de ojo nos ponga en fuga al razonamiento que está a punto de aparecer. Pero de esto se cuidará la divinidad. Nosotros, por nuestra parte, llegando al cuerpo a cuerpo como los héroes de Homero, probemos si dices algo de peso. Lo que buscas es, en resumen, lo siguiente: pretendes que se demuestre que nuestra alma es indestructible e inmortal, sin lo cual, el filósofo que está a punto de morir, al mostrarse confiado y al creer que una vez muerto encontrará en el otro mundo una felicidad mucho mayor que si hubiera llevado hasta el fin de sus días otra vida distinta, es de temer que tenga una confianza insensata y necia. Mas el demostrar que el alma es algo consistente y divino y que existia ya, antes de que nosotros nos convirtiéramos en hombres, no impide en nada, según afirmas, que no sea inmortalidad lo que todas esas notas indican, sino el hecho de que el alma es algo muy duradero y existió anteriormente un tiempo incalculable, teniendo conocimiento y realizando un montón de diversas acciones. Pero no por ello el alma es inmortal, sino que el hecho en sí de venir a parar a un cuerpo humano supone para ella el principio de su ruina, a la manera de una enfermedad. Y de este modo vive en medio de penalidades esta vida y, cuando llega a su término, queda destruida en lo que se llama muerte. Y nada importa, dices, el que vaya una sola vez o muchas a un cuerpo, al menos en lo que respecta al temor de cada uno de nosotros; pues temer es lo que cuadra, si no se es insensato, a quien no sepa o no dar razón de que es algo inmortal. Tales son, más o menos, según creo, las razones que dices. Y adrede vuelvo sobre ellas muchas veces, para que no se nos escape nada, y para que añadas o quites lo que quieras.

-Por el momento - dijo Cebes - no necesito quitar ni añadir nada. Eso es justamente lo que digo.

Sócrates, entonces, tras de haberse callado durante un largo rato y considerar algo consigo mismo, dijo: No es cosa baladí, Cebes, lo que buscas. En efecto, es preciso tratar a fondo de una forma total la causa de la generación y de la destrucción. Con que, si quieres, te voy a contar mis propias experiencias sobre el asunto. Luego, si te parece de utilidad algo de lo que te digo, lo utilizarás para hacer convincente lo que tu dices.

-Desde luego que quiero -repuso Cebes.

-Escúchame, pues, como a quien se dispone a hacer un discurso. Yo, Cebes, cuando era joven - comenzó Sócrates -, deseé extraordinariamente ese saber que llaman investigación de la naturaleza. Parecíame espléndido, en efecto, conocer las causas de cada cosa, el porqué se produce, el porqué se destruye, y el porqué es cada cosa. Y muchas veces daba vueltas a mi cabeza considerando en primer lugar cuestiones de esta índole: ¿acaso es cuando lo caliente y lo frío alcanzan una especie de putrefacción, como afirman algunos, el momento en que se forman los seres vìvos?; o bien: ¿es la sangre aquello con que pensamos, o es el aire o el fuego? ¿O no es ninguna de estas cosas, sino el cerebro, que es quien procura las sensaciones del oído, la vista y el olfato, y de éstas se originan la memoria y la opinión, y de la memoria y la opinión, cuando alcanzan la estabilidad, nace, siguiendo este proceso, el conocimiento? Luego consideraba yo, a su vez, las destrucciones de estas cosas, los cambios del cielo y de la tierra, y acabé por juzgarme tan exento de dotes para esta investigación como más no podía darse. Y la prueba que te daré te bastará: en lo que anteriormente sabía con certeza, al menos según mi opinión y la de los demás, quedé entonces tan sumamente cegado por esa investigación, que olvidé incluso eso que antes creía saber, entre otras muchas cosas, por ejemplo, el porqué crece el hombre. Hasta entonces, efectivamente, creía que para todo el mundo estaba claro que era por el comer y el beber; pues una vez que por los alimentos se añadían carnes a las carnes y huesos a los huesos, y de esta manera y en la misma proporción se añadía a las restantes partes del cuerpo lo que le es propio a cada una, lo que tenía poco volumen adquiría después mucho, y de esta forma se hacía grande el hombre que era pequeño. Así creía yo entonces. ¿No te parece que con razón?

- A mí, sí -dijo Cebes.

