Anatomía de la alucinación ...Los profetas del vacío...

domingo, 12 de septiembre de 2010

 



Así me remonté, según calculo, a unas dos mil generaciones atrás, y de pronto la cara de un hirsuto antropoide apareció sobre la mía. Entonces recreció mi humor y dije: «oh! Se puede proyectar cualquier cosa, incluso la teoría darwiniana sobre el origen del hombre». Me eché o reír, gozando del espectáculo. De pronto, la cara de un tigre con colmillos de sable apareció en vez de lo mía; los colmillos sobresalían quince centímetros de su boca.

John C. Lilly, M. D., En el centro del ciclón

Si Siegel y Cowan están en lo cierto, si el control central de la realidad se halla en el córtex, entonces somos unas máquinas soñadoras muy complicadas. Piensen. Columnas de neuronas que se activan y forman imágenes -reales o irreales- y esas imágenes constituyen el único mundo que conocemos. ¿Podríamos escapar de la máquina y experimentar la realidad directamente? Siegel y sus colaboradores contestan negativamente, porque la máquina somos nosotros.

Por otro ]ado, John C. Lilly ha dedicado los mejores años de su vida a ejercer de «escapista de la máquina».
Quirá lo conozcan con el nombre de Hombre Delfín [George C. Scott interpretó el papel de Lilly en El dia del delfín]. O quizá hayan visto la película de Paddy Chayefsky / Ken Russell Altered States ['Viaje alucinante al fondo de la mente' en España], en la que el héroe del tanque de aislamiento está hecho a imagen de Lilly o de alguien muy parecido a él [sin embargo, a diferencia del científico loco de la película, Lilly nunca se transformó en un prehominido ni destrozó su laboratorio. Fue su amigo y companero el Dr. Craig Enright, quien se «convirtió» en un prehominido, y sólo mentalmente. Pero ésta es otra historia]. Pero lo que tal vez ignoren, a menos que hayan leído sus autobiografías, es que John Lilly, M. D. fue neurofisiólogo antes de enamorarse del vacío.

En los años cincuenta, cuando era Lilly un joven al que se auguraba un brillante porvenir en el NIMH -tenía conocimientos de neuroanatomía, neurofisiología, electrónica, biofísica y teoría de la informática- contribuyó a descifrar los circuitos cerebrales del placer y del dolor. Gracias a su ingenio técnico, la ciencia obtuvo los primeros registros eléctricos del córtex de animales no anestesiados. En 1954 abordó un clásico rompecabezas: ¿Qué le pasaría al cerebro si se le privara de toda información sensorial? La mayoria de los científicos pensaron que sin estimulación quedaría inconsciente, pero nadie hasta el memento lo había intentado. Lilly construyó el primer tanque de aislamiento -un tanque oscuro, insonorizado, con vacio ultrasalino, cuya primera versión requeria unas gafas de buceo- y se sumergió en él.

En vez de quedar adormecido en semejante mar artificial, el cerebro de Lilly provocó su sorpresa al experimentar sueños, ilusiones, trances, apariciones místicas y viajes extracorpóreos. «Estás inmerso en un silencio embrionario a doscientos kilómetros en el espacio profundo -escribía en The deep self, un libro que cuenta sus vivencias en el interior del tanque-, y de repente el Logos, la Vibración Universal, empieza a impregnar la fábrica de la conciencia, precipitándose en todas direcciones.» Las revistas cientificas no publican datos de esta indole y el «sistema de creencias» previo de Lilly, la doctrina principal del NIMH según la cual el cerebro contiene la mente, dio paso a lo que él Ilamó su «hipótesis de la mente locuaz».

«Un ser humano es un biorrobot con un bioordenador: el cerebro -nos explica-. Pero nosotros no somos ese cerebro ni tampoco ese cuerpo. Albergamos una esencia animada y bajo la influencia del ácido, de la anestesia, o en coma, observamos que dicha esencia no se relaciona en absoluto con la actividad cerebral. La actividad cerebral puede ser nula y nosotros estar conscientes, en algún otro reino.»

En agosto, las montanas de Malibú adquieren un aspecto sobrenatural. En nuestro Ford Escort alquilado viajamos por un paisaje de cañones abruptos, artemisa, yuca y robles, pensando en el fuego, en los vientos de Santa Ana y en otras fuerzas salvajes.

