La MuJeR Y Lo SaGrAdO...

domingo, 4 de julio de 2010

 


Supongo que no es casual el título que se le ha querido dar al artículo, porque no se trata de “la mujer y lo divino” ni de “la
mujer y la religión”, no. Se trata de “La Mujer y lo Sagrado”. Y aquí
comienza la trama..., porque tanto en griego como en latín existen
dos palabras para designar a lo “sagrado”. En griego están hierós y
hagios, pero mientras la primera significa sagrado en lo que tiene de
referencia a lo divino como fuerza y luz, la segunda, hagios, implica
también la acepción de maldito. En latín sucede algo parecido, pues si
bien sanctus corresponde al concepto de sagrado y santo, así como al de
respetable y virtuoso, la palabra sacer , de la que provienen sacro,
sacerdote o sacrificio, también conlleva el significado de maldito,
execrable o consagrado a los dioses infernales.

Entre lo santo y lo maldito, la mujer siempre ha sido relegada a esta
última instancia. Incluso ha sido identificada con el Mal en sí, tal
como afirmaban los inquisidores Kramer y Sprenger, autores de “El
martillo de las brujas” : “Toda maldad es nada comparada con la maldad
de las mujeres”. Ya desde los orígenes Eva y Pandora representan la
causa de todos los males que luego nos han sobrevenido a los humanos. La
mujer es un ser impuro por su sangre menstrual, que tenía la capacidad
virtual de contaminar a toda la comunidad, por lo que era incluso
apartada de ella. Pero también era impura por el hecho de gestar y
alumbrar a una criatura.

Ejemplo de ello lo tenemos en la purificación preceptiva de María
después del nacimiento de Jesús, teniendo que ofrecer en el Templo el
sacrificio de un par de tórtolas o pichones para lavarse de la
incomprensible mancha de haber parido. Sin embargo, la sangre del
sacrificio ofrecido a Dios purifica a los hombres y es grata a Yahvéh,
pues el mismo rey David reconoce el interés de su dios por los
sacrificios rituales, ya que para reconciliarse con El le brinda la
satisfacción de “oler una ofrenda”. Y en la consagración del templo de
Jerusalén por Salomón se sacrificaron veintidos mil bueyes y ciento
veinte mil carneros : una múltiple hecatombe, ya que esta palabra
significa “cien bueyes” o el sacrificio de esos cien bueyes.

El Falo y el Grial

Lo sagrado se refiere también a determinados objetos o lugares que
forman parte del culto y que poseen una especial virtualidad de
transformación. Dos de estos objetos son el Falo y el Grial, que merecen
una comparación.

El Falo, símbolo masculino de la fecundidad, era especialmente venerado
en los cultos dionisíacos. Tal vez ese falo haya pasado a ser la famosa
escoba de las brujas, que además de estar untada con sustancias
alucinógenas, servía para las copulaciones en aquellos ritos de
fecundidad que eran los akelarres, y que darían lugar a la leyenda del
pene frío y rígido del diablo. El Falo, como objeto de veneración,
supone una metonimia de lo masculino en la que se toma la parte por el
todo y cuya presencia o ausencia instaura un tipo de lógica, según Julia
Kristeva en su correspondencia con Cetherine Clément sobre “Lo femenino
y lo sagrado”.

