Mujeres que Corren con los lobos...

jueves, 19 de agosto de 2010

 




El aullido: La Resurrección de la Mujer Salvaje... Capítulo 1

La Loba...

Tengo que confesarles que yo no soy como uno de esos teólogos que se adentran
en el desierto y regresan cargados de sabiduría. He recorrido muchas
hogueras de cocinar y he esparcido cebo de angelote en toda suerte de
dormitorios. Pero, más que adquirir sabiduría, he sufrido embarazosos
episodios de Giardiasis, E. coli 1, y amebiasis. Ay, tal es el destino de una mística de la clase media con intestinos delicados.
He
aprendido a protegerme de todos los conocimientos o la sabiduría que
haya podido adquirir en el transcurso de mis viajes a extraños lugares y
personas insólitas, pues a veces el viejo padre Academo*, como el
mítico Cronos, sigue mostrando una fuerte propensión a devorar a sus
hijos antes de que hayan alcanzado la capacidad de sanar o sorprender.
El exceso de intelectualización puede desdibujar las pautas de la
naturaleza instintiva de las mujeres...
* Héroe
ateniense al que estaba dedicado un bosque sagrado donde Platón fundó su
Academia y donde solían reunirse los filósofos de Atenas. (N. de la T.)

Por
consiguiente, para fomentar nuestra relación de parentesco con la
naturaleza instintiva, es muy útil comprender los cuentos como si
estuviéramos dentro de ellos y no como si ellos estuvieran fuera de
nosotros. Entramos en un cuento a través de la puerta del oído interior.
El relato hablado roca el nervio auditivo que discurre por la base del
cráneo y penetra en la médula oblonga justo por debajo del puente de
Varolio. Allí los impulsos auditivos se transmiten a la conciencia o
bien al alma, según sea la actitud del oyente.
Los
antiguos anatomistas decían que el nervio auditivo se dividía en tres o
más caminos en el interior del cerebro. De ello deducían que el oído
podía escuchar a tres niveles distintos. Un camino estaba destinado a
las conversaciones mundanas. El segundo era para adquirir erudición y
apreciar el arte y el tercero permitía que el alma oyera consejos que
pudieran servirle de guía y adquiriera sabiduría durante su permanencia
en la tierra.
Hay que escuchar por tanto con el oído del alma, pues ésta es la misión del cuento.
Hueso
a hueso, cabello a cabello, la Mujer Salvaje regresa. A través de los
sueños nocturnos y de los acontecimientos medio comprendidos y medio
recordados. La Mujer Salvaje regresa. Y lo hace a través de los cuentos.
Inicié
mi propia migración por Estados Unidos en los años sesenta, buscando un
lugar donde pudiera asentarme entre los árboles, la fragancia del agua y
las criaturas a las que amaba: el oso, la raposa, la serpiente, el
águila y el lobo. Los hombres exterminaban sistemáticamente a los lobos
en el norte de la región de los Grandes Lagos; dondequiera que fuera,
los lobos eran perseguidos de distintas maneras. Aunque muchos los
consideraban una amenaza, yo siempre me sentía más segura cuando había
lobos en los bosques. Por aquel entonces, tanto en el oeste como en el
norte, podías acampar y oír por la noche el canto de las montañas y el
bosque.
Pero,
incluso en aquellos lugares, la era de los rifles de mira telescópica,
de los reflectores montados en jeeps y de los cebos a base de arsénico
hacían que el silencio se fuera propagando por la tierra. Muy pronto las
Montañas Rocosas se quedaron casi sin lobos. Así fue como llegué al
gran desierto que se extiende mitad en México y mitad en Estados Unidos.
Y, cuanto más al sur me desplazaba, tanto más numerosos eran los
relatos que me contaban sobre los lobos.
Dicen
que hay un lugar del desierto en el que el espíritu de las mujeres y el
espíritu de los lobos se reúnen a través del tiempo. Intuí que había
descubierto algo cuando en la zona fronteriza de Texas oí un cuento
llamado “La Muchacha Loba” acerca de una mujer que era una loba
que a su vez era una mujer. Después descubrí el antiguo relato azteca de
los gemelos huérfanos que fueron amamantados por una loba hasta que
pudieron valerse por sí mismos 2.
Y,
finalmente, de labios de los agricultores de las antiguas concesiones de
tierras españolas y de las tribus pueblo del sudoeste, adquirí
información sobre los hueseros, los viejos que resucitaban a los muertos
y que, al parecer, eran capaces de devolver la vida tanto a las
personas como a los animales. Más tarde, en el transcurso de una de mis
expediciones etnográficas, conocí a una huesera y, desde entonces, ya
jamás volví a ser la misma. Permítanme que les ofrezca un relato y una
presentación directos...