No fue fácil localizar al Hombre Delfín. Cuando preguntamos a sus conocidos dónde vivia Lilly nos contestaron: «¿Qué quiere decir?, ¿en qué dimensión?». Alguien nos dijo que trabajaba en el Marine World de Redwood City amaestrando a los delfines, pero la recepcionista que contestó a nuestras Ilamadas nunca habia oído hablar del doctor Lilly. Cuando finalmente conseguimos su número de teléfono de Malibú, el mismo Lilly cogió el aparato y concertamos una visita con la condición de que llegáramos en un margen de una hora. Gracias a su indicaciones para encontrar la casa no tuvimos que superar el límite de velocidad.

Una talla de madera dr un indio solemne vigila la entrada de La casa de Lilly. Llamamos a la puerta y el gran predicador de la comunicación hombre/delfín aparece vestido con una cazadora de la marina. Lilly, a sus sesenta y ocho años, está delgado y moreno. Su aspecto es atlético. Sus ojos parecen los de un extraterrestre. «¡Hola!», nos saluda con una voz suave. Nos acompaña en silencio hasta una gran sala de estar, donde varios aros de trapecista cuelgan del techo y desde las ventanas se contempla un paisaje de una película del lejano oeste: las montanas áridas, los robles, la artemisa y el pran valle.

«En esta casa seguimos una regla -dice nuestro anfitrión-. Nadie puede tomar drogas [ni siquiera una aspirina] y marcharse inmediatamente.»

Puesto que su última experiencia cercana a la muerre tuvo lugar en las curvas de la carretera de Malibú Canyon, Lilly sabe muy bien lo que se dice. Con cuarenta y dos miligramos de polvo de ángel en su cabeza montó en la bicicleta y emprendió el camino hacia el pie de la montaña. Fallaron los frenos y acabó en un coma de cinco dias. Mientras su Cuerpo contusionado descansaba en el hospital, la mente de Lilly visitó otros universos, donde los guias le acompañaron en un viaje a un futuro desértico. Era el año 2500 y las «entidades de estado sólido» [que habitaban ordenadores y otras formas de estructura silicea] habian acabado con la vida biológica, y también con el hombre. Más tarde Lilly repudiaría las «entidades de estado sólido» tratándolas de paranoía temporal [«Sólo establecia contacto con mis huesos y dientes»], pero otras partes de su experiencia fueron fantásticamente reales.

«No sé si fue una experiencia de realidades genuinas o sólo una proyección del dolor corporal», nos dice. En cualquier caso, pidió a Los guías que le dejaran regresar a la Tierra junto a su esposa, Toni, y le contestaron: «Puedes quedarte aquí, y entonces tu cuerpo morirá, o puedes marcharte». Decidió irse, como ló demuestra el que esté aqui charlando con
nosotros, pero tenemos la sensación de que algunas veces se encuentra en otro lugar.

Tras asegurarle que no tomamos drogas, ponemos en marcha el magnetófono. Lilly conecta su propio magnetáfono japonés de bolsillo y ajusta el micrófono. Nos mira a través de sus ojos azules. Su rostro parece una máscara y contesta nurstras primeras preguntas con misteriosos monosílabos. La entrevisra no va por buen camino.
De pronto pregunta: «¿Quieren un poco de ácido, un poco de K, una copa?» [quizá sólo lo soñáramos]. Podria ser una prueba, un reto. Hay algo de paranoico en su figura. «No, gracias», contestamos, recordando las pronunciadas curvas y sintiendonos como turistas con la cámara y la camisa hawaiana subiendo los escalones de un templo sagrado.

En sus primeros viajes en el tanque de aislamiento Lilly no tomó drogas. No probó el LSD hasta 1964, cuando emprendió sus experiencias mentales. Una vez sumergido en las saladas aguas del tanque del NIMH pensó en los delfines: «Se me ocurrió, 'Me pregunto cómo debe de sentirse uno las veinticuatro horas bajo el agua'. Un amigo me dijo: 'Prueba con los delfines'». Y asi lo hizo. Abandonó su trabajo en el NIMH y se trasladó cerca del mar con el objeto de comunicarse con esos mamiferos de gran cerebro que son los delfines. Lilly pensaba que los delfines además de ser más inteligentes que los humanos tenian «historias orales» muy antiguas En 1961 fundó el Communications Research Institute en las Islas Virgenes y Miami y empezó a conocer a los cetáceos [ballenas, delfines y marsopas] como ningún otro hombre jamás lo habia hecho.