-Considera esto todavía. Creía que mi opinión era acertada cuando un hombre grande, al ponerse al lado de uno pequeño, se me mostraba mayor justamente en la cabeza, y lo mismo un caballo respecto de otro caballo. Y casos aún más claros que éstos: diez me parecían más que ocho porque a éstos se añadían dos, y dos más que uno, porque sobrepasaban a éste en la mitad.

-Y ahora -preguntó Cebes- ¿qué opinas sobre ello?

-Estoy lejos de creer, ¡por Zeus! -respondió Sócrates, que conozco la causa de ninguna manera de estas cosas, pues me resisto a admitir siquiera que, cuando se agrega una unidad a una unidad, sea la unidad a la que se ha añadido la otra la que se ha convertido en dos, o que sea la unidad añadida, o bien que sean la agregada y aquélla a la que se le agregó la otra las que se conviertan en dos por la adición de la una a la otra. Porque si cuando cada una de ellas estaba separada de la otra constituía una unidad y no eran entonces dos, me extraña que, una vez que se juntan entre sí, sea precisamente la causa de que se conviertan en dos, a saber, el encuentro derivado de su mutua yuxtaposición. Y tampoco puedo convencerme de que, cuando se divide una unidad, sea, a la inversa, la división la causa de que se produzcan dos, pues ésta es contraria a la causa anterior de que se produjeran dos; porque entonces fue el hecho de juntar y de añadir lo uno a lo otro, y ahora lo es el de separar y retirar lo uno de lo otro. Y asimismo ya no puedo convencerme a mí mismo de que sé en virtud de qué se produce la unidad, ni, en una palabra, el porqué se produce, perece o es ninguna otra cosa, según este método de investigación. Pero yo me amaso, como buenamente sale, otro método diferente, pues el anterior no me agrada en absoluto.

Y una vez oí decir a alguien mientras leía de un libro, de Anaxágoras, según dijo, que es la mente lo que pone todo en orden y la causa de todas las cosas. Regocijéme con esta causa y me pareció que, en cierto modo, era una ventaja que fuera la mente la causa de todas las cosas. Pensé que, si eso era así, la mente ordenadora ordenaría y colocaría todas y cada una de las cosas allí donde mejor estuvieran. Así, pues, si alguno queria encontrar la causa de cada cosa, según la cual nace, perece o existe, debía encontrar sobre ello esto: cómo es mejor para ella ser, padecer o realizar lo que fuere. Y, según este razonamiento, resultaba que al hombre no le correspondía examinar ni sobre eso mismo, ni sobre las demás cosas nada que no fuera lo mejor y lo más conveniente, pues, a la vez, por fuerza conocería también lo peor, puesto que el conocimiento que versa sobre esos objetos es el mismo. Haciéndome, pues, con deleite estos cálculos, pensé que había encontrado en Anaxágoras a un maestro de la causa de los seres de acuerdo con mi deseo, y que primero me haría conocer si la tierra es plana o esférica, y, una vez que lo hubiera hecho, me explicaría a continuación la causa y la necesidad, diciéndome lo que era lo mejor, y también que lo mejor era que fuera de tal forma. Y si dijera que estaba en el centro, me explicaria acto seguido que lo mejor era que estuviera en el centro. Y si me demostraba esto, estaba dispuesto a no echar de menos otra especie de causa. E igualmente estaba dispuesto a informarme sobre el sol, la luna y los demás astros, a propósito de sus velocidades relativas, sus revoluciones y demás cambios, del porqué es mejor que cada uno haga y padezca lo que hace y padece. Pues no hubiera creído nunca que, diciendo que habían sido ordenados por la mente, les asignaría otra causa que el hecho de que lo mejor es que estén tal y como están. Así, pues, creía que, al atribuir la causa a cada una de esas cosas y a todas en común, explicaría también lo que es mejor para cada una de ellas y el bien común a todas. ¡Por nada del mundo hubiera vendido mis esperanzas! Antes bien, con gran diligencia cogí los libros y los leí lo más rápidamente que pude, para saber cuanto antes lo mejor y lo peor.

