La Reaparición de Cristo...

domingo, 25 de abril de 2010

 



"Siempre que
haya un debilitamiento de la Ley y un crecimiento de la ilegalidad en todas
partes, entonces Yo me manifiesto."



"Para la
salvación de los justos y la destruc­ción de aquellos que hacen el mal, para el
firme establecimiento de la Ley, Yo vuelvo a nacer edad tras edad."

Bhagavad Gita Li ...bro
IV, Aforismos 7 y 8.)


CAPÍTULO 1

LA DOCTRINA DE AQUEL
QUE VIENE...

Enseñanza Occidental

LA DOCTRINA DE LOS
AVATARES:

Enseñanza Oriental

En todas las épocas,
en muchos ciclos mundiales, en muchos países (y hoy en todos), han habido
grandes momentos de tensión que se caracterizaron por un sentimiento de
esperanzada expec­tativa. Se espera a Alguien y Su venida es presentida. En el
pasado, los instructores religiosos fueron siempre los que han fomentado y
proclamado esta expectativa en su época, y lo han hecho en los momentos de caos
y dificultades al acercarse el fin de una civilización o cultura, y cuando los
recursos de las anti­guas religiones parecían ser inadecuados para solucionar
las di­ficultades o resolver los problemas de los hombres.



La venida del
Avatar, el advenimiento de Aquel que viene y, en términos actuales, la
reaparición de Cristo, constituyen las notas clave de la preponderante
expectativa. Cuando los tiempos están maduros, la invocación de las masas es
suficientemente clamorosa y muy vehemente la fe de quienes saben, entonces Él
ha venido, y esta antigua regla o ley universal no será hoy excep­tuada. La
reaparición de Cristo, el Avatar, ha sido, durante déca­das, anticipada por los
creyentes de ambos hemisferios ‑no sólo por los cristianos, sino también por
quienes esperan a Maitreya, al Boddhisattva y al Iman Mahdi.



Cuando los hombres
sienten que han agotado todos sus recur­sos, que han llegado al término de
todas sus posibilidades innatas y que no pueden resolver ni manejar los
problemas y condiciones que enfrentan, suelen buscar a un Intermediario divino
y al Me­diador que abogue por su causa ante Dios y logre su salvación. Buscan
un Salvador. Esta doctrina de Mediadores, Mesías, Cris­tos y Avatares, abunda
en todas partes y puede ser trazada como un hilo dorado que atraviesa todos los
credos y Escrituras del mundo, relacionándolos con una fuente central de
emanación. Incluso el alma humana es considerada el intermediario entre el
hombre y Dios; incontables millones de seres humanos creen que Cristo actúa
como el divino Mediador entre la humanidad y la divinidad.



Todo el sistema de
revelación espiritual está basado –siempre lo ha estado-‑ en la doctrina de la
interdependencia y la vincu­lación planificada, ordenada y consciente, y en la
transmisión de energía desde un aspecto de la manifestación divina a otro ‑des­
de Dios que se halla en el "Lugar secreto del Altísimo", hasta el más
humilde ser humano que vive, lucha y padece en la tierra. En todas partes
existe esta transmisión de energía; Cristo lo ha dicho: "Yo he venido para
que ellos puedan tener vida", y las Escrituras de todo el mundo hablan
repetidamente sobre la in­tervención de algún Ser, originario de una fuente más
elevada que la estrictamente humana. Siempre ha aparecido el mecanismo
apropiado a través del cual la divinidad puede llegar a comu­nicarse con la
humanidad, y la doctrina de los Avatares, o "Se­res divinos que
vienen" tiene que ver con esta comunicación y estos Instrumentos de
energía divina.



Avatar
es aquel que posee la capacidad (además de una tarea autoiniciada y un destino
predesignado) de trasmitir energía y poder divinos. Esto constituye lógicamente
un profundo misterio que Cristo demostró en forma singular y en relación con la
energía cósmica. Por primera vez en la historia planetaria, hasta donde podemos
saberlo, trasmitió la divina energía del amor directamente a nuestro planeta y
en forma muy definida a la
humanidad. A estos Avatares o Mensajeros divinos, también se
los vincula con el concepto formulado por alguna Orden subjetiva espiritual, o
Je­rarquía de Vidas espirituales, que se ocupa de desarrollar el bienestar
humano. Todo lo que realmente sabemos es que en el trans­curso de las
épocas, grandes y divinos Representantes de Dios personifican el propósito
divino y afectan de tal manera el en­tero mundo, que Sus nombres e influencias
se conocen y se sien­ten miles de años después que han dejado de caminar entre
los hombres. Repetidas veces han venido y han cambiado al mundo legando una
nueva religión mundial; sabemos también que por la promesa de la profecía y la
fe, el género humano ha esperado su retorno en momentos de necesidad. Estas
afirmaciones se re­fieren a hechos históricamente comprobados. Más allá de esto
se conocen muy pocos detalles.