«Puesto que su respiración es voluntaria -nos explica-, los delfines dependen de factores a los que nosotros somos ajenos. Gozan de una mente colectiva. Si un delfín se duerme, sus compañeros lo despiertan. De otra forma moriría. Asi todos los delfines saben dónde están los otros delfines, por si fuera necesario ayudarlos. 'Haz por los demás lo que esperas que ellos hagan por ti' es una de sus reglas y, a diferencia de los seres humanos, la siguen las veinticuatro horas del día. También son más espirituales, ya que disponen de más tiempo para meditar. Prueben el tanque de aislamiento y conocerán mejor dicha situación.» [Lo haremos.]

Siempre que Lilly habla de un delfín se refiere a él como a una persona. Su expresión pétrea se suaviza y parece que descienda de algún paradero glacial. Le preguntamos por qué si los cetáceos son los seres más inteligentes del planeta el hombre se cree la criatura elegida por Dios.

«Porque no podemos hablar con nadie más. El animal más inteligente del mundo quizá sea el cachalote, con un cerebro de diez mil gramos de peso y un tamaño seis veces superior al nuestro. El problema es que dicho cerebro mora en un cuerpo que puede ser asesinado por el hombre. Tal vez desea escapar de este cuerpo.»

Como Lilly desearía escapar de su cuerpo -o en cualquier caso del estrecho weltanschauung [concepción del mundo] humano- pasa largos ratos en el Marine World, intentando contemplar el mundo desde los ojos de un delfín. Actualmente intenta el diálogo interespecífico mediante un ordenador llamado JANUS [el nombre proviene del dios romano de dos rostros y también significa «Joint Analog Numerical Understanding System» con el objeto de intercambiar mensajes con los delfines. A diferencia de los delfines de Hollywood que Ilamaron «Faaa» a George C. Scott, los delfines reales se comunican por «dibujos acústicos».

«Intentamos desarrollar un código de sonidos que sirva de base a un lenguaje de delfines por ordenador -nos explica-. Nuestro sistema de ordenadores transmite sonidos bajo el agua, vía un transductor. Si un grupo de delfines logra trabajar con un ordenador que les retroalimente lo que ellos dicen -nombres de objetos y otras cosas- y si podemos ser los
intermediarios entre ellos y el ordenador, pienso que conseguiremos comunicarnos. Creo que dentro de cinco años tendremos ya un diccionario hombre-delfín.»

Si el tanque llevó a Lilly hasta los delfines, también lo llevó hasta el LSD. Los dos romances paralelos de la vida de Lilly, la comunicación interespecífica y los estados alterados, son fruto de un mismo deseo.

«Cuando en la década de los cincuenta -nos comenta- estuve en el NIMH habia muchos adictos al LSD [evidentemente todos legales]. Pero entonces no lo probé. Tras unos diez aìlos en el tanque decidí que debia aprender algo nuevo. Asi que me vine a California, en 1964, donde una chica que tenia acceso al Sandoz LSD-25 me proporcionó LSD para mis dos primeros viajes».

«En mi primer viaje pasé por las experiencias típicas: en el espejo mi propia cara parecía otra, viajé a través de la música... Durante los dos primeres movimientos de la Novena Sinfonía de Beethoven me encontré arrodillado adorando a Dios y a sus ángeles, como solía hacer en la iglesia cuando tenia siete años. Durante ese viaje hice todo lo que había leído en la bibliografía sobre la psicodelia con el objeto de ahorrar tiempo y prescindir de la literatura en una próxima ocasión.»

Suena el teléfono. Lilly pregunta: «¿Quién es?». Tras una conversación corta cuelga sin despedirse. No le gusta mucho hablar por teléfono. «Era alguien que preguntaba sobre las entidades de estado sólido», dice.

La iniciación al LSD supuso el principio de un acto alucinógeno incomparable. Con la decisión de un monje de la Edad Media, Lilly pasó los siguientes veinte años tras la pista de la verdad cerebral usando LSD, PCD y sobre todo «vitamina K», un alucinógeno superpotente que prefiere dejar en el anonimato. En 1964, en las Islas Virgenes, se sumergió por primera vez en el tanque habiendo tomado LSD. Alcanzó cotas elevadísimas, como las siguientes [de su libro En el centro del ciclón]:

Viajé a través de mi cerebro, observando Las neuronas y su actividad... Avanzaba en dimensiones cada vez más pequeñas, hasta el nivel de cuantos. Contemplé el juego de los átomos en sus propios universos, sus amplios espacios vacios y las fantásticas fuerzas implicadas en cada uno de los núcleos distantes con sus nubes orbitales de electrones... Me asusté al observar lor efectos túnel y ofros fenómenos que tienen lugar a nivel cuántico.