La Loba...

Hay
una vieja que vive en un escondrijo del alma que todos conocen pero muy
pocos han visto. Como en los cuentos de hadas de la Europa del este, la
vieja espera que los que se han extraviado, los caminantes y los
buscadores acudan a verla.
Es
circunspecta, a menudo peluda y siempre gorda, y, por encima de todo,
desea evitar cualquier clase de compañía. Cacarea como las gallinas,
canta como las aves y por regla general emite más sonidos animales que
humanos.
Podría
decir que vive entre las desgastadas laderas de granito del territorio
indio de Tarahumara. O que está enterrada en las afueras de Phoenix en
las inmediaciones de un pozo. Quizá la podríamos ver viajando al sur
hacia Monte Albán 3 en un viejo cacharro con el
cristal trasero roto por un disparo. O esperando al borde de la autovía
cerca de El Paso o desplazándose con unos camioneros a Morella, México, o
dirigiéndose al mercado de Oaxaca, cargada con unos haces de leña
integrados por ramas de extrañas formas. Se la conoce con distintos
nombres: La Huesera, La Trapera y La Loba.
La única tarea de La
Loba consiste en recoger huesos. Recoge y conserva sobre todo lo que
corre peligro de perderse. Su cueva está llena de huesos de todas las
criaturas del desierto: venados, serpientes de cascabel, cuervos. Pero
su especialidad son los lobos.
Se arrastra, trepa y recorre las montañas y los arroyos
en busca de huesos de lobo y, cuando ha juntado un esqueleto entero,
cuando el último hueso está en su sitio y tiene ante sus ojos la hermosa
escultura blanca de la criatura, se sienta junto al fuego y piensa qué
canción va a cantar.
Cuando ya lo ha decidido, se sitúa al lado de la criatura,
levanta los brazos sobre ella y se pone a cantar. Entonces los huesos
de las costillas y los huesos de las patas del lobo se cubren de carne y
a la criatura le crece el pelo. La Loba canta un poco más y la criatura cobra vida y su fuerte y peluda cola se curva hacia arriba.
La Loba sigue cantando y la criatura lobuna empieza a respirar.
La
Loba canta con tal intensidad que el suelo del desierto se estremece y,
mientras ella canta, el lobo abre los ojos, pega un brinco y escapa
corriendo cañón abajo.
En
algún momento de su carrera, debido a la velocidad o a su chapoteo en
el agua del arroyo que está cruzando, a un rayo de sol o a un rayo de
luna que le ilumina directamente el costado, el lobo se transforma de
repente en una mujer que corre libremente hacia el horizonte, riéndose a
carcajadas.
Recuerda
que, si te adentras en el desierto y está a punto de ponerse el sol y
quizá te has extraviado un poquito y te sientes cansada, estás de
suerte, pues bien pudiera ser que le cayeras en gracia a La Loba y ella te enseñara una cosa… una cosa del alma...

