Filosofía Celta

lunes, 12 de abril de 2010

 


Qué extraño es estar aquí. El misterio nunca te deja en paz. Detrás de tu cara, debajo de tus palabras, por encima de tus pensamientos, debajo de tu mente, acecha el silencio de otro mundo. Un mundo vive en tu interior. Nadie más puede darte noticia de este mundo interior. Cada cual es un artis¬ta. Al abrir la boca sacamos sonidos de la montaña que hay debajo del alma. Esos sonidos son palabras. El mundo está lleno de palabras. Son muchos los que hablan al mismo tiempo, en voz alta o baja, en salones, en las calles, en la te¬levisión, en la radio, en el papel, en los libros. El ruido de las palabras conserva para nosotros lo que llamamos «mun¬do». Intercambiamos nuestros sonidos y formamos pau¬tas, vaticinios, bendiciones y blasfemias. Nuestra tribu lin¬güística cohesiona el mundo diariamente. Pero el hecho de pronunciar palabras revela que cada cual crea incesante¬mente. Cada persona extrae sonidos del silencio y seduce lo invisible para que se haga visible.

Los humanos somos aquí unos recién llegados. Las ga¬laxias del cíelo se alejan bailando hacia el infinito. Bajo nuestros pies hay tierra antigua. Fuimos bellamente for¬mados con esta arcilla. Sin embargo, el guijarro más pe¬queño es millones de años más viejo que nosotros. En tus pensamientos busca un eco el universo silencioso.

Un mundo ignoto anhela reflejarse. Las palabras son espejos indirectos que contienen tus pensamientos. Con¬templas estas palabras-espejo y vislumbras significados, raíces y refugio. Detrás de su superficie brillante hay oscu¬ridad y silencio. Las palabras son como el dios Jano, miran a la vez hacia dentro y hacia fuera.

Si nos volvemos adictos a lo exterior, nuestra inte¬rioridad vendrá a acosarnos. Nos dominará la sed y nin¬guna imagen, persona o acto podrá saciarla. Para estar completos, debemos ser fíeles a nuestra compleja vulnera¬bilidad. Para conservar el equilibrio, debemos mantener unido lo interior y lo exterior, lo visible y lo invisible, lo co¬nocido y lo desconocido, lo temporal y lo eterno, lo anti¬guo y lo nuevo. Nadie puede afrontar esta misión por noso¬tros. Cada cual es umbral, único e irrepetible, de un mundo interior. Esta integridad es santidad. Ser santo es ser natu¬ral, acoger los mundos que encuentran equilibrio en ti. De¬trás de la fachada de la imagen y la distracción, cada uno es un artista en este sentido primigenio e inexorable. Cada uno está condenado y tiene el privilegio de ser un artista interior que lleva consigo y da forma a un mundo único.

La presencia humana es un sacramento creativo y tur¬bulento, un signo visible de la gracia invisible. No existe otro acceso a misterio tan íntimo y aterrador. La amistad es la gracia dulce que nos libera para afrontar esta aventura, reconocerla y habitarla. La amistad es una fuerza creadora y subversiva. Asegura que la intimidad es la ley secreta de la vida y el universo. El viaje humano es un acto continuo de transfiguración. Afrontados con amistad, lo desconocido, lo anónimo, lo negativo y lo amenazante nos revelan poco a poco su secreta afinidad. El ser humano, en tanto que ar¬tista, está siempre activo en esta revelación. La imagina¬ción es la gran amiga de lo desconocido. Invoca y libera constantemente el poder de la posibilidad. Por consi¬guiente, no se ha de reducir la amistad a una relación excluyente o sentimental; es una fuerza mucho más ex¬tensa e intensa.

El pensamiento celta no era discursivo ni sistemáti¬co. Pero en sus especulaciones líricas los celtas dieron ex¬presión a la sublime unidad de la vida y la experiencia. El pensamiento celta no estaba lastrado por el dualismo. No dividía lo que propiamente ha de estar unido. La imagina¬ción celta expresa la amistad interior que abarca como un todo la naturaleza, la divinidad, el mundo subterráneo y el mundo humano. El dualismo que separa lo visible de lo in¬visible, el tiempo de la eternidad, lo humano de lo divino, les era ajeno. Su sentido de la amistad ontológica generaba un mundo empírico impregnado de una rica textura de alteridad, ambivalencia, simbolismo e imaginación. Para nuestra separación dolorosa, la posibilidad de esta amistad fecunda y unifícadora es el don de los celtas.