Mas mi maravillosa esperanza, oh compañero, la abandoné una vez que, avanzando en la lectura, vi que mi hombre no usaba para nada la mente, ni le imputaba ninguna causa en lo referente a la ordenación de las cosas, sino que las causas las asignaba al aire, al éter y a otras muchas cosas extrañas. Me pareció que le ocurría algo sumamente parecido a alguien que dijera que Sócrates todo lo que hace lo hace con la mente y, acto seguido, al intentar enumerar las causas de cada uno de los actos que realize, dijera en primer lugar que estoy aquí sentado, porque mi cuerpo se compone de huesos y tendones; que los huesos son duros y tienen articulaciones que los separan los unos de los otros, en tanto que los tendones tienen la facultad de ponerse en tensión y de relajarse, y envuelven los huesos juntamente con las carnes y la piel que los sostiene; que, en consecuencia, al balancearse los huesos en sus coyunturas, los tendones con su relajamiento y su tensión hacen que sea yo ahora capaz de doblar los miembros, y que ésa es la causa de que yo esté aquí sentado con las piernas dobladas. E igualmente, con respecto a mi conversación con vosotros, os expusiera otras causas análogas imputándolo a la voz, al aire, al oído y a otras mil cosas de esta índole, y descuidándose de decir las verdaderas causas, a saber, que puesto que a los atenienses les ha parecido lo mejor el condenarme, por esta razón a mí también me ha parecido lo mejor el estar aquí sentado, y lo más justo el someterme, quedándome aquí, a la pena que ordenen. Pues, ¡por el perro!, tiempo ha, según creo, que estos tendones y estos huesos estarían en Mégara o en Boecia, llevados por la apariencia de lo mejor, de no haber creído yo que lo más justo y lo más bello era, en vez de escapar y huir, el someterme en acatamiento a la ciudad a la pena que me impusiera. Llamar causas a cosas de aquel tipo es excesivamente extraño. Pero si alguno dijera que, sin tener tales cosas, huesos, tendones y todo lo demás que tengo, no sería capaz de llevar a la práctica mi decisión, diria la verdad. Sin embargo, el decir que por ellas hago lo que hago, y eso obrando con la mente, en vez de decir que es por la elección de lo mejor, podría ser una grande y grave ligereza de expresión. Pues, en efecto, lo es el no ser capaz de distinguir que una cosa es la causa real de algo, y otra aquello sin lo cual la causa nunca podría ser causa. Y esto, según se ve, es a lo que los más, andando a tientas como en las tinieblas, le dan el nombre de causa, empleando un término que no le corresponde. Por ello, el uno, poniendo alrededor de la tierra un torbellino, formado por el cielo, hace que así se mantenga en su lugar; el otro, como si fuera una ancha artesa, le pone como apoyo y base el aire. Pero la potencia que hace que esas cosas estén colocadas ahora en la forma mejor que pueden colocarse, a esa ni la buscan, ni creen tampoco que tenga una fuerza divina, sino que estiman que un día podrían descubrir a un Atlante más fuerte, más inmortal que el del mito y que sostenga mejor todas las cosas, sin pensar que es el bien y lo debido lo que verdaderamente ata y sostiene todas las cosas. Pues bien, por aprender cómo es tal causa, me hubiera hecho con grandísimo placer discípulo de cualquiera; pero, ya que me vi privado de ella, y no fui capaz de descubrirla por mí mismo, ni de aprenderla de otro, ¿quieres que te exponga, Cebes, la segunda navegación que en busca de la causa he realizado?

-Lo deseo extraordinariamente -respondió.

-Pues bien -dijo Sócrates-, después de esto y una vez que me había cansado de investigar las cosas, creí que debía prevenirme de que no me ocurriera lo que les pasa a los que contemplan y examinan el sol durante un eclipse. En efecto, hay algunos que pierden la vista, si no contemplan la imagen del astro en el agua o en algún otro objeto similar. Tal fue, más o menos, lo que yo pensé, y se apoderó de mí el temor de quedarme completamente ciego de alma si miraba a las cosas con los ojos y pretendía alcanzarlas con cada uno de los sentidos. Así, pues, me pareció que era menester refugiarme en los conceptos y contemplar en aquéllos la verdad de las cosas. Tal vez no se parezca esto en cierto modo a aquello con lo que lo compare, pues no admito en absoluto que el que examina las cosas en los conceptos las examine en imágenes más bien que en su realidad. Así que por aquí es por donde me he lanzado siempre, y tomando en cada ocasión como fundamento el juicio que juzgo el más sólido, lo que me parece estar en consonancia con él lo establezco como si fuera verdadero, no sólo en lo referente a la causa, sino también en lo referente a todas las demás cosas, y lo que no, como no verdadero. Pero quiero explicarte con mayor claridad lo que digo porque, según creo, ahora tú no me comprendes.

-No, ¡Por Zeus! -dijo Cebes-, no demasiado bien.

