LA MATRIZ DIVINA...

martes, 31 de agosto de 2010

 




Fragmento:

"Toda materia existe en virtud de una fuerza. Debemos asumir tras esa fuerza
la existencia de una mente consciente e inteligente. Esa mente es la
matriz de toda la materia." Max Planck, físico. 1944

Con
estas palabras Max Planck, padre de la teoría cuántica, describía un
campo universal de energía que conecta a todos y a todo lo que hay en la
creación: La Matriz Divina.

La Matriz Divina es nuestro mundo.
También es todo lo que hay en nuestro mundo. Somos nosotros y todo lo
que amamos, odiamos, creamos y experimentamos. Al vivir en la Matriz
Divina, somos como artistas que expresamos nuestras más recónditas
pasiones, miedos, sueños y deseos a través de la esencia de un
misterioso lienzo cuántico. Pero nosotros somos tanto ese lienzo como
las imágenes plasmadas sobre él. Somos a la vez las pinturas y las
brochas.

En la Matriz Divina somos el recipiente en cuyo
interior existen todas las cosas, el puente entre las creaciones de
nuestros mundos interior y exterior y el espejo que nos muestra lo que
hemos creado. En la Matriz Divina somos a la vez la semilla del milagro y
el propio milagro.

(…)

La ciencia moderna ya ha llegado
al punto del que arrancan nuestras tradiciones espirituales mejor
consideradas. Un creciente cuerpo de evidencia científica apoya la
existencia de un campo de energía -la Matriz Divina- que proporciona ese
recipiente, así como el puente y el espejo de todo lo que sucede entre
el mundo que hay en nuestro interior y el mundo externo a nuestros
cuerpos. El hecho de que ese campo esté en todo, desde las partículas
más pequeñas del átomo cuántico hasta universos distantes cuya luz está
alcanzando precisamente ahora nuestros ojos, así como en todo lo
intermedio entre ambos, cambia todo lo que creíamos acerca de nuestro
papel en la creación. Sugiere que debemos ser bastante más que simples
observadores que pasan a través de un breve instante de tiempo por una
creación preexistente.

Cuando contemplamos la “vida” –nuestra
abundancia material y espiritual, nuestras relaciones y carreras,
nuestros amores más profundos y nuestros mayores logros, así como
nuestros temores a carecer de todas esas cosas- es posible que también
estemos encuadrando nuestra mirada en el espejo de nuestras creencias
más auténticas, generalmente inconscientes. Las vemos en nuestro entorno
porque se han manifestado mediante la misteriosa esencia de la Matriz
Divina. De ser así, la propia conciencia debe jugar un papel clave en la
existencia del universo.

Somos Tanto los Artistas como el Arte...

Por
inaprensible que pueda resultar esta idea a algunas personas, esta es
precisamente la otra cara de la moneda de algunas de las mayores
controversias entre algunas de las mentes más grandiosas de la historia
reciente. Por ejemplo, en una cita de sus notas autobiográficas, Albert
Einstein compartía esta creencia de que somos esencialmente observadores
pasivos que viven en un universo ya previamente emplazado, sobre el
que, al parecer, tenemos muy escasa influencia. “Vivimos en un mundo”,
decía, “que existe independientemente de nosotros, los seres humanos, y
que existía antes que nosotros, como un gran enigma eterno que, al menos
de manera parcial, es accesible a nuestro pensamiento y observación”.

En
contraste con la perspectiva de Einstein, que aún es ampliamente
defendida por muchos científicos en la actualidad, John Wheeler, físico
de Princeton y colega de Einstein, ofrece una visión radicalmente
diferente de nuestro papel en la creación. En términos sólidos, claros y
gráficos, Wheeler dice que: “Tenemos la vieja idea de que ahí afuera
está el universo, y aquí está el hombre, el observador, protegido y a
salvo del universo por un bloque de vidrio laminado de seis pulgadas”.
Refiriéndose a los experimentos de finales del siglo XX que nos muestran
que simplemente observar una cosa cambia esa cosa, Wheeler continua:
“Ahora hemos aprendido del mundo cuántico que hasta para observar un
objeto tan minúsculo como un electrón tenemos que quebrar ese vidrio
laminado; tenemos que meternos dentro de él. Por lo tanto, sencillamente
hay que tachar de los libros la vieja palabra observador,
sustituyéndola por la nueva palabra participante”.