La idea central es aquí el reconocimiento y el despertar de la antigua comunión que hace de los dos amigos uno. Puesto que el nacimiento del corazón humano es un proceso en curso, el amor es nacimiento continuo de creati¬vidad en y entre nosotros. Exploraremos el anhelo en tanto que presencia de lo divino y el alma como casa del arraigo.

El cuerpo es tu casa de arcilla, la úni¬ca que tienes en el universo. El cuerpo está en el alma; este reconocimiento confiere al cuerpo una dignidad sagrada y mística. Los sentidos son antesalas de lo divino. La espiri¬tualidad de los sentidos es la espiritualidad de la transfigu¬ración.

Cuando uno deja de temer a su soledad, una nueva creatividad despierta en su seno. La riqueza interior olvi¬dada o descuidada empieza a revelarse. Uno vuelve a su casa interior y aprende a descansar en ella. Los pensamien¬tos son los sentidos interiores. Infundidos de silencio y sole¬dad, revelan el misterio del paisaje interior...


La cultura Celta: Vínculos entre la historia y la magia
Los celtas se agrupaban en tribus, formadas por clanes, que tenían en común un antepasado: un héroe mítico.
Existen muchas leyendas de los pueblos celtas, en las que el principal elemento no es otro que el agua. A partir del Neolítico, y hasta el término de la Edad del Bronce, Europa occidental se fue llenando de pobladores que provenían del centro de Europa y de las estepas del este. Se trataba de mineros y de agricultores que se asentaban en los lugares desiertos o en regiones poco pobladas. Con el cambio climático que sobrevino, se produjo un brusco descenso de las temperaturas, así como un aumento del frío y de la humedad. Las aldeas se inundaron, aparecieron marismas, y los habitantes tuvieron que irse, dando lugar a una nueva emigración. Estas inundaciones supusieron una catástrofe para los individuos, poblados enteros fueron anegados por el agua y causaron numerosas muertes, más incluso que las producidas por las guerras entre tribus. Ante estas fuerzas de la naturaleza, los celtas consideraron que resultaba inútil tratar de evitarlas, y esperaron a que el mar se los llevara, seguros de que eso suponía un tránsito para reanudar la vida en Otro Mundo, dado que ellos creían en que la vida continúa tras la muerte, y el agua no es otra cosa que la frontera entre dos mundos y una vía de acceso al más allá.
Una de las principales características de los celtas es que no distinguían entre el mundo de lo mágico y los acontecimientos históricos, para ellos lo real y lo mágico estaban vinculados. Esas mismas inundaciones que les hicieron emigrar fueron incorporadas a sus leyendas, y así es como surgió el mito de la ciudad sumergida, que es el símbolo del Otro Mundo.
La organización social de los celtas tiene como base la tribu, nunca llegaron a organizarse y a formar un reino o una especie de Estado que los unificara. Todos ellos descienden de un antepasado común, de un héroe mítico, de ahí que los lazos de unión entre ellos sean fuertes, puesto que forman parte de la naturaleza, se encuentran por encima de la solidaridad del clan. Para un celta una de las cosas más terribles es el ser expulsado de su tribu, dado que el individuo pierde así su honor.
Las tribus se consolidan en un territorio en el que ha de haber las tierras necesarias para que el cultivo asegure las necesidades para el mantenimiento del grupo, y que sea un territorio fácil de defender. La tribu estaba formada por clanes (familias descendientes de un antepasado común), y el sistema de parentesco celta tenía como referencia fundamental a la mujer. El matrimonio se llevaba a cabo por medio de un contrato, a través del cual la mujer era la que aportaba una dote en plata, mientras que el marido tenía que duplicar la aportación que ella hubiera hecho. De todos modos, los compromisos, a excepción de la lealtad a la tribu, siempre se supeditaban a la libertad del individuo y a su propia voluntad de mantenerlos.
Los jefes de los clanes y los jefes guerreros eran los que conformaban la nobleza militar, y la cantidad de guerreros que tuviera un jefe era la que le proporcionaba el prestigio y el poder en su tribu. Luego se elegía de entre ellos al que, por su sabiduría y valor, fuera más adecuado para poder conducir a la tribu hacia el bienestar y hacia la riqueza. Así recibía el título de rey, pero sólo se mantenía en el poder mientras las cosas marcharan bien para la tribu, de lo contrario era eliminado por el asesinato o el sacrificio ritual. Este jefe de la tribu era elegido por el Consejo, que era una especie de asamblea de los hombres libres y mujeres libres de la tribu, aunque finalmente la jefatura se convirtió en algo hereditario. En el caso de que se produjera alguna situación excepcional el Consejo podía estar formado por una asamblea de diversas tribus. En ese caso había un jefe común al que se daba el nombre de “rey supremo”. Cabe apuntar que, en algunas tribus, había verdaderos reyes, con poderes judiciales, militares y religiosos, que eran elegidos por los dioses.