-Pues lo que quiero decir -repuso Sócrates- no es nada nuevo, sino eso que nunca he dejado de decir en ningún momento, tanto en otras ocasiones como en el razonamiento pasado. Así es que voy a intentar exponerte el tipo de causa con el que me he ocupado, y de nuevo iré a aquellas cosas que repetimos siempre, y en ellas pondré el comienzo de mi exposición, aceptando como principio que hay algo que es bello en sí y por sí, bueno, grande y que igualmente existen las demás realidades de esta índole. Si me concedes esto y reconoces que existen estas cosas, espero que a partir de ellas descubriré y te demostraré la causa de que el alma sea algo inmortal.

-Ea, pues -replicó Cebes-, hazte a la idea de que yo te lo concedo: no tienes más que acabar.

-Considera, entonces -dijo Sócrates-, si en lo que viene a continuación de esto compartes mi opinión. A mi me parece que, si existe otra cosa bella aparte de lo bello en sí, no es bella por ninguna otra causa sino por el hecho de que participa de eso que hemos dicho que es bello en sí. Y lo mismo digo de todo. ¿Estás de acuerdo con dicha causa?

-Estoy de acuerdo -respondió.

-En tal caso -continuó Sócrates-, ya no comprendo ni puedo dar crédito a las otras causas, a esas que aducen los sabios. Así, pues, si alguien me dice que una cosa cualquiera es bella, bien por su brillante color, o por su forma, o cualquier otro motivo de esta índole -mando a paseo a los demás, pues me embrollo en todos ellos-, tengo en mí mismo esta simple, sencilla y quizá ingenua convicción de que no la hace bella otra cosa que la presencia o participación de aquella belleza en sí, la tenga por donde sea y del modo que sea. Esto ya no insisto en afirmarlo; sí, en cambio, que es por la belleza por lo que todas las cosas bellas son bellas. Pues esto me parece lo más seguro para responder, tanto para mí como para cualquier otro; y pienso que ateniéndome a ello jamás habré de caer, que seguro es de responder para mí y para otro cualquiera que por la belleza las cosas bellas son bellas. ¿No te lo parece también a ti?

-Sí.

-¿Y también que por la grandeza son grandes las cosas grandes y mayores las mayores, y por la pequeñez pequeñas las pequeñas?

-Sí.

-Luego tampoco admitirías que alguien dijera que un hombre es mayor que otro por la cabeza, y que el más pequeño es más pequeño por eso mismo, sino que jurarias que lo que tú dices no es otra cosa que todo lo que es mayor que otra cosa no lo es por otro motivo que el tamaño, y que por eso es mayor, por el tamaño, en tanto que lo que es más pequeño no es más pequeño por otra razón que no sea la pequeñez. Pues, si no me engaño, tendrías miedo de que te saliera al paso una objeción, si sostienes que alguien es mayor y menor por la cabeza, en primer lugar, la de que por el mismo motivo lo mayor sea mayor y lo menor menor Y, en segundo lugar, la de que por la cabeza que es pequeña lo mayor sea mayor. Y esto es algo prodigioso, el que por algo pequeño alguien sea grande. ¿No tendrias miedo de esto?

-Yo, sí -respondió Cebes, echándose a reír.

-¿Y no tendrías miedo de decir -continuó Sócrates- que diez son más que ocho en dos, y que ésta es la causa de su ventaja, en vez de decir que lo son en cantidad y por causa de la cantidad? ¿Y que lo que mide dos codos es más que lo que mide uno en la mitad y no en el tamaño? Pues el motivo de temor es el mismo.

-Por completo -replicó.

-¿Y qué? ¿No te guardarías de decir que, cuando se agrega una unidad a una unidad, es la adición la causa de que se produzcan dos, o cuando se divide algo, lo es la división? Es mas, dirías a voces que desconoces otro modo de producirse cada cosa que no sea la participación en la esencia propia de todo aquello en lo que participe; y que en estos casos particulares no puedes señalar otra causa de la producción de dos que la participación en la dualidad; y que es necesario que en ella participen las cosas que hayan de ser dos, así como lo es también que participe en la unidad lo que haya de ser una sola cosa. En cuanto a esas divisiones, adiciones y restantes sutilezas de ese tipo las mandarías a paseo, abandonando esas respuestas a los que son más sabios que tú. Tú, en cambio, temiendo, como se dice, tu propia sombra y tu falta de pericia, afianzándote en la seguridad que confiere ese principio, responderías como se ha dicho. Mas si alguno se aferrase al principio en si, le mandarías a paseo y no le responderías hasta que hubieras examinado si las consecuencias que de él derivan concuerdan o no entre sí. Mas una vez que te fuera preciso dar razón del principio en sí, la darías procediendo de la misma manera, admitiendo de nuevo otro principio, aquel que se te mostrase como el mejor entre los más generales, hasta que llegases a un resultado satisfactorio. Pero no harías un amasijo como los que discuten el pro y el contra, hablando a la vez del principio y de las consecuencias que de él derivan, si es que quieres descubrir alguna realidad. Pues tal vez esos hombres no discuten ni se preocupan en absoluto de eso, porque tienen la capacidad, a pesar de embrollar todo por su sabiduria, de contentarse a sí mismos. Pero tú, si verdaderamente perteneces al grupo de los filósofos, creo que harías como yo digo.