Supone, pues, la condición mínima del sentido en la dualidad sí/no,
uno/cero, ser/no ser : “Podría decirse que el órgano macho encarna
potencialidades lógicas que hacen de él... nuestro ordenador corporal :
la condensación de ese binarismo 0/1 que está en la base de todos los
sistemas de sentido” . Sin embargo, el Falo no es el pene, ya que aquél
sólo tiene sentido en la presencia erecta que significa el 1. Cuando no
está en erección es un 0, no tiene valor : es como una oreja. Por lo
tanto, el ser o no ser masculino se debate en torno a ese Falo objeto de
veneración, pero también de alienación, ya que como dice Lacan, el
alienado vive fuera de él mismo, prisionero del significante, prisionero
de la imagen de su yo o de la imagen del ideal. Vive de la mirada del
otro hacia él. Pues bien, esa identificación con un significante que se
considera supremo y que otorga el ser desde una metonimia en la lógica
de lo binario, hace posible el posterior monoteísmo en el que Dios es
Uno y Unico y tiene la plenitud del ser : “Yo soy el que soy”, dice
Yahvéh a Moisés. En este sentido es esta vez la interlocutora de
Kristeva, Catherine Clément, la que aventura lo siguiente : “No hay duda
que existe una relación entre el hombre y Dios. Pero ¿y entre el hombre
y lo sagrado ? ¿Y si por casualidad la adoración del dios único cerrara
el paso de lo masculino a lo sagrado ?”2 .

El Grial, por el contrario, que posee múltiples significantes, pero un
sólo significado, es la metáfora de la plenitud, de la realización. En
todas las leyendas es el hombre puro, un héroe religioso, quien busca el
Grial pasando por aventuras y desventuras sin cuento. En la versión de
“Parsifal” de Wolfram von Eschenbach el héroe llega al castillo de
Montsalvatch y penetra en la estancia luminosa en la que le esperan
cuatrocientos caballeros junto al rey enfermo. Arturo le hace sentarse a
su lado y en ese momento se abren las puertas y aparece un grupo de
bellas vírgenes que desfilan de dos en dos. La última de ellas, Respanse
de Joie, portaba una copa resplandeciente. “Delante de ellas avanzaba
la reina, con el semblante brillante. Todos imaginaron que anochecería.
Uno vio que la doncella estaba vestida con muselina de Arabia. Sobre un
cojín de seda verde llevaba la Perla del Paraíso. La reina sin mancha,
orgullosa, pura y serena, depositó ante el huésped el Grial. Y Parsifal,
así cuenta la leyenda, no dejó por un instante de contemplar a quien
portaba el Santo Grial”.

Recurriendo de nuevo a Lacan, que analiza el inconsciente de acuerdo con
el modelo del lenguaje, vemos que tanto la metáfora como la metonimia
suponen una ruptura del significante con el significado, que emerge en
lo consciente bajo una máscara. La metáfora funciona por condensación,
la metonimia, por desplazamiento. La metáfora se elabora en una relación
de sustitución de significantes que ostentan entre sí un vínculo de
similitud según el simbolismo universal. La metonimia, sin embargo, es
una figura retórica en la que los significados tienen entre sí
relaciones de contigüidad en un contexto, expresada por tanto
fragmentariamente. La metonimia supone siempre un absurdo aparente por
una especie de resistencia a la significación. La metáfora es más
diáfana ; la metonimia se esconde, se fragmenta en sucesivos
significantes.

Repito : el Falo, como objeto sagrado, constituye una metonimia ; el
Grial es una metáfora. El Falo se refiere a un significante fragmentario
con el que se identifica lo masculino. El Grial supone un significante
completo que nos remite a un significado claro representado por una
copa, un cáliz, pero teniendo en cuenta que el cáliz es la sublimación
cristiana del caldero céltico, que significa abundancia y transformación
iniciática, por tanto vinculado intrínsecamente con el atanor de los
alquimistas. El caldero señala claramente al útero materno y, según
Jung, todo el simbolismo del renacimiento y de la regeneración nos
remiten a la Madre.

En su versión personificada, el Falo se identifica con antiguos y
oscuros diosecillos, los cabiros y los dáctilos, a los que se asimila
posteriormente la figura del héroe. El héroe, primitivo adorador de
Hera, se transforma en un matador de monstruos, que constituyen la
versión maldita de las Diosas, la “madre terrible”. Cuando Edipo se
enfrenta a la Esfinge, que es uno más de los monstruos del repertorio, y
descifra el sentido del enigma “No sabía que el ingenio del hombre
nunca será suficiente para el enigma de la Esfinge (...) porque su
enigma era Ella misma, esto es, la imagen de la madre terrible”3 ,
afirma Jung. Este error de cálculo es el que conduce a Edipo hasta su
posterior desgracia, por más que en un primer momento sea aclamado como
héroe y proclamado rey de Tebas.