¡Qué
vuelco! En una interpretació n radicalmente diferente de nuestra
relación con el mundo que nos rodea, Wheeler está afirmando que nos es
imposible limitarnos a observar lo que pasa en él. De hecho,
experimentos de física cuántica demuestran que el acto de que observemos
algo tan pequeño como un electrón, concentrando nuestra consciencia
sobre lo que esté haciendo ese electrón, aunque sea sólo un instante,
cambia sus propiedades mientras lo observamos. Los experimentos sugieren
que el mismo acto de observar es un acto de creación y que la
consciencia es la que crea.

Es interesante notar que las sabias
tradiciones del pasado indican que nuestro mundo funciona precisamente
de esa manera. Desde los Vedas de los antiguos hindúes, que según
ciertos estudiosos datarían del 5000 a.C., hasta los Rollos del Mar
Muerto, que tienen 2.000 años, el tema general parece indicar que el
mundo en realidad es un espejo de las cosas que están pasando en un
reino superior o en una realidad más profunda. Por ejemplo, comentando
las nuevas traducciones de los fragmentos del Rollo del Mar Muerto
conocido como Las Canciones del Sacrificio del Sabbath, sus traductores
resumen su contenido en que "Lo que pasa en la tierra no es sino un
pálido reflejo de esa realidad superior final".

La implicación
de ambos textos antiguos con la teoría cuántica es que en los mundos
invisibles creamos el proyecto de nuestras relaciones, carreras, éxitos y
fracasos del mundo visible. Desde ese punto de vista, la Matriz Divina
funciona como una gran pantalla cósmica que nos permite ver la energía
no física de nuestras emociones y creencias (nuestro enojo, odio y
rabia, así como nuestro amor, compasión y comprensión) proyectada en el
medio vital físico.

Al igual que una pantalla de cine refleja la
imagen de cualquier cosa o persona que haya sido filmada sin emitir
juicio alguno, la Matriz parece proporcionar una superficie neutra para
que nuestras experiencias y creencias internas sean vistas en el mundo. A
veces conscientemente, a menudo de manera inconsciente, “mostramos”
nuestras verdaderas creencias de todo tipo, desde la compasión a la
traición, a través de la calidad de las relaciones que nos circundan. En
otras palabras, somos como artistas que expresamos nuestras pasiones,
temores, sueños y deseos más profundos, a través de la esencia viviente
de un misterioso lienzo cuántico. Y al igual que los artistas refinan
una imagen hasta que a sus mentes les parece adecuada, en muchos
aspectos parece que nosotros hacemos lo mismo con nuestras experiencias
vitales a través de la Matriz Divina.

Qué concepto tan raro,
hermoso y poderoso. De idéntica manera que el artista usa el mismo
lienzo una y otra vez mientras va buscando la expresión perfecta de una
idea, podemos considerarnos artistas perpetuos que construimos una
creación que siempre está cambiando y que nunca se termina. La clave
para hacerlo de manera intencional es que no sólo tenemos que entender
cómo funciona la Matriz Divina sino que, además, para comunicar nuestros
deseos a esa red ancestral de energía necesitamos un lenguaje que ella
sea capaz de reconocer.

El Lenguaje Que Crea

Nuestras
tradiciones más antiguas y acendradas nos recuerdan que, de hecho, hay
un lenguaje que le habla a la Matriz Divina: un lenguaje que carece de
palabras y que no implica los habituales signos externos de comunicación
que hacemos con nuestras manos y nuestro cuerpo. Dicho lenguaje adopta
una forma tan simple que todos sabemos ya “hablarlo” de manera fluida.
De hecho, lo usamos cada día de nuestras vidas. Es el lenguaje de la
creencia y de la emoción humanas.