Todos
iniciamos nuestra andadura como un saco de huesos perdido en algún
lugar del desierto, un esqueleto desmontado, oculto bajo la arena.
Nuestra misión es recuperar las distintas piezas. Un proceso muy
minucioso que conviene llevar a cabo cuando las sombras son apropiadas,
pues hay que buscar mucho. La Loba nos enseña lo que tenemos que buscar, la fuerza indestructible de la vida, los huesos.
La tarea de La Loba
se podría considerar un cuento milagro, pues nos muestra lo que puede
ser beneficioso para el alma. Es un cuento de resurrección acerca de la
conexión subterránea con la Mujer Salvaje. Nos promete que, si cantamos
la canción, podremos conjurar los restos psíquicos del alma salvaje y
devolverle su forma vital por medio de nuestro canto.
La Loba
canta sobre los huesos que ha recogido. Cantar significa utilizar la
voz del alma. Significa decir la verdad acerca del propio Poder y la
propia necesidad, infundir alma a lo que está enfermo o necesita
recuperarse. Y eso se hace descendiendo a las mayores profundidades del
amor y del sentimiento hasta conseguir que el deseo de relación con el
Yo salvaje se desborde para poder hablar con la propia alma desde este
estado de ánimo. Eso es cantar sobre los huesos. No podemos cometer el
error de intentar obtener de un amante este gran sentimiento de amor,
pues el esfuerzo femenino de descubrir y cantar el himno de la creación
es una tarea solitaria, una tarea que se cumple en el desierto de la
psique.
Vamos a estudiar a La Loba
propiamente dicha. En el léxico simbólico de la psique, el símbolo de
la Vieja es una de las personificaciones arquetípicas más extendidas del
mundo. Otras son la Gran Madre y el Padre, el Niño Divino, el Tramposo,
la Bruja o el Brujo, la Doncella y la Juventud, la Heroína—Guerrera y
el Necio o la Necia. Y, sin embargo, una figura como La Loba se puede considerar esencial y efectivamente distinta, pues es el símbolo de la raíz que alimenta todo un sistema instintivo.
En el Sudoeste, el arquetipo de la Vieja también se puede identificar como La Que Sabe. Comprendí por vez primera lo que era La Que Sabe cuando vivía en las montañas Sangre de Cristo de Nuevo México, al pie del Lobo Peak. Una anciana bruja de Ranchos me dijo que La Que Sabe
lo sabía todo acerca de las mujeres y había creado a las mujeres a
partir de una arruga de la planta de su divino pie: por eso las mujeres
son criaturas que saben, pues están hechas esencialmente con la piel de
la planta del pie que lo percibe todo. La idea de la sensibilidad de la
planta del pie me sonaba a verdadera, pues una vez una mujer
culturalizada de la tribu quiché me dijo que se había puesto sus
primeros zapatos a los veinte años cuando aún no estaba acostumbrada a
caminar con los ojos vendados.
La
esencia salvaje que habita en la naturaleza ha recibido distintos
nombres y ha formado una red de líneas entrecruzadas en todas las
naciones a lo largo de los siglos. He aquí algunos de sus nombres: La
Madre de los Días es la Madre—Creador—Dios de todos los seres y todas
las obras, incluidos el cielo y la tierra; la Madre Nyx ejerce su
dominio sobre todas las cosas del barro y la oscuridad; Durga
controla los cielos, los vientos y los pensamientos de los seres humanos
a partir de los cuales se difunde toda la realidad; Coatlicue da a luz
al universo niño que es un bribonzuelo de mucho cuidado, pero, como una
madre loba, le muerde la oreja para meterlo en cintura; Hécate es la
vieja vidente que “conoce a los suyos” y está envuelta en el olor de la
tierra y el aliento de Dios. Y hay muchas, muchas más. Todas ellas son
imágenes de quién y qué vive bajo la montaña, en el lejano desierto y en
lo más profundo.
Cualquiera que sea su nombre, la fuerza personificada por La Loba
encierra en sí el pasado personal y el antiguo, pues ha sobrevivido
generación tras generación y es más vieja que el tiempo. Es la archivera
de la intención femenina y la conservadora de la tradición de la
hembra. Los pelos de su bigote perciben el futuro; tiene la lechosa y
perspicaz mirada de una vieja bruja; vive simultáneamente en el presente
y en el pasado y subsana los errores de una parte bailando con la Otra.
La vieja, La Que Sabe,
está dentro de nosotras. Prospera en la más profunda psique de las
mujeres, en el antiguo y vital Yo salvaje. Su hogar es aquel lugar del
tiempo en el que se juntan el espíritu de las mujeres y el espíritu de La Loba,
el lugar donde se mezclan la mente y el instinto, el lugar donde la
vida profunda de una mujer es el fundamento de su vida corriente. Es el
lugar donde se besan el Yo y el Tú, el lugar donde las mujeres corren
espiritualmente con los lobos.
Esta
vieja se encuentra situada entre los mundos de la racionalidad y del
mito. Es el eje en torno al cual giran los dos mundos. La tierra que se
interpone entre ambos es ese inexplicable lugar que todas reconocemos en
cuanto llegamos a él, pero sus matices se nos escapan y cambian de