También el símbolo fálico aparece en el “Fausto” de Goethe en forma de
llave, pero ¿qué puerta abre esa llave ? Al despedirse Mefistófeles de
él le entrega esa llave, o clave, que tiene un sentido muy determinado.
“FAUSTO.- ¡Qué insignificancia ! MEFISTÓFELES.- Acéptala y no quieras
despreciarla. FAUSTO.-¡Crece en mi mano ! MEFISTÓFELES.- ¿Notas ya
cuánto tienes al tenerla ? La llave indicará el camino justo ; baja tras
ellas : irás hasta las Madres. FAUSTO.-(estremecido) ¡Las Madres ! ¡Lo
oigo siempre como un golpe ! ¿Qué palabra es que no la puedo oír ?”4 Y,
finalmente, cuando Fausto abre con esa llave la puerta de los infiernos
que le conducirá a las Madres, lo primero que se encuentra es el trípode
con el caldero.

Mi interpretación es que la figura del héroe, que encarna el arquetipo
masculino por excelencia en nuestra civilización patriarcal, ha errado
el camino. La lógica binaria del Patriarcado es la que escindió los
arquetipos de las Diosas en dos. Una de esas partes, la condenada a la
oscuridad o maldita, la transforma en figuras monstruosas que los héroes
se dedican a combatir. Los despojos del arquetipo original los rehace
en imágenes que se adecuan a las funciones impuestas a las mujeres en
una sociedad dominada por los hombres : la madre, la esposa, la puta y
la virgen esencialmente.

Por el contrario, Goethe tiene la visión de que el hombre se puede
salvar, “saliendo de graves confusiones”, como él mismo escribirá en una
carta a su amigo Eckermann, cuando su búsqueda se vuelva hacia aquellas
Diosas perdidas : “Quien se atrevió a llegar hasta las Madres no tiene
nada ya que superar”, leemos en el “Fausto”. Al igual que Parsifal, que
queda prendado de la reina que porta el Grial, porque el Grial siempre
es portado por las mujeres. Ahora bien, ¿saben o sabemos las mujeres que
somos nosotras las portadoras del Grial ? ¿Qué significado encierra
esta metáfora ?

Las Diosas y su sombra

Arrojo todos estas cuestiones sobre el tapete para luego intentar
recogerlas, una vez que haya extraído otras piezas del puzzle que nos
permitan una composición más global. Una de estas piezas es el concepto
de “sombra”, que Jung considera como el “otro aspecto” o “el hermano
oscuro” de la individualidad humana, y que nuestra civilización nos ha
enseñado a rechazar : a las mujeres, por desprecio de nuestra propia
naturaleza ; a los varones, por sublimación de la suya en la figura del
héroe. Sin embargo, la “sombra” no es realmente nuestro lado oscuro,
sino el más primitivo, el más instintivo e infantil, en el que
radicarían los impulsos más fuertes hacia la Vida y no al contrario. Es,
si queréis, nuestro lado más divertido, aventurero y arriesgado.

La arqueóloga norteamericana Marija Gimbutas logró rastrear las huellas
de los primitivos pueblos de Europa antes y después del cataclismo que
supusieron las diversas oleadas de las invasiones “kurgas”, un término
genérico para designar a las tribus guerreras y cazadoras que fueron
invadiendo el continente desde las desoladas estepas al norte de los
mares Caspio y Negro. Eran, ellos sí, los arios puros. Pues bien,
Gimbutas demuestra que antes de aquellas invasiones indoeuropeas, los
pueblos del continente no utilizaban armas, vivían en ciudades abiertas y
se dedicaban esencialmente a la agricultura, la artesanía y el
comercio. Sus cultos religiosos estaban dirigidos a la Gran Diosa o
Madre Tierra y la paz solidaria que presidía aquella civilización ha
hecho que Riane Eisler5 las haya calificado de “sociedades solidarias”
frente a las “sociedades de dominación” que se impusieron tras las
invasiones.

