Cuando ya han pasado tres meses de ese remezón que vivimos los chilenos y casi todos dicen estar recuperándose de la sacudida de ese 27 de febrero cuando, amparado en la oscuridad, emergiendo como un bandido nos sorprendió el terremoto más fuerte del que tengamos memoria. Ya el miedo ha pasado… Hemos alimentado suficientemente el morbo con todas las historias truculentas y tristes que nos dejó el sismo…. Hemos llorado con los dolientes y reído también con aquellos personajes que con su sabiduría no pierden el optimismo, aún en los momentos difíciles.
Pero ahora que la vida retoma su cauce normal es cuando nos damos cuenta del otro terremoto, ese sismo provocado al interior de nosotros mismos al darnos cuenta de no podemos tener el control sobre nada… Tomamos conciencia de nuestra vulnerabilidad y la falacia de “la seguridad” se derrumba junto con tantos edificios que se desmoronaron… Somos apenas humanos y dejamos caer nuestra máscara para dejar al descubierto la verdad… Nos sentimos desnudos y quedó revelada nuestra identidad… apareció lo mejor de algunos y lo peor de otros, pero ni más ni menos que lo que somos en esencia… Unos ejerciendo un verdadero apostolado ayudando a las víctimas y otros intentando sacar partido de la situación. El reflejo de nuestra sociedad.
Apareció la identidad de un pueblo generoso en esencia, dispuesto a compartir. Apareció la chispa divina que hay dentro de cada ser humano y muchos intentaron recordar el Padre Nuestro que desde pequeños no rezaban. Desde el fondo de nuestro ser surgió el niño desvalido que busca la protección del padre/madre y fuimos capaces de llorar, de sacar el dolor afuera… Un dolor acumulado por tanto tiempo. Tantas lágrimas guardadas porque “no es lindo llorar”… Nos olvidamos de las formas y vivimos desde el fondo.
El silencio que vino después del sismo nos invitaba a la reflexión… Ya no había excusa para escaparnos con el radio, la TV o el computador. Ni siquiera podíamos escapar con la charla telefónica… Lo único que podíamos escuchar era el ruido de nuestros pensamientos que volaban a mil dentro de nuestras cabezas. Somos humanos, estamos todos unidos en un solo corazón, estamos sufriendo por la misma causa y acá no nos salvó ni la tarjeta de crédito ni vivir en un barrio acaudalado… Ahora somos iguales, nuestros corazones laten al mismo ritmo y estamos unidos en un solo corazón…
Después de lo terrible vino lo hermoso: Todo un país sufriente unido en un solo latir. Y eso somos los humanos: Somos un solo Ser y todas las divisiones que ponemos no son más que ilusiones de este mundo mecanizado. No importa si naciste en Pomaire o Estocolmo, si fuiste al colegio en Suiza o Chimbarongo, si tu piel es mate o lechosa y si viajas en auto o en metro todos somos uno y es algo que no debemos olvidar... No esperemos que venga otro terremoto a recordarnos nuestra esencia divina y nuestro destino de grandeza. No esperemos que el dolor nos vuelva a reconectar y sigamos unidos... No esperemos que se corten las comunicaciones para hacer unos minutos de silencio cada día y encontrarnos con lo que somos, escuchar la voz de de nuestro corazón, de nuestra alma... . No esperemos tanto tiempo para poder descubrir la felicidad en las cosas más simples de la vida, como la sonrisa de tu hijo, el abrazo de un amigo y una sopa caliente al atardecer... No esperemos tanto tiempo para ser felices y vivamos la felicidad de estar vivos y tener salud, familia, trabajo, amistad, cariño...
Reciban muchas Bendiciones del cielo todos ustedes amigos mios...
Me®
sábado, 19 de junio de 2010