La ciencia moderna ha
descubierto que, con cada emoción que experimentamos en nuestros
cuerpos, experimentamos también cambios químicos en cosas que reflejan
nuestras emociones, tales como el pH y las hormonas. Desde las
experiencias “positivas” de amor, compasión y perdón, por ejemplo, hasta
las “negativas” de odio, juicio o celos, cada uno de nosotros posee el
poder de afirmar o negar su existencia en cada momento de cada día.
Adicionalmente, la misma emoción que confiere semejante poder a lo que
hay dentro de nuestros cuerpos extiende ese mismo poder nuestro hacia el
mundo cuántico que está más allá de nuestros cuerpos.

Tal vez
sea útil imaginar la Matriz Divina como una frazada cósmica que empieza y
termina en los reinos de lo desconocido, cubriendo todo lo que hay
entre ellos. La frazada tiene una profundidad de varias capas y siempre
está puesta en todas partes a la vez. Nuestros cuerpos, vidas y todo lo
que conocemos, existe y sucede en el interior de las fibras de esa
frazada. Desde nuestra creación acuática en el útero de nuestra madre
hasta nuestros matrimonios, divorcios, amistades y carreras, todo lo que
experimentamos puede ser asimilado a arrugas en la frazada.

Admito
que pensar en nosotros mismos como “arrugas” de la Matriz pueda
quitarle algo de romance a nuestras vidas, pero también nos brinda una
manera poderosa de pensar acerca de nuestro mundo y de nosotros mismos.
Si queremos crear relaciones nuevas, saludables y afianzadoras de
nuestras vidas, si queremos atraer a ellas un romance sanador, o una
solución pacífica a Oriente Medio por ejemplo, debemos crear una
perturbación nueva en el campo, una que refleje nuestro deseo. Tenemos
que crear una “arruga” nueva en esa cosa de la que están hechos el
espacio, el tiempo y nuestros cuerpos. Esta es nuestra relación con la
Matriz Divina. Se nos da el poder de imaginar, soñar y sentir las
posibilidades de la vida desde el interior de la propia Matriz, de
manera que podamos reflejar hacia nosotros lo que hayamos creado.

Está
claro que no sabemos todo lo que hay que saber sobre la Matriz Divina.
La ciencia no tiene todas las respuestas. Con total honestidad, los
científicos ni siquiera saben con seguridad de dónde viene la Matriz
Divina. También sabemos que podríamos estudiarla otros 100 años y
seguiríamos sin conocer esas respuestas. Sin embargo, lo que sí sabemos
es que la Matriz Divina existe. Está aquí y podemos introducirnos en su
poder creativo mediante el lenguaje de nuestras emociones. Cuando lo
hacemos, nos introducimos en la verdadera esencia del poder de cambiar
nuestras vidas y el mundo.

El Universo como Ordenador Consciente

En
muchos sentidos, nuestra experiencia de la Matriz Divina podría
compararse a los programas con los que trabaja un ordenador. En ambos
casos las instrucciones deben utilizar un lenguaje que el sistema
comprenda. Para el ordenador, ese lenguaje es un código numérico de
ceros y unos. Para la conciencia se requiere de una clase de lenguaje
diferente: uno que no use ni números ni alfabetos, ni siquiera palabras.
Como ya somos parte de la conciencia, tiene perfecto sentido que ya
tengamos todo lo que necesitamos para comunicarnos sin necesidad de un
manual de instrucciones o de adiestramiento especial. Y lo hacemos.

Al
parece, el lenguaje de la conciencia es la experiencia universal de la
emoción. Ya sabemos cómo amar, odiar, temer y perdonar. Al reconocer que
esas experiencias son en realidad las instrucciones que programan la
Matriz Divina, podemos aguzar nuestras destrezas para comprender mejor
cómo llevar a nuestras vidas alegría, salud y paz.