La palabra sánscrita
"Avatar", significa literalmente "des­cendiendo desde muy
lejos". Ava (como prefijo de verbos y sus­tantivos verbales)
expresa la idea de "lejos, lejano, distancia", Avataram (comparativo)
más lejano. La raíz AV
parece tras­mitir la idea de protección desde lo alto, empleándose hoy
en palabras compuestas que se refieren a la protección que provie­ne de reyes o
regentes; en lo que respecta a los dioses significa aceptación favorable cuando
se ofrece un sacrificio. Puede de­cirse que la raíz de la palabra significa:
"Descendiendo con la aprobación de la fuente superior de la cual proviene,
a fin de beneficiar el lugar para el que fue destinado." (Diccionario
Sáns­crito de Monier Williams)).



Sin embargo, todos
los Avatares o Salvadores mundiales, ex­presan dos incentivos básicos: la
necesidad de Dios de hacer con­tacto con la humanidad y relacionarse con los
hombres, y la ne­cesidad que tiene la humanidad de entrar en contacto con la di­vinidad
y ser ayudada y comprendida por ella. Por estar su­jetos a estos incentivos,
todos los verdaderos Avatares son por lo tanto intermediarios divinos. Pueden
actuar de esta manera porque se han emancipado completamente de toda limitación
y sentimiento de egoísmo y separatividad, y ya no son ‑de acuer­do a las
comunes normas humanas‑‑‑ el centro dramático de sus propias vidas, como lo
somos la mayoría de nosotros. Cuando han alcanzado esa etapa de
descentralización espiritual pueden
convertirse en verdaderos acontecimientos en la vida de nuestro planeta,
porque todos los ojos dirigen sus miradas hacia Ellos, y todos los hombres
pueden ser afectados por Ellos. Por lo tanto, un Avatar o un Cristo, aparece
por dos razones: la incógnita e inescrutable Causa que lo impele a hacerLo y la
demanda o la ‑invocación de la humanidad misma. Un Avatar que llega es, en
consecuencia, un acontecimiento espiritual que trae grandes cam­bios y
restauraciones, para inaugurar una nueva civilización o res­tablecer
"antiguos jalones" y llevar al hombre más cerca de lo divino. Han
sido descriptos como "hombres extraordinarios que aparecen de vez en
cuando para cambiar la faz del mundo e inau­gurar una nueva era en el destino
de la humanidad". Llegan en momentos de crisis; frecuentemente crean
crisis, a fin de poner término a lo antiguo e indeseable, reemplazándolo por
las for­mas nuevas y más apropiadas para la evolucionante vida de Dios, inmanente
en la naturaleza.
Llegan cuando el mal predomina. Aunque sólo sea por esta
razón podemos en la actualidad esperar un Avatar. El escenario adecuado para la
reaparición de Cristo está ya preparado.



Hay
Avatares de muchas graduaciones y clases; unos son de gran importancia
planetaria porque expresan ciclos completos de futuros desarrollos y emiten la
nota y la enseñanza que intro­ducirán en Sí Mismos una nueva era y una nueva
civilización: Ellos personifican las grandes verdades que las razas humanas deben
tratar de conocer y constituyen todavía el objetivo de las más grandes
mentalidades de la época, a pesar de ser incom­prendidas. Determinados Avatares
también expresan en Sí Mis­mos la suma total de la realización humana y la
perfección ra­cial, llegando a ser los "hombres ideales" de las
épocas. A otros más evolucionados se les permite ser custodios de algún prin­cipio
y cualidad divinos, que requieren una nueva presentación y expresión en la
Tierra, y pueden serlo porque han logrado la perfección y alcanzaron la más
elevada iniciación posible. Tie­nen el don de ser esas cualidades
espirituales personificadas por­que han expresado íntegramente tal cualidad y
principio especí­ficos, y pueden actuar como canales para trasmitirlos desde el
centro de toda Vida espiritual. Ésta es la base de la doctrina de los Avatares
y Mensajeros divinos.



