Numero y espacio en el I Ching...

miércoles, 22 de junio de 2011

 






Los asombrosos hexagramas del milenario oráculo chino, mucho más que un simple método predictivo, nos remiten al corazón del hombre, espejo del Universo.

El número nace, en la tradición occidental, de la confluencia piramidal egipcia y el remoto halo atlántico. Es arquitectura antes que cuerpo, geometría antes que concepto. De allí lo toman tanto griegos como hebreos, humanizándolo, reduciéndolo a algo más transportable y etéreo. Su destino será tan maravilloso como sutil, puesto que antes de fragmentarse en algoritmos y cifras digitales, admirará a los buscadores omphálicos de la divina proporción como Pitágoras y Paccioli, sentará las bases de la astronomía y la óptica en el ámbito helenístico, y ordenará la sabiduría bíblica de la época clásica desdoblándose en letras. El número griego será, pues, algo desnudo, una gema de sí mismo, independiente, exacto e, incluso, excluyente. En lo que respecta a la noción del número en la Biblia, jamás llegará a la abstracción, pocas veces saldrá del libro. Será cronología o profecía, pero, a excepción del templo salomónico, escasamente un concepto relativo al espacio.
En el ámbito extremo-oriental, en cambio (y eso lo conserva muy bien el I ching) es especial el antiguo País del Medio, el número será rúbrica y emblema, topografía y música, no dividiéndose nunca del espacio del que surge o hacia el que va. En efecto, mientras que Grecia y el viejo Israel, de donde derivan las dos ramas mas importantes del árbol de nuestra cultura espiritual, separan cada vez mas el numero del espacio, tomándolo como unidad de tiempo o mera proporción, los chinos insisten en cualificar su arquitectura, su medicina, sus artes adivinatorias incluso, como prolongaciones gestálicas del número. Desde luego que eso los limita y confina en sí mismo, como prueba de su propia historia, pero también les salva de la esquizofrenia occidental que inventa el mesianismo (una dudosa teleonomía jamás corroborada por la historia) o la razón pura (una aún mas dudosa forma filosófica de cuadricular la realidad) y acaba alejándose cada día más de la naturaleza.
Los chinos son un pueblo demasiado práctico para ver, en la inmortalidad, otra cosa que longevidad bien entendida, en tanto que para los griegos tardíos de influencia órfica y neoplatónica, el cuerpo es tumba; y para los hebreos el juicio final y la resurrección, negadores de toda entropía, vale mas la cultura que la naturaleza, lo que el hombre decide libremente que lo que el cielo dispone espontáneamente. Prometeo y Jesús, a diferencia de Fo Xi, ejercen la rebeldía, y expresan en su transgresión el alto grito libertario de Occidente, para bien y para mal. Al griego y al hebreo les cuadra el símbolo del fénix, en tanto que al citado personaje mítico chino la tortuga.