De la misma
manera que todo lo vivo se configura a partir de las cuatro bases
químicas que generan nuestro ADN, el universo parece estar constituido
en base a cuatro características de la Matriz Divina que hacen que las
cosas funcionen como lo hacen. La clave para penetrar en el poder de la
Matriz reside en nuestra habilidad para admitir los cuatro
descubrimientos que son los hitos que enlazan nuestras vidas de una
manera sin precedentes.


Descubrimiento 1: Hay un campo de energía que conecta todo lo que hay en la creación.

Descubrimiento 2: Dicho campo juega los papeles de recipiente, puente y espejo de las creencias que albergamos.

Descubrimiento 3:
El campo está en todas partes (no está localizado) y es holográfico.
Todas sus partes están conectadas con las demás. Y cada parte refleja al
todo a una escala inferior.

Descubrimiento 4: Nos comunicamos con el campo a través del lenguaje de la emoción.

De
nuestra habilidad depende reconocer y aplicar esas realidades que lo
determinan todo, desde nuestra sanación hasta el éxito de nuestras
relaciones y carreras.

De manera casi universal, compartimos la
sensación de que hay más de lo que nuestros ojos alcanzan. En algún
lugar profundamente escondido entre las brumas de nuestra memoria más
antigua, sabemos que tenemos en nuestro interior poderes mágicos y
milagrosos, de cuyos recuerdos estamos rodeados por todas partes. La
ciencia moderna ha demostrado más allá de cualquier duda razonable que
la “cosa” cuántica de la que estamos hechos se comporta de maneras
aparentemente milagrosas. Si las partículas de las que estamos hechos
pueden establecer entre sí una comunicación instantánea, estar en dos
sitios a la vez, sanar espontáneamente e incluso cambiar el pasado
mediante elecciones hechas en el presente, entonces nosotros también
podemos hacer lo mismo. La única diferencia entre esas partículas
aisladas y nosotros es que nosotros estamos hechos de muchísimas
partículas que se mantienen unidas por el poder de la propia conciencia.



Los antiguos místicos recordaron a nuestros corazones, y
los experimentos modernos han demostrado a nuestras mentes, que la
fuerza más poderosa del universo es la emoción que vive en cada uno de
nosotros. Y ese es el gran secreto de la propia creación: el poder de
crear en el mundo lo que imaginemos y sintamos en nuestras creencias.
Aunque pueda sonar demasiado simple para ser verdad, yo creo que el
universo funciona precisamente de esta manera.


Cuando el
poeta y filósofo sufí Rumí observó que tenemos miedo de nuestra propia
inmortalidad, tal vez quiso decir que en realidad lo que verdaderamente
nos asusta es nuestro poder de elegir la inmortalidad. Al igual que los
antiguos iniciados descubrieron que bastaba una pequeña sacudida para
que les fuese posible contemplar al mundo de una manera diferente,
quizás lo único que nos haga falta a nosotros sea un pequeño giro para
que nos demos cuenta de que somos los arquitectos de nuestro mundo y de
nuestro destino, artistas cósmicos que expresamos nuestra creencias
interiores sobre el lienzo del universo.

Si somos capaces de
recordar que somos tanto el arte como el artista, tal vez podamos
recordar también que somos tanto la semilla del milagro como el propio
milagro. Si podemos dar ese pequeño giro, ya estaremos sanados en la
Matriz Divina.

Gregg Braden

Notas al margen:"Cuando
esperamos que algo suceda, esa expectativa es una emoción en nuestros
cuerpos. Es a través de esa emoción que se ponen en movimiento una serie
de acontecimientos que se extienden más allá de nuestro cuerpo, hacia
el mundo a nuestro alrededor, a través de este campo la Matriz Divina.
Estamos en realidad afectando y teniendo una influencia directa en la
materia de la que nuestro mundo está compuesto, de formas que estamos
sólo comenzando a comprender.""El sentimiento es el lenguaje que programa la computadora de la consciencia del universo ".


por Gregg Braden http://www.greggbraden.com/