Si bien en un primer momento los invasores imponen el poder por la
espada en una locura furiosa de destrucción y reparto inmediato del
botín, la mera observación de los tipos de héroe, que la mitología nos
ha transmitido, nos indica la trayectoria de los pueblos “kurgos” para
imponerse como civilización. Los inicios de la barbarie están
representados por Heracles, que personifica la fuerza bruta. Se trata de
un héroe enfrentado con su fuerza física a todos los monstruos que para
los invasores significan las antiguas divinidades femeninas : titanes
erinnias, gorgonas, esfinges, arpías, etc., que se perpetuarán hasta la
Edad Media en la figura del dragón, vencido por el héroe cristiano San
Jorge.

Sin embargo, la fuerza bruta no es suficiente para cambiar una
cosmovisión, y es entonces cuando surge otro arquetipo de héroe más
sutil y astuto : Teseo. Sin duda que se trata de introducir otros
valores culturales a partir de la nueva religión y de las nuevas leyes :
otro tipo de brutalidad, pero legitimizada. Teseo ya no es el bruto de
Heracles, sino el seductor por excelencia, de este modo el Patriarcado
logra lo más difícil: erotizar la violencia. Es Teseo quien rapta a
Antíope, nada menos que una reina amazónica, que se enamora perdidamente
de él hasta morir luchando a su lado contra sus antiguas compañeras.
Más tarde también seduce a Ariadna de Creta, quien le confía el secreto
del laberinto y con él la clave de la destrucción del último bastión de
la civilización matrística.

Finalmente, se consigue la domesticación de las mujeres con la
sublimación de la entrega, el sacrificio y la sumisión total a través
del matrimonio y la constitución de la familia patriarcal. El héroe que
representa esta última etapa es Cadmo, que termina casándose con
Harmonía, funda la ciudad de Tebas en Egipto y crea un nuevo alfabeto.
Viven felices y tienen cuatro hijos. Cadmo es, pues, el último héroe. Ya
no hay monstruos que matar, porque el último monstruo, la Mujer, ha
sido vencido.

Así pues, en el devenir, más o menos turbulento, de un nuevo orden se
llega a una conformación social de sometimiento al poder y a un
determinado tipo de razón, en el supuesto de que ambos revelan
dimensiones trascendentes respecto al antiguo orden cósmico naturalista e
inmanente, que queda abolido. La experiencia espiritual en el
Patriarcado se aleja de la inmanencia humanizada de la época
matriarcalista y cambia las divinidades de la Tierra por los dioses
uránicos que residen en los cielos. Las Grandes Madres de la vieja
Europa son asimiladas al nuevo orden, y sus arquetipos primigenios son
escindidos según la lógica binaria del 1/0. La personalidad sublimada y
sometida de las Diosas pasa a formar parte del Olimpo de los nuevos
dioses ; la “sombra” es relegada al cortejo de monstruos infernales
contra los que el Patriarcado sigue combatiendo en su atormentado
inconsciente.

Ya Platón, incapaz de asumir la voluptuosidad primitiva de Afrodita,
escinde a ésta en dos arquetipos antagónicos : Afrotita Pandemo, la hija
de la diosa Dione, que encarna así el matronazgo del amor popular y
vulgar ; y Afrodita Urania, la nacida del semen de Urano, diosa del amor
puro e intelectual.