Flotó en grandes y diminutos infinitos pascalianos, desde el espacio interestelar hasta las mismas células y topó con seres de otros mundos que «me recordaban a algunos de los dibujos que había visto de dioses y de diosas tibetanos, de ancianos dioses griegos y de monstruos de ciencia ficción...». Algunos se convirtieron en sus guias.

Actualmente Lilly no publica nada sobre sus estudios en revistas científicas. Ni siquiera lee los informes de otros investigadores. Sin embargo, empezó a recoger información para ilustrar sus cambios de estado, del catolicismo romano a los hechizos electrónicos del CalTech, ]a medicina y el psicoanálisis; de la neurociencia del NIMH a los tanques, a los delfines y al LSD y, finalmente, al misticismo de la Nueva Era. Cuando hacia 1965-1966 las cosas empezaron a ir mal, a raiz de la petición de divorcio de su segunda esposa, a la que se añadió el paso del LSD a ser una droga bajo estricto control. Y el hecho de que algunos delfines del Instituto reaccionaban a la cautividad suicidándose, liberó a los delfines y se vino a California para incorporarse al potencial humano de la Fiebre del Oro.

Pero, a su modo, el LSD y las experiencias con tanques de 1964-1965 fueron tan metódicas como el trabajo de Siegel. Si Lilly usaba su propio sistema nervioso como laboratorio experimental, lo hacia siguiendo la tradición del gran J. B. S. Haldane, quien, cuando quería conocer la temperatura del cerebro, insertaba terminales termosensibles en su propio cerebro a través de la vena yugular. Lilly deseaba cartografiar secciones sucesivas del espacio interior y lo llevó a la práctica de forma sistemática, mediante dosis crecientes de LSD e inmersión en el tanque de aislamiento. De hecho, descubrió que cien microgramos correspondian al nivel x, doscientos al nivel y, etc., hasta «distancias infinitas-dimensiones inhumanas».

Cabía esperar un cierto shock al reintegrarse.

«Si te adentras en estos estados -nos cuenta- debes olvidarlos cuando regresas. Debes olvidar que eres omnipotente y omniscente y tomarte la vida en serio. Asi tendrás acceso al sexo, a la procreación y a todo lo característico de una vida humana. Cuando se regresa de un profundo viaje con LSD -o de un coma o de una psicosis- siempre se tiene la misma sensación extraterrestre. Debes leer el manual de instrucciones que guardas en la guantera para poder conducir el vehículo humano.»

«Cuando por primera vez me sumergí en el tanque tras haber tomado LSD y viajé hacia dimensiones distantes, al regresar lloré al verme atrapado en un cuerpo. Entonces ni siquiera sabía de quién era aquel cuerpo. Me sentí abatido.»
La hipótesis de la escapada del propio yo implica un estilo de vida muy arriesgado. Lilly nos dice: «El ácido y la vitamina K determinan una configuración cerebral tal que el individuo pierde la conexión entre el cerebro/cuerpo y la esencia espiritual. La esencia puede transformarse en realidades alteradas. Esta es la hipótesis de la escapada del propio yo... Son muchas las ideas sobre la localización del alma en el cuerpo. Los hispanos, cuando una persona padece un gran temor dicen que tiene el alma en la boca.»

«Pero el punto de unión entre el bioordenador y la esencia no se encuentra en el cerebro; está por todo el cuerpo. Si se escapa del propio cuerpo, quizá asuma un cuerpo falso, un cuerpo astral, que pueda atravesar las paredes. Nuestra esencia está representada en cada una de las células de nuestro cuerpo.»

Estamos acastumbrados a oír a los científicos referirse a la mente en términos de metabolitos de dopamina, bioensayos muy precisos y otros parámetros. Así que le preguntamos a Lilly si piensa que la mente humana puede cartografiarse de esa manera. Lilly no cree que sea posible. «La neuroquímica es interesante, pero todavía no es suficientemente específica. Sospecho que descubriremos un millón de nuevos compuestos en el sistema nervioso. Ya conocen -añade- el teorema de Gödel [el matemático Kurt Gödel] que traducido dice: un ordenador de un tamaño dado sólo puede diseñar un ordenador menor. No puede diseñarse a sí mismo. Si diseñara un ordenador de su tamaño y complejidad, lo saturaría y no funcionaría.»

