Por Fín...Oh Felicidad...!

domingo, 18 de abril de 2010

 


Por fin, oh felicidad, oh
razón, aparté del cielo el azur, que es negro, y viví, chispa de oro de
la luz naturaleza. En mi alegría, adopté la expresión más bufonesca y
extraviada que pueda concebirse:¡Ha sido encontrada!-¿ Qué?- La eternidad.Es, al sol mezclada, La mar.Alma mía eterna,A tu voto haz honor, Pese a la noche sola, Y del día al fulgor. ¡Tú te liberas, pues,De humanos formularios,De impulsos ordinarios! Y vuelas al través... -Jamás ya la esperanza. No hay orietur, te juro. La ciencia y la paciencia, El suplicio es seguro.Ni un mañana queda, Oh brasas de seda, Vuestro arder Es el deber. Ha sido encontrada! -¿Qué?- La Eternidad. Es, al sol mezclada, La mar.Me
convertí en una ópera fabulosa: vi que todos los seres tienen una
fatalidad de dicha: la acción no es la vida, sino una manera de
estropear cualquier fuerza, un enervamiento. La moral es una flaqueza
del cerebro.Me parecía que a cada ser le eran debidas otras vidas.
Ese señor no sabe lo que hace: es un ángel. Esta familia es una camada
de perros. Ante muchos hombres, hablaba yo en voz alta con un momento
de alguna de sus otras vidas. De ese modo, amé a un puerco.Ninguno
de los sofismas de la locura -de la locura a la que se encierra-, fue
olvidado por mí; podría repetirlos a todos; tengo el sistema.Mi
salud se vio amenazada. Me invadía el terror. Caía en sopores de varios
días, y una vez levantado, continuaba con los sueños más tristes.
Estaba maduro para la muerte, y por una ruta de peligros, mi debilidad
me conducía hacia los confines del mundo y de la Cimeria, patria de la
sombra y los torbellinos.Tuve que viajar, para distraer los
hechizos reunidos en mi cerebro. Sobre el mar, que amaba como si
hubiera tenido que lavarme de una mácula, veía yo alzarse la Cruz
consoladora. Había sido condenado por el arco iris. La Dicha era mi
fatalidad, mi re-mordimiento, mi gusano: mi vida sería siempre demasiado inmensa para consagrarla a la belleza y a la fuerza.¡La
Dicha! Sus dientes, suaves para la muerte, me advertían al cantar el
gallo -ad matutinum, al Christus venit-, en las ciudades más sombrías:¡Oh castillos, oh estaciones! ¿Qué alma no tiene reproche? Estudié el mágico enigma De la ineludible dicha. Saludemos su regalo, Cuando canta el gallo galo. Ya no tendré más envidia: Se ha encargado de mi vida. Su hechizo el alma y el cuerpo Cogió, y dispersó el esfuerzo. ¡Oh castillos, oh estaciones! La hora de su fuga, ¡oh suerte! Será la hora de la muerte¡Oh castillos, oh estaciones!Todo eso ha pasado. Hoy, sé saludar la belleza.Lo imposible...Arthur Rimbaud...