-Dices muchisima verdad -exclamaron a la vez Simmias y Cebes.

EQUÉCRATES.-¡Por Zeus!, Fedón, es natural. Pues me parece que expuso esto con maravillosa claridad, incluso para quien tenga una corta inteligencia.

FEDÓN.-Efectivamente, Equécrates, asi nos pareció también a todos los presentes.

EQUÉCRATES.-Y a nosotros los ausentes que ahora te escucháamos. Pero ¿qué fue lo que se díjo a continuación?

FEDÓN.-Según creo, una vez que se pusieron de acuerdo con él en esto, y se convino en que cada una de las ideas era algo, y que, por participar en éstas, las demás cosas reciben de ellas su nombre, preguntó a continuación:

-Si dices esto asi, ¿no dices entonces, cuando aseguras que Simmias es más grande que Sócrates, pero más pequeño que Fedón, que en Simmias se dan ambas cosas: la grandeza y la pequeñez?

-Sí.

-Sin embargo -dijo Sócrates-, ¿no reconoces que el que Simmias sobrepase a Sócrates no es en realidad tal y como se expresa de palabra? Pues la naturaleza de Simmias no es tal que sobresalga por eso, por ser Simmias, sino por el tamaño que da la casualidad que tiene. Ni tampoco le sobrepasa a Sócrates porque Sócrates es Sócrates, sino porque Sócrates tiene pequeñez en comparación con el tamaño de aquél.

-Es verdad.

-Ni tampoco es sobrepasado por Fedón porque Fedón es Fedón, sino porque Fedón tiene grandeza en comparación con la pequeñez de Simmias.

-Así es.

-Luego, por esta razón, Simmias recibe el nombre de pequeño y de grande, estando entre medias de ambos: al tamaño de uno ofrece su pequeñez, de suerte que le sobrepasa éste, y al otro presenta su grandeza, que sobrepasa la pequeñez de este último -y, a la vez que sonreía, anadió-: Parece que voy a hablar como un escritor artificioso, pero en realidad ocurre, sobre poco más o menos, lo que digo.

Cebes le dio su asentimiento.

-Y lo digo porque quiero que tu compartas mi opinión. En efecto, a mi me parece que no sólo la grandeza en sí nunca quiere ser a la vez grande y pequeña, sino también que la grandeza que hay en nosotros jamás acepta lo pequeño, ni quiere ser sobrepasada, sino que, una de dos, o huye y deja libre el puesto cuando sobre ella avanza su contrario, lo pequeño, o bien perece al avanzar sobre ella éste. Pero si espera a pie firme y aguanta a la pequeñez, no quiere ser otra cosa que lo que fue. Asi, por ejemplo, yo, que he recibido y aguantado a pie firme la pequeñez, mientras sea todavía quien soy, soy ese mismo hombre pequeño. Asimismo, aquello que es grande no se atreve a ser pequeño. Y de igual manera también, la pequeñez que hay en nosotros nunca quiere hacerse ni ser grande, ni tampoco ninguno de los contrarios, mientras siga siendo lo que era, quiere hacerse y ser a la vez su contrario, sino que, o se retira o perece en ese cambio.

-Asi me parece a mí por completo -repuso Cebes.

Y oyéndole uno de los presentes - no me acuerdo exactamente quién fue - dijo:

-¡Por los dioses! ¿No convinimos en los razonamientos anteriores precisamente lo contrario de lo que ahora se dice, que lo mayor se produce de lo menor y lo menor de lo mayor, y que en esto simplemente estribaba la generación de los contrarios, en proceder de sus contrarios? Ahora, en cambio, me parece que se dice que esto nunca podría suceder.