La expansión del pueblo celta se produjo a raíz del desarrollo del comercio que llevaron a cabo los príncipes de Hallstatt. Los vínculos comerciales fueron el detonante para la apertura del mundo celta a las influencias que provenían del Mediterráneo. Nunca llegaron a crear un reino o un imperio, sino que se mantuvieron organizados en tribus independientes, cada una de ellas con su propio nombre, con sus jefes, con su nobleza, y con sus druidas, aunque en ocasiones hacían alianzas y confederaciones, todo ello para asegurar la estabilidad del grupo. Formaron verdaderas colonias, y su gran expansión se convirtió en leyenda dentro de la historia de los celtas, los autores escribieron sobre ella a modo de epopeya en la que hay numerosos elementos mágicos.
Los celtas, aunque guerreros, también obtenían buenas cosechas, criaban al ganado, y conocían las técnicas de la artesanía. Era de estas actividades de donde provenía su riqueza, además de mejorar todas sus actividades económicas debido a su conocimiento de la fundición y del forjado, y fabricar armas, carros de combate y de transporte, construir casas y barcos, y mejorar las técnicas de cultivo. Los utensilios agrícolas de hierro permitieron cultivar las tierras y cavar a mayor profundidad, lo que permitió incrementar la producción de alimentos y a su vez aumentar la población. Así, la cultura celta sustituyó a la cultura de Campos de Urnas, aunque los celtas de Hallstatt gozaban de algo más que la posesión y dominio del hierro, sus tierras y aldeas se encontraban sobre un enorme depósito de sal, lo que hacía posible conservar los alimentos, almacenarlos, disponer de ellos cuando fuera necesario…, en definitiva, la sal fue considerada un verdadero tesoro. Todo el comercio y la minería que se desarrolló alrededor de la sal en Hallstatt dio lugar a un cambio social, la población aumentó y empezó la diversidad del trabajo dentro de la tribu: unos cultivaban las tierras, otros se dedicaban a la artesanía, había un pequeño grupo que se controlaba el comercio…, en muy poco tiempo la minería del hierro y de la sal, así como el comercio, pasaron a ser la riqueza de la región. Los grandes ríos se convirtieron en las vías de comunicación con el área del mediterráneo, aunque las relaciones eran meramente de intercambio comercial.
El comercio también se extendió a la madera, los cereales, el vidrio, y más adelante a la venta de esclavos, y al control de las rutas del estaño que provenía de Britania y al ámbar (importante objeto de intercambio desde la Edad del Bronce) procedente del mar Báltico. Pero todo este poder y prestigio había de ser manifestado externamente, de manera que comenzaron a construirse residencias y fortalezas desde las que se divisaba el territorio circundante para así controlar las vías de comunicación y el comercio. Alrededor de estas construcciones se agrupaban el resto de casas dando lugar al poblado. Estos núcleos de población eran centros de producción y desarrollaban actividades vinculadas con la minería, la agricultura, la artesanía y el comercio en general. Eran como ciudades en las que vivía el príncipe y el grupo de guerreros, los artesanos ricos y los artistas, y un número elevado de hombres libres. Cerca de estos núcleos se encontraban los túmulos funerarios de los príncipes junto con bellos sus bellos ajuares.
Los cambios sufridos por el mundo celta también se vieron reflejados en las construcciones funerarias, en un primer momento, cuando aún carecían del comercio, no se habían enriquecido con la sal, las tumbas eran una fosa con un interior forrado de lajas de piedra, eran pobres enterramientos, algunas tumbas eran planas, otras recubiertas por un túmulo, y se practicaba la incineración. Eran tumbas que manifestaban una cierta igualdad social. Pero, pasado el tiempo, con las transformaciones sociales y el enriquecimiento empezaron a realizarse complicados ritos funerarios en las tumbas de los príncipes, y se construyeron cámaras en madera de roble recubiertas por un túmulo...