La “sombra”, pues, pasará a ser un elemento denso y pesado en la nueva
civilización, sobre todo para las mujeres, una sombra más negra y espesa
cuanto más se rechaza. Desde niñas se nos reprime nuestro lado salvaje :
no corras, no grites, no des portazos, no te pelees, no digas
palabrotas. Y ese gran NO castra nuestra libertad más espontánea y
primitiva, nuestra simple alegría de ser y de vivir. La cara oscura, que
podría ser la más luminosa, se repliega, y se convierte entonces en
trofeo disecado de nuestro ser de mujeres comme il faut.

Nada más ilustrativo de esta realidad que la primitiva Diosa de las
Serpientes, desgarrada y escindida en Atenea y Medusa. En Atenea
Parthenos, la virgen, y en la decapitada Medusa, su sombra.

Nos cuenta el mito patriarcal que Zeus deseaba a la titánide Metis, de
modo que la persiguió, la violó y la dejó encinta. Un oráculo anunció
que Metis daría a luz una niña, pero que si seguidamente gestaba un
varón, éste lo destronaría como él había hecho con su padre Cronos, y
éste a su vez con Urano. Así pues, Zeus se tragó a Metis embarazada.
Cuando llegó el momento del parto, Zeus sufría de enormes dolores de
cabeza hasta que Hefesto le abrió el cráneo con su martillo y de ella
surgió Atenea, plenamente armada y dando un portentoso grito. Ignorando
incluso la maternidad de Metis, en la Orestiada de Esquilo se le obliga a
decir a la Diosa una de las mayores imposturas que han ido conformando
nuestro acervo simbólico : “Porque no existe madre que me engendrara y
en todo admiro lo que es varonil -salvo en casarme- de todo corazón :
Soy por completo de mi padre”. Lo demás lo sabemos : protectora de la
ciudad de Atenas, diosa de la sabiduría, como su madre Metis, y también
guerrera. Pero en realidad, el origen de Atenea es cretense y es Ella la
conocida Diosa de las Serpientes. Los aqueos llevarían su nombre y sus
símbolos al Atica, pero desvirtuando también su identidad. Cuenta el
mito encubridor que Hefesto intentó violar a la Diosa, pero Ella se
apartó a tiempo, de modo que el semen del dios cayó al suelo, fecundando
así a la Madre Tierra, que no quiso hacerse cargo del hijo engendrado
de aquella manera, por lo que fue cuidado por Atenea, que lo llamó
Erictonio, niño serpiente. Se dice que él fue uno de los primeros reyes
de Atenas, que desde entonces solían llevar serpientes como amuleto
entre sus señas de identidad. Y si os fijáis bien, veréis que Atenea
también es representada con esas serpientes, de modo menos evidente con
el que aparecen el escudo, la égida y la lanza, aunque en el friso del
Partenón que representa la “Gigantomaquia” se ven muy claramente.

Pues bien, según Norma Goodrich6 , Medusa era también una Diosa
Serpiente de las amazonas libias, desde donde pasaría su culto a la
vecina Creta. Su simbolismo aludía al aspecto destructor de la Triple
Diosa, que en el Norte de Africa se la conocía como At-enea, y en Creta
como Atenea Potnia, la Soberana. Es decir, que Atenea y Medusa son la
misma Diosa, cuyas dos versiones muestran la escisión binaria entre la
casta Atenea y la perversa Medusa.