Así
fue Cristo, dos veces Avatar, no solamente porque emi­tió la nota clave de la
nueva era (hace más de dos mil años), y también en forma misteriosa e
incomprensible personificó en Sí Mismo el divino principio del Amor, siendo el
primero que re­veló a los hombres la verdadera naturaleza de Dios. La deman­da
invocadora de la humanidad (el segundo de los incentivos que producen una
Aparición divina) tiene un efecto poderoso, pues las almas de los hombres
poseen, especialmente cuando actúan en forma conjunta, algo que es afín con la
naturaleza divina del Avatar. Todos somos Dioses e hijos de un solo
Padre, como lo ha dicho el último Avatar que ha venido, el Cristo. En cada co­razón
humano existe ese centro divino que, cuando entra en ac­tividad, puede evocar
respuesta desde ese elevado Lugar donde Aquel que viene espera su momento
oportuno para aparecer. úni­camente la demanda unida de la humanidad y su
"intención ma­siva" puede precipitar el descenso (como se lo
denomina) de un Avatar.



Resumiendo: la
doctrina de los Avatares y la doctrina de la continuidad de la
revelación van paralelas. En todas las épocas y en cada gran crisis humana, y
siempre en las horas de nece­sidad, en la creación de una nueva raza o en el
despertar de una humanidad preparada para recibir una nueva y más amplia
misión, el Corazón de Dios ‑impulsado por la Ley de Compasión ­envía un
Instructor, un Salvador del mundo, un Iluminador, un Avatar, un Intermediario
Transmisor, un Cristo. Trae el mensa­je de curación que indicará el próximo
paso que la raza humana debe dar; además iluminará un oscuro problema mundial,
e im­partirá al hombre el conocimiento de un aspecto de la divinidad hasta
ahora incomprendido. La doctrina de los Avatares, Men­sajeros divinos,
Apariciones divinas y Salvadores, está fundada en el hecho de la continuidad de
la revelación y en la secuencia de esta manifestación progresiva de la
naturaleza divina. La historia da testimonio inequívoco de todos Ellos. En la
realidad de esta continuidad, de esta secuencia de Mensajeros y Avata­res y en
la horrenda y espantosa necesidad de la humanidad de esta época, se basa la
expectativa mundial de la reaparición de Cristo. El reconocimiento innato de
estas realidades ha produ­cido el clamor invocador, elevado constantemente por
la huma­nidad, en demanda de algún alivio o intervención divina; el re­conocimiento
de estos hechos también inspirará el mandato que ha surgido desde "el
centro donde la voluntad de Dios es conocida para que el Avatar venga
nuevamente; el conocimiento de ambas demandas indujo al Cristo a prometer a
todos Sus dis­cípulos del mundo que Él reaparecería cuando hayan realizado el
trabajo preparatorio necesario.



Los Avatares más comúnmente
conocidos y reconocidos son: Buda en Oriente y Cristo en Occidente. Sus
mensajes son fa­miliares a todos, y los frutos de Sus vidas y palabras han
condi­cionado el pensamiento y la civilización de ambos hemisferios. Debido a
que son Avatares humanos‑divinos, representan aque­llo que la humanidad puede
comprender fácilmente, porque su naturaleza es igual a la nuestra, "carne
de nuestra carne, es­píritu de nuestro espíritu"; los conocemos y
confiamos en ellos, significando para nosotros más que otras Apariciones
divinas. Son conocidos por millones de seres que también Los conocen, confían
en Ellos y Los aman. Cada uno estableció un núcleo de energía espiritual que
está más allá de nuestra capacidad de comprensión. La tarea incesante de un
Avatar consiste en esta­blecer un núcleo de energía persistente y
espiritualmente positi­vo; enfoca o introduce una verdad dinámica, una
potente forma mental o un vórtice de energía magnética en el mundo del hu­mano
vivir. Este punto focal actúa acrecentadamente como trans­misor de energía
espiritual; permite a la humanidad expresar alguna idea divina que con el
tiempo produce una civilización con su consiguiente cultura, religión,
política, gobierno y méto­dos educativos. Así se hace la historia, la cual
después de todo no es más que el registro de la reacción cíclica de la
humanidad hacia alguna afluyente energía divina, hacia un líder inspirado o
algún Avatar.