forma cuando tratamos de inmovilizarlos, a no ser que usemos la poesía,
la música, la danza o un cuento.
Se
ha aventurado la posibilidad de que el sistema inmunitario del cuerpo
esté enraizado en esta misteriosa tierra psíquica, al igual que la
mística, las imágenes y los impulsos arquetípicos, incluidos nuestra
hambre de Dios, nuestro anhelo de misterio y todos los instintos no sólo
sagrados sino también profanos. Algunos podrían decir que los archivos
de la humanidad, la raíz de la luz, la espiral de la oscuridad también
se encuentran aquí. No es un vacío sino más bien el lugar de los Seres
de la Niebla en el que las cosas son y todavía no son, en el que las
sombras tienen consistencia, pero una consistencia transparente.
De
lo que no cabe duda es de que esta tierra es antigua… más antigua que
los océanos. Pero no tiene edad, es eterna. El arquetipo de la Mujer
Salvaje es el fundamento de este estrato y emana de la psique
instintiva. Aunque puede asumir muchos disfraces en nuestros sueños y en
nuestras experiencias creativas, no pertenece al estrato de la madre,
la doncella o la mujer media y tampoco es la niña interior. No es la
reina, la amazona, la amante, la vidente. Es simplemente lo que es. Se
la puede llamar La Que Sabe, la Mujer Salvaje, La Loba, se
la puede designar con sus nombres más elevados y con los más bajos, con
sus nombres más recientes o con los antiguos, pero sigue siendo lo que
es.
La
Mujer Salvaje como arquetipo es una fuerza inimitable e inefable que
encierra un enorme caudal de ideas, imágenes y particularidades. Hay
arquetipos en todas partes, pero no se los puede ver en el sentido
habitual. Lo que vemos de ellos de noche no se puede ver necesariamente
de día.
Descubrimos
vestigios del arquetipo en las imágenes y los símbolos de los cuentos,
la literatura, la poesía, la pintura y la religión. Al parecer, la
finalidad de su resplandor, de su voz, de su fragancia, es la de
apartarnos de la contemplación de la porquería que cubre nuestras colas y
permitirnos viajar de vez en cuando en compañía de las estrellas.
En el lugar donde vive La Loba, el cuerpo físico se convierte, tal como escribe el poeta Tony Moffeit, en “un animal luminoso”4,
y parece ser que, por medio de los relatos anecdóticos, el pensamiento
conciente puede fortalecer o debilitar el sistema inmunitario corporal.
En el lugar habitado por La Loba los espíritus se manifiestan como personajes y La voz mitológica
de la psique profunda habla como poeta y oráculo. Una vez muertas, las
cosas que poseen valor psíquico se pueden resucitar. Además, el material
básico de todos los cuentos que ha habido en el mundo se inició con la
experiencia de alguien que en esta inexplicable tierra psíquica intentó
contar lo que allí le ocurrió.
El
lugar intermedio entre los dos mundos recibe distintos nombres. Jung lo
llamó el inconciente colectivo, la psique objetiva y el inconciente
psicoide, refiriéndose a un estrato más inefable del primero.
Consideraba el segundo un lugar en el que los mundos biológico y
psicológico compartían las mismas fuentes, en el que la biología y la
psicología se podían mezclar y podían influir mutuamente la una en la
otra. En toda la memoria humana este lugar —llámesele Nod, el hogar de
los Seres de la Niebla, la grieta entre los mundos— es el lugar donde se
producen las visiones, los milagros, las imaginaciones, las
inspiraciones y las curaciones de todo tipo.
Aunque
el lugar transmite una enorme riqueza psíquica, hay que acercarse a él
con una cierta preparación, pues uno podría ceder a la tentación de
ahogarse gozosamente en el arrobamiento experimentado durante su
estancia allí. La realidad correspondiente puede parecer menos
emocionante comparada con él. En este sentido, estos estratos más
profundos de la psique pueden convertirse en una trampa de éxtasis, de
la cual las personas regresan tambaleándose y con la cabeza llena de
ideas inestables y manifestaciones insustanciales. Y no debe ser así.
Hay que regresar totalmente lavados y sumergidos en unas aguas
vivificantes e informativas que dejen grabado en nuestra carne el olor
de lo sagrado.
Toda mujer tiene potencialmente acceso al Río bajo el Río.
Llega allí a través de la meditación profunda, la danza, la escritura,
la pintura, la oración, el canto, el estudio, la imaginación activa o
cualquier otra actividad que exija una intensa alteración de la
conciencia. Una mujer llega a este mundo entre los mundos a través del
anhelo y la búsqueda de algo que entrevé por el rabillo del ojo. Llega
por medio de actos profundamente creativos, a través de la soledad
deliberada y del cultivo de cualquiera de las artes. Y, a pesar de todas
estas actividades tan bien practicadas, buena parte de lo que ocurre en
este mundo inefable sigue envuelta en el misterio, pues rompe todas las
leyes físicas y racionales que conocemos...

Autor: Pinkola Estes Clarissa