En el mito posterior, Medusa era la más bella de las tres Gorgonas. Su
cabellera ondulante se entrelazaba con las serpientes que denotaban su
función de sacerdotisa, además de llevar inscrito en su frente el signo
del uraeus o cabeza de cobra egipcio a modo de tercer ojo del
conocimiento. Dicen que Poseidón se enamoró de ella y tuvieron un
encuentro carnal en el templo de Atenea, por lo que su hermana solar,
envidiosa e irritada, la transformó en el monstruo que conocemos de
lengua sinuosa, anchos orificios nasales, colmillos de jabalí, cabeza
cubierta de sierpes y ojos fosfóreos, cuyo poder consistía en petrificar
a los hombres que osaban mirarla. Pero su venganza definitiva fue la de
incitar al héroe Perseo a que le diera muerte por una simple apuesta,
para lo que la Diosa lo armó con una lanza, un escudo y una espada con
poderes mágicos. Siguiendo las indicaciones de Atenea, Perseo logró
cortar la cabeza de Medusa, trofeo con el que retornó victorioso a la
isla de Sérifos, imagen que inmortalizó Benvenuto Cellini en la Piazza
della Signoria de Florencia. Pero esa imagen de la cabeza cortada e
inerte de Medusa pasó a formar parte de los trofeos de Atenea. Pilar
Pedraza, experta en el estudio de aquellas “monstruas” de la mitología,
confirma la sospecha : “La petrificadora cabeza de Medusa, arma terrible
en manos de Perseo, es trofeo en el pecho de Atenea y, al propio
tiempo, imagen especular de la diosa misma, su contraimagen, su rostro
oculto, su sexo (...) Esto -dice la diosa- lo he arrancado de lo más
profundo de mi ser. No os atreváis a mirarlo”.

Para Freud la cabeza cortada de Medusa simboliza la castración, lo que
hace que los hombres “se queden de piedra “ al contemplarla. Tal vez el
poder oscuro de las mujeres provoque en los varones ese miedo
inconsciente a la castración y, por tanto, una violenta reacción contra
las mujeres poderosas. Porque, sin duda, es la “sombra” la que nos
otorga la fuerza más irreductible.

El ejemplo arquetípico de Atenea y Medusa se multiplica en multitud de
casos en la mitología de las Diosas. Uno de los más representativos es
el de Innana y Ereshkigal, de la cultura sumeria7 . Innana, una vez
proclamada Reina de la Tierra, necesita un consorte a instancias de su
familia divina, que le impone al pastor Dumuzi, aunque ella prefiere uno
de linaje agrícola. Finalmente lo acepta y acaba enamorándose de él.
Son felices hasta que el pastor se cansa de ella y decide separarse. Es
entonces cuando ella decide realizar un viaje al mundo subterráneo para
asistir a los funerales del esposo de su hermana Ereshkigal, Reina a su
vez de los Infiernos. A lo largo del viaje se le va despojando de todos
sus bienes hasta aparecer desnuda ante su terrible hermana, que acaba
dándole muerte, en la que permanecerá hasta que encuentre un sustituto
en aquel reino de los muertos. Entonces ella elige a su antiguo esposo,
Dumuzi, y puede entonces resucitar y volver al mundo de los vivos,
habiendo aprendido la lección de que Vida y Muerte son una misma
realidad ; de que Innana y Ereshkigal son las dos caras de la misma
Diosa.

La ficticia división entre la mujer y su sombra es algo muy habitual en
nuestras sociedades actuales. El varón, muy frecuentemente, necesita
para gozar de lo femenino tanto de la esposa como de la prostituta, que
es su sombra. No entiendo por qué al hablar de estas últimas se refieren
al oficio más antiguo del mundo, cuando en realidad se trata de la
esquizofrenia masculina más arcaica, eso sí.

Igual sucede en lo relativo a lo contaminante, a cierta suciedad
despreciable, cuando para anunciar compresas dicen aquello de “Te
sentirás limpia, te sentirás bien”. ¿Cómo pueden unir ambos términos ?
La sangre menstrual no tiene por qué hacerte sentir mal ni supone
suciedad alguna. Y, por el contrario, recién duchada te puedes sentir
fatal.

La inmanencia-trascendente de lo sagrado femenino

Tengo que ir recogiendo los dados lanzados sobre la mesa y concluir, si
es que en este tema se puede concluir algo aproximado, pero... en fin.

n Las palabras hierós y sanctus se refieren a lo sagrado trascendente,
pero una trascendencia hacia arriba, hacia las divinidades uránicas, que
unida a una lógica binaria deriva en el monoteísmo. Se trata de una
trascendencia deshumanizada, es decir, limpia, incontaminada, absoluta.
Es la alienación en el ideal que nos conduce en su extremo a los
fundamentalismos.