Un
Avatar es por lo general, por tiempo indefinido, un Re­presentante del segundo
aspecto divino, el de Amor‑Sabiduría, el Amor de Dios. Se manifestará como un
Salvador, un Cons­tructor, un Preservador; la humanidad no está todavía
suficien­temente desarrollada ni adecuadamente orientada hacia la vida del
Espíritu como para resistir fácilmente el impacto de un Ava­tar que exprese la
dinámica voluntad de Dios. Para nosotros (y ésta es nuestra limitación),
Avatar es aquel que preserva, desa­rrolla, construye, protege, ampara y socorre
los impulsos espi­rituales por los cuales vive el hombre. La necesidad del
hombre y su demanda de preservación y ayuda, hace que Él se manifies­te. La
humanidad necesita Amor, comprensión y correctas re­laciones humanas, como
expresión de una divinidad realizada. Esta necesidad nos trajo anteriormente al
Cristo como Avatar de Amor. Cristo, ese gran Mensajero humano‑divino, debido a
su magna realización -- en el sentido de su comprensión ‑ tras­mitió a la
humanidad un aspecto y una potencialidad de la na­turaleza de Dios mismo, el
principio Amor de la
Deidad. La luz, la aspiración y el reconocimiento de Dios
Trascendente ha sido la expresión vacilante de la actitud humana hacia Dios,
antes del advenimiento del Buddha, el Avatar de la Iluminación. Cuando
vino el Buddha demostró en su propia vida la realidad de Dios Inmanente y de
Dios Trascendente, de Dios en el universo y de Dios en la humanidad. La
individualidad de la Deidad y del yo en el corazón del hombre llegó a ser una
realidad en la con­ciencia humana. Fue una verdad relativamente nueva para el
hombre.



Sin embargo, las
Escrituras mundiales acentuaron muy poco a Dios como aspecto Amor, hasta que
vino Cristo y vivió una vida de amor y de servicio y dio a los hombres el nuevo
man­damiento de amarse los unos a los otros. Después de su venida como el
Avatar de Amor, Dios llegó a ser conocido como amor supremo, amor como meta y
objetivo de la creación, amor como principio fundamental de las relaciones y
amor que actúa en todo lo manifestado, que se dirige hacia un Plan motivado por
el Amor. Cristo reveló y acentuó esta divina cualidad, que al­teró el vivir,
las metas y los valores humanos.



La razón por la cual
Él no ha venido nuevamente se debe a que sus seguidores no han realizado el
trabajo necesario en to­dos los países. Su venida depende en gran parte, como
veremos más adelante, de que se establezcan las correctas relaciones hu­manas,
lo cual fue obstaculizado por la iglesia en el transcurso de los siglos, y no
ha ayudado a ello debido a su fanatismo de hacer "cristianos" a todos
los pueblos, en vez de seguidores del Cristo. Ha recalcado la doctrina
teológica y no el amor y la comprensión amorosa como Cristo la ejemplificó. Predicó
la doctrina del iracundo Saúl de Tarso y no la del bondadoso car­pintero de
Galilea. Por eso Él está esperando. Pero su hora ya ha llegado, debido a la
"necesidad" de todos los pueblos, a la demanda invocadora de las
masas de todas partes y a la pe­tición de Sus discípulos que profesan todos los
credos y reli­giones del mundo.



No nos es dable
conocer aún la fecha y el momento de Su reaparición. Su venida depende de la
demanda (tantas veces si­lenciosa) de todos los que aguardan con intención
masiva; tam­bién de que las correctas relaciones humanas estén mejor esta­blecidas,
y de determinado trabajo que realizan hoy los Miembros avanzados del Reino de
Dios, la Iglesia
Invisible, la Jerarquía espiritual de nuestro planeta; además
depende hoy de la cons­tancia de los discípulos de Cristo en el mundo y de Sus
cola­boradores iniciados que actúan en los numerosos grupos religio­sos,
políticos y económicos. A esto debe agregarse lo que los cristianos acostumbran
llamar "la Voluntad inescrutable de Dios", ese propósito no
reconocido del Señor del Mundo, el Anciano de los Días (como se lo llama en El Antiguo
Testamento), Que co­noce Su propio pensamiento, irradia la cualidad más
elevada del amor y enfoca Su voluntad en Su propio lugar elevado, dentro del
centro donde "la voluntad de Dios es conocida".



Cuando aparezca el
Cristo, el Avatar de Amor, entonces "Los hijos de los hombres que son
ahora los hijos de Dios apartarán Sus rostros de la Luz resplandeciente e
irradiarán esa Luz sobre los hijos de los hombres que todavía no saben que
son los hijos de Dios". Entonces aparecerá Aquel que viene; Sus pasos
se acelerarán en el valle de las sombras, porque el Todopoderoso que se halla
sobre la cumbre de la montaña, exhala amor eter­no, luz suprema y pacífica y
silenciosa voluntad.



"Entonces
responderán los hijos de los hombres. Una nueva luz brillará en el cansado y
lúgubre valle de la
tierra. Una nueva vida circulará por sus venas y su visión
abarcará todos los caminos de lo que vendrá".

"Así vendrá
nuevamente la paz a la tierra, ‑pero una paz desconocida hasta ahora. Entonces
la voluntad al bien florecerá como comprensión, y la comprensión fructificará
como buena vo­luntad en los hombres."