-Sócrates, entonces, volviendo hacia él su cabeza, le dijo, tras escucharle:

-Te has portado como un hombre al recordarlo; sin embargo, no adviertes la diferencia existente entre lo que se dice ahora y lo que se dijo entonces. Entonces se decia que de la cosa contraria nace la contraria; ahora, que el contrario jamás puede ser contrario a sí mismo, ni el que se da en nosotros, ni el que se da en la naturaleza. Entonces, amigo mio, hablábamos de las cosas que tienen en sí a los contrarios, y les dábamos el mismo nombre de aquéllos, pero ahora hablamos de los contrarios en si, que están en las cosas, y cuyo nombre reciben aquellas que los contienen. Y son precìsamente esos contrarios los que decimos que jamás querrían recibir su origen los unos de los otros - y mirando al mismo tiempo a Cebes, le dijo -: ¿Acaso también a ti, oh Cebes, te ha inquietado algo de lo que ha dicho éste?

-No -le respondió Cebes-, no me ha ocurrido así. Con todo, no puedo decir que no haya muchas cosas que me inquieten.

-Lo que hemos convenido -replicó Sócrates- es simplemente esto: que jamás un contrario será contrario a sí mismo.

-Exactamente -dijo Cebes.

-Considera entonces también esto otro -continuó Sócrates-: a ver si te muestras de acuerdo conmigo: ¿hay algo que llamas caliente y algo que llamas frío?

-Sí.

-¿Acaso es lo mismo que la nieve y el fuego?

-No, ¡Por Zeus!

-¿Entonces lo caliente es una cosa distinta del fuego y lo frío una cosa distinta de la nieve?

-Si.

Sin embargo, creo que, asimismo, opinas que la nieve, en cuanto tal, si recibe el calor, jamás volverá a ser lo que era, como decíamos anteriormente, es decir, nieve y calor a la vez, sino que, al acercarse el calor, o le cederá el puesto o perecerá.

-Exacto.

-Y el fuego, a su vez al aproximársele el frío, o retrocederá, o perecerá, pero jamás, recibiendo la frialdad, se atreverá a ser lo que era, es decir, a ser fuego a la vez que frío.

-Es verdad lo que dices -respondió Cebes.

-Mas es posible -prosiguió Sócrates-, con respecto a algunas de tales cosas, que no sólo sea la propia idea lo que reclame para sí el mismo nombre para siempre, sino también otra cosa que no es aquella, pero que tiene, cuando existe, su forma. Pero con este ejemplo quedará aún más claro lo que digo. Lo impar debe siempre recibir el mismo nombre que acabamos de decir. ¿No es verdad?


-Por completo.

-Pues lo que yo pregunto es esto: ¿Es, acaso, la única realidad con la que ocurre esto, o existe otra cosa que no es exactamente lo impar, y no obstante, debemos darle siempre ese nombre, además del suyo propio, porque es tal, por naturaleza, que jamás se separa de lo impar? Y lo que digo es, por ejemplo, lo que ocurre con el número tres y otros muchos números. Pero considera la cuestión en el caso del tres. ¿No te parece a ti que siempre se le debe designar con su propio nombre y además con el de impar, a pesar-de que lo impar no es exactamente lo mismo que el número tres? Pero, con todo, el número tres, como el cinco y la mitad entera de los números, son tales por naturaleza que, a pesar de no ser precisamente lo mismo que lo impar, siempre es impar cada uno de ellos. Y, a la inversa, el dos, el cuatro y la otra serie completa de los números, aunque no son lo mismo que lo par, son, sin embargo, siempre pares todos ellos. ¿Estás de acuerdo, o no?

-¡Cómo no voy a estarlo! -dijo Cebes.

-Considera, entonces -añadió- lo que quiero mostrarte. Es esto: evidentemente, no son sólo aquellos contrarios de que hablábamos los que no se admiten entre sí, sino que, al parecer, todas las cosas que, aún no siendo mutuamente contrarias tienen en sí uno de esos contrarios, tampoco admiten la idea contraria a la que hay en ellos, sino que, cuando sobreviene ésta, o dejan de existir, o dejan libre el campo. ¿O no vamos a decir que el tres perecerá o sufrirá cualquier cosa, antes de consentir, siendo todavia tres, el convertirse en par?

-Desde luego que sí -respondió Cebes.

-Y, no obstante -añadió-, el número dos no es contrario al número tres.