«¿Así que el cerebro jamás podrá comprender al cerebro?», le preguntamos.

«Así es. Somos ordenadores biológicos. Y Gödel afirma que no podemos concebir un ordenador de nuestro mismo tamaño, puesto que ocuparía todo el espacio en el que vivimos. Pero un cachalote, con un cerebro seis veces mayor que el nuesrro, podría concebir un cerebro humano y hacer con él un buen trabajo. Como el modelo sólo ocuparía una sexta parte de su software, podría emplear lar cinco sextas partes restantes para manipular el modelo, predecir sus acciones, etc.»

¿Es Lilly un Whitehead o un Ouspensky? La intromisión en el espacio y el cerebro de su propia cabeza solipsística y acostumbrada a lus alucinaciones tiene la apariencia de una búsqueda racional. Conozco la historia, sus simulaciones, su proximidad al suicidio. También le he dado un vistazo al manto cortical del cerebro, cielo sin luna y espacio vacío tras horas de mantra...

Arnold Mandell, M. D.. Coming of Middle Age

Si existiera una Asociación para cientificos más allá del limite, muchos de los primeros colegas de Lilly lo elegirían presidente. Algunos opinan que es un tipo brillante, pero extraño. Otros piensan que el ácido, la vitamina K y todas esas historias con la muerte le han afectado el sistema nervioso. Para Ron Siegel, que le conoce muy bien, Lilly es «uno de los más valientes exploradores del mundo interior», un Jacques Cousteau de las profundidades de la psique.

«El problema de Lilly es que está enamorado de la muerte», nos dice un psiquiatra amigo suyo y menciona a Thanatos, el deseo freudiano de morir. Lilly ha jugado con la muerte al menos en tres ocasiones. Toda una proeza. Durante su primera etapa con ácido, se administró una inyección de antibiótico con una aguja hipodérmica en la que quedaban restos de espuma. Estuvo unos dias en coma. Unos años más tarde, durante su período de abuso de la «vitamina K», casi muere ahogado. Y en 1974 sufrió el accidente con la bicicleta.

«¿Estos incidentes fueron accidentes o casi-suicidios?», le preguntamos a Lilly.

«Toda esta cuestión del suicidio es muy compleja -contesta-. Pienso que el cerebro contiene programas letales, programas de autodestrucción, bajo el nivel de conciencia, que pueden ser liberados por el LSD o la vitamina K. Mis accidentes fueron experiencias de aprendizaje cercanas a la muerte. No hay nada mejor para aprender de forma rápida.»

«Donde trabajo tenemos un dicho: 'Si superas el limite de velocidad cósmica, la poli cósmica te detiene. A mi me detuvieron en 1974. Pasé casi todo el año en satori, un estado de gracia, viviendo realidades alteradas. Habia estado fuera demasiado tiempo sin prestar demasiada atención a mi viaje interplanetario. Así que los chicos del ECCO me enviaron a la Tierra con ese accidente de bicicleta.»

«¿Los chicos del eco?», le preguntamos, imaginándonos una infinita cámara interior de eco.

«Si, me refiero a 'Earth Coincidence Control Office' [ECCO], la Oficina de Control de Coincidencia Terrestre. Son los chicos que dirigen la Tierra y que nos programan, aunque ignoramos su existencia. Les pregunté:'¿Cuál es el programa principal?'. Respondieron: 'Haceros evolucionar hacia el siguiente nivel, enseñaros, ayudaros cuando es preciso'. Aprecio lo que hicieron. No son crueles; permanecen en un estado de total indiferencia.»

Lilly nos acompaña al jardín y, a través del cesped bien cuidado, llegamos a su taller/oficina. Conecta el ordenador y el índice del libro que está escribiendo, From here to alternity: a manual on ways of amusing God aparece en la pantalla. Leemos: TIEMPO. BITS, BYTES Y MIEL TOSTADA. DIOS DEL LNICIO. EL DIOS DE LA CÚPULA DE POLVO. Parecía un lenguaje de programación cósmico.

«Abordo estos temas con dosis muy altas de vitamina K -nos dice-. Aunque todo empieza a vibrar.»

La alternidad se refiere a los viajes con vitamina K, el nirvana químico preferido de Lilly. Una vez pasó cien días y cien noches sin dormir, sin soñar, bajo el efecto de la vitamina K, dirigiendo sus «ojos internos» hacia los tenues límites entre las realidades alteradas, los universos en rotación, el yin y el yang y el hiperespacio interior. Le preguntamos si había establecido contacto con Dios.