Por el contrario, hagios y sacer, apuntan a una sacralidad inmanente
que podría englobarse en la sacralidad de la Vida y la sacralidad de la
Tierra con toda la imperfección que implica el devenir en marcha, lo
relativo, lo humano, lo contaminado.

Tienen sentido, pues, las diferentes palabras, porque se refieren a
distintas concepciones de lo sagrado. Las primeras denotan lo sagrado
masculino ; y las segundas corresponden a una sacralidad propia de lo
femenino.

n El objeto sagrado más representativo de la sacralidad trascendente
masculina es el Falo como sublimación del pene, como fuerza y plenitud,
como espada que divide lo significante y lo in-significante, que divide y
excluye por tratarse de una metonimia, de una realidad parcial que
aspira a ser totalizadora.

El Grial como metáfora de la búsqueda, es decir, del viaje hacia la
sabiduría y la realización, no desciende de los cielos entre ángeles y
trompetas ni lo porta un sacerdote, sino un grupo de mujeres que indican
que ese cáliz sublime no es otra cosa que el caldero en el que se
cuecen los elementos primordiales de la Vida, de la que surge todo. La
Mujer como materia, como matriz primordial, es el origen y final de esa
búsqueda, porque en nuestra dimensión humana se unen materia y energía
en un juego de densidades de diversa vibración : eso es todo. Es el
Todo, como de modo clarividente intuyó Goethe.

n Vivir lo sagrado femenino nos exige asumir la “sombra”, porque la
sombra no es el “thanatos” de Freud, ni lo “maldito” que condena la
lógica binaria. La sombra es nuestra fuerza más viva, la energía propia
del arquetipo de “la mujer salvaje”. Como vemos en el mito de Psiché y
Eros, el alma es una joven bellísima, aunque a veces abandonada, sucia,
enferma, pero unida para siempre a Eros, elegida por el Amor a pesar de
todos los obstáculos y pruebas por las que tiene que pasar. El thanatos
no es más que un invento de la lógica binaria, incapaz de encontrar el
sentido si no es escindiendo la realidad en supuestos contrarios.

n Y, por último, quiero decir que la inmanencia no implica la negación
de la trascendencia, pero se trata de una trascendencia evolutiva, no
hacia arriba en una sublimación enajenante hacia lo alto. La
trasendencia que emana de la inmanencia es una trascendencia hacia
adelante.

Tal vez nuestro gran error haya sido despejar lo sagrado a corner,
hacia los cielos impolutos de lo divino. Lo terreno, en cambio, ha sido
desacralizado y hemos buscado el sentido a través de socializaciones
sexuadas. Los varones vienen con un programa a cumplir : “Sé tú mismo”.
Un programa que se lleva a cabo fundando la personalidad en el “ego” del
triunfo personal. Si esas expectativas no se alcanzan, el hombre se
percibe como un ser frustrado, castrado en cierto modo. Las mujeres, por
otro lado, cargamos con otro programa : “Sé para los demás”, que
engorda un “super ego” que nos cae como una losa. De no cumplir el
programa, nos pasamos la vida luchando contra la culpa, siempre la
culpa. Ni unos ni otros somos libres. Unos, inflados como globos fatuos ;
las otras, aplastadas por la carga de ser buenas hijas, buenas esposas,
buenas madres, buenas ciudadanas aún a costa de nuestra felicidad.

Como no me es posible extenderme más, concluyo con un nuevo enigma, el
mismo que Goethe nos propone en la estrofa con la que termina su Fausto :


“Todo lo transitorio

es solamente un símbolo ;

lo inalcanzable

aquí se encuentra realizado ;

lo Eterno-Femenino

nos atrae adelante...

Por Victoria Sendón de León