-Efectivamente, no lo es.

-Luego no son solamente las ideas contrarias las que no consienten su mutua aproximación, sino que hay también algunas otras cosas que no aguantan la aproximación de los contrarios.

-Grandísima verdad es la que dices -respondió.

-¿Quieres, pues, que definamos -prosiguió Sócrates-, si somos capaces, qué clase de cosas son éstas?

-Con mucho gusto.

-¿Podrían ser acaso, Cebes -prosiguió-, aquellas que cuando ocupan cualquier cosa la obligan no sólo a adquirir su propia idea, sino también la de algo que siempre es contrario a algo?

-¿Qué quieres decir?

-Lo que decíamos hace un momento. Sabes sin duda que las cosas de las que se apodere la idea de tres no sólo han de ser tres por necesidad, sino también impares.

-Desde luego.

-Ahora bien, a lo que es de tal índole jamás, según decimos, podrá llegarle la idea contraria a la forma aquella que lo produce.

-No.

-¿Y lo produjo la idea de impar?

-Sí.

-¿Y la idea contraria a ésta es la de par?

-Sí.

-Luego nunca llegará al tres la idea de par.

-No, sin duda alguna.

-Luego el tres no participa en lo par.

-No participa.

-Entonces, el tres es impar.

-Sí.

-He aquí, pues, lo que decía que iba a definir, qué clase de cosas, a pesar de no ser contrarias a algo no admiten la cualidad contraria. Por ejemplo, en el caso presente, el número tres, a pesar de no ser contrario a lo par, no por ello lo admite en si, pues lleva siempre consigo lo que es contrario a lo par, de la misma manera que el dos lleva en sí lo contrario de lo impar y el fuego de lo frío, y así otras muchísimas cosas. Ea, pues, mira si das la definición de esta manera: no sólo es lo contrario lo que no admite a su contrario, sino también aquello que trae consigo algo contrario al objeto en que se presenta, es decir, lo que en sí lleva algo, jamás admite lo contrario de lo que lleva. Y de nuevo haz memoria, pues no es malo oírlo muchas veces. El cinco no admite la idea de par; ni el diez, su doble, la de impar. Y éste, aunque también sea contrario a otra cosa, no admite la idea de impar; ní tampoco los tres medios, ni las restantes fracciones semejantes, el medio, el tercio y las demás fracciones de este tipo admiten la idea del entero, si es que me sigues y estás de acuerdo conmigo.

-Te sigo estupendamente, y comparto plenamente tu opinión -contestó.

-Ahora, respóndeme de nuevo -dijo Sócrates-, volviendo al principio. Pero no me contestes con los términos con los que te pregunte, sino imitándome a mí. Y lo digo, porque además de aquella respuesta segura de la que primero hablé, veo, según se desprende de lo dicho ahora, otra garantía de seguridad. En efecto, si me preguntaras qué debe producirse en el cuerpo de algo para que se ponga caliente, no te daré aquella respuesta segura y necia de que tiene que ser el calor, sino otra más aguda que se deduce de lo ahora dicho, a saber, la de que debe ser el fuego.Y si me preguntaras qué debe producirse en un cuerpo para que se ponga enfermo, no te contestaré que una enfermedad, sino que tiene que producirse en él fiebre. Y lo mismo si tu pregunta es qué debe producirse en un número para que se haga impar, no te diré que la imparidad, sino una unidad, y lo mismo haré con lo demás. Ea, pues, mira si te has enterado bien de lo que quiero.

-Perfectamente -respondìó Cebes.

-Contesta, pues -prosiguió Sócrates-, ¿qué debe producirse en un cuerpo para que tenga vida?

-Un alma -contestó.

-¿Y esto es siempre así?

-¡Cómo no va a serlo! -dijo Cebes.

-¿Entonces el alma siempre trae la vida a aquello que ocupa?

-La trae, ciertamente.

-¿Y hay algo contrario a la vìda, o no hay nada?

-Lo hay -contestó Cebes.

-¿Qué?

-La muerte.

-¿Luego el alma nunca admitirá lo contrario a lo que trae consigo, según se ha reconocido anteriormente?

-Sin duda alguna -dijo Cebes.

-¿Entonces qué? A lo que no admitía la idea de par qué le llamábamos hace un momento?

-Impar.

-¿Y a lo que no admite lo justo o la cultura?

-Inculto e injusto -respondió.

-Bien. Y a lo que no admite la muerte, ¿qué le llamamos?