«En algunas ocasiones -responde-, no sabía si mi acompañante por la galaxia exterior era Dios o alguno de sus oficiales. Los guías de niveles superiores pretenden ser Dios siempre que se crea en ellos. Pero cuando finalmente llegas a conocer al guía, él dice: 'Bueno. Encontrarás a Dios en el nivel superior. Dios se refugia en el infinito'.»

No es pura coincidencia la sensación de burocracia que estos espacios infinitos producen, ni tampoco el parecido del cielo de Lilly con una jerarquía civil. Esas jerarquias están presentes en el cerebro, y Lilly lo sabe muy bien, gracias a su anterior trabajo en el laboratorio de neuroanatomía. También se encuentran en ordenadores, junto a infinitos bucles y reiteraciones como un Dios refugiándose en el infinito [Lilly es un genio en ordenadores: en las confesiones sin piedad que realiza en sus libros, a menudo lamenta la vertiente de «ordenador descolorido» de su propio ser]. Ignoramos lo que esto significa en la relación mente/cerebro.

Le preguntamos qué o quien es el Dios de la Cúpula de Polvo.

«iOh! -exclama-. En mi libro presento una teoria sobre el Dios de la Cúpula de Polvo. Dios se aburría con este universo y con su distribución de inteligencia. Así que decidió crear una cúpula de polvo más allá de las galaxias. En esa nube de polvo cada partícula posee inteligencia; a nivel atómico cada partícula es tan inteligente como un ser humano. Las partículas de polvo llegan a ser estrellas, planetas, animales y seres humanos. Allí todo es consciente de todo... La cuestión es: si todas las partículas tienen la misma inteligencia, ¿cuáles son las normas que determinan las relaciones entre, digamos, los seres humanos y los elefantes?

»Sería fantástico contemplar semejante universe, ¿no les parece? -nos pregunta-. El Universo de la Cúpula de Polvo.»

Más tarde, cuando nos sumergimos en el vacio uterino del tanque Samadhi de Lilly, húmedo y oscuro, intentamos meditar estos asuntos. La temperatura del agua es de 34,5 ºC, muy cercana a la temperarura corporal para minimizar el contraste exterior/interior, cuerpo/agua [o cuerpo/mente], pero un poco inferior para permitir una pequeìia pérdida de calor con el objeto de evitar que la persona sumergida muera de hipertermia. Flotamos ingrávidos, como un pedazo de pan tostado en una sopa, sin ver nada, sin oir nada, sin noción del tiempo, en el mismo tanque donde Jerry Rubin, Charles Tart, Werner Erhard, el físico galardonado con el premio Nobel Richard Feynman, el antropólogo Gregory Bateson y otros sabios flotaron y sufrieron visiones.

Las nuestras son muy rudimentarias. Los «metaprogramas», las «conexiones del sistema de creencia» y las «Earth Coincidence Control Office» de Lilly resonaban en nuestra cabeza como mantras. Nos pareció verle bajo distintas apariencias: un profeta del Antiguo Testamento esperando una plaga de saltamontes; el Hombre Cibernético, con un cerebro repleto de códigos; un brujo herido; un náufrago amigo de los delfines. Tuvimos la impresión de que en este universo el problema mente/cuerpo es irresoluble.

Cuando salimos del tanque el sol dibujaba unas sombras alargadas sobre el cañón. Encontramos a Lilly en la sala de estar. Ignoró nuestra presencia, como si estuviera a punto de subir a bordo de un avión y se encontrara ya en un espacio temporal distinto. En la otra habitación oímos unas risas que parecian decir «Te quiero, Lucy». Toni Lilly entra, sonriendo, con una bolsa llena de comida. Sin lugar a dudas, la tercera esposa de Lilly es la fuerza que le mantiene en este planeta. Ante su presencia, el comportamiento de Lilly es visiblemente más normal. Se levanta para ayudarla a descargar la leña del coche. Nos despedimos e intentamos agradecerle que nos haya permitido entrevistarle.

«Bueno, ya veremos cómo acaba todo esto», dice. Y desaparece en un universo más allá del nuestro.

Nota: 'Vitamina K' es un modo de referirse a la ketamina, una substancia más conocida hoy en día...



El Universo del cerebro con un acercamiento a la figura, la historia y las ideas del legendario Dr. John C. Lilly, recientemente fallecido, una de las mayores personalidades científicas de la Psiquedelía.