-Inmortal.

-¿Y no es cierto que el alma no admite la muerte?

-Sí.

-Luego el alma es algo inmortal.

-Sí.

-Está bien, dijo-. ¿Debemos decir, pues, que esto ha quedado demostrado? ¿Qué te parece?

-Que ha quedado perfectamente demostrado, Sócrates.

-¿Y qué, Cebes, -prosiguió-, si a lo impar le fuera necesario el ser indestructible, ¿no sería el tres indestructible?

-¡Cómo no iba a serlo!

-¿Y no es cierto también que si lo no-caliente fuera indestructible, cuando se arrimara calor a la nieve, se retiraría ésta sana y salva y sin fundirse? Pues no cesaria de existir, ni tampoco recibiría el calor esperándolo a pie firme.

-Es verdad lo que dices -repuso Cebes.

-Y de igual manera, creo yo, si lo no-frío fuera indestructible, cuando se lanzara contra el fuego algo frío, jamás se apagaria ni pereceria, sino que se marcharía sano y salvo.

-Necesariamente -dijo Cebes.

-¿Y no es necesario también hablar así a propósito de lo inmortal? Si lo inmortal es, asimismo, indestructible, le es imposible al alma perecer cuando la muerte marche contra ella. Pues, según lo dicho, no admitirá la muerte ni quedará muerta, de la misma manera, decíamos, que el tres ni lo impar será par, ni el fuego ni el calor que hay en él será frio. Pero ¿qué es lo que impide -diría alguno- el que, por más que lo impar no se haga par cuando se le acerca lo par, según se ha convenido, se convierta, en cambio, una vez que deja de existir en par en lugar de lo que era? Al que así hablara no le podriamos refutar diciendo que lo impar no perece, puesto que lo impar no es indestructible. Pues si hubiéramos reconocido eso, fácilmente le refutaríamos diciendo que cuando se aproxima lo par, tanto lo impar como el tres se retiran. Y en lo relativo al fuego, y al calor, y a las demás cosas, le refutaríamos de la misma manera. ¿No es verdad?

-Por completo.

-Luego ahora también, si convenimos con respecto a lo inmortal que es indestructible, el alma sería, además de inmortal, indestructible. Si no, sería preciso otro razonamiento.

-Pero no se necesita para nada -replicó Cebes por esta razón: difícilmente podría haber otra cosa que no admitiera la destrucción, si lo inmortal, que es eterno, la admitiese.

-En todo caso -repuso Sócrates- la divinidad, la idea misma de la vida y todo lo demás que pueda ser inmortal, según creo, estarán todos de acuerdo en que no perecen nunca.

-Todos, sin duda, ¡por Zeus!, hombres y dioses -dijo Cebes-, éstos con mayor razón aún, si no me equivoco.

-Pues bien, desde el momento en que lo inmortal es incorruptible, si el alma es inmortal, ¿no sería también indestructible?

-De toda necesidad.

-Luego cuando se acerca la muerte al hombre, su parte mortal, como es natural, perece, pero la inmortal se retira sin corromperse, cediendo el puesto a aquélla.

-Es evidente.

-Entonces, con mayor motivo que nada, el alma es algo inmortal e indestructible, y nuestras almas tendrán una existencia real en el Hades.

-Yo, por mi parte, Sócrates -dijo Cebes-, no puedo objetar nada en contra de esto, ni encuentro motivo para desconfiar de tus palabras. Pero si Simmias, aquí presente, o algún otro tiene algo que decir, lo indicado es que no se calle; pues de no ser ésta, no sé porque otra ocasión lo aplazará, si quiere decir o escuchar algo sobre estas cuestiones.

-Pues bien -intervino Simmias, tampoco yo tengo motivo para desconfiar después de las razones expuestas. No obstante, por la magnitud del asunto sobre el que versa nuestra conversación, y la poca estima en que tengo a la debilidad humana, me veo obligado a sentir todavía en mis adentros desconfianza sobre lo dicho.

-No sólo es comprensible que la tengas, Simmias - dijo Sócrates -, sino que tienes razón en lo que dices, e incluso los supuestos primeros, por más que os parezcan dignos de crédito, han de someterse a un examen más preciso. Y si los analizáis suficientemente, seguiréis, según creo, el argumento en el grado mayor que le es posible a un hombre seguirlo. Y si esto queda claro, no llevaréis en punto alguno la investigación más adelante.

-Es verdad lo que dices -repuso Simmias.