Espiritualizar la materia, materializar el espíritu...

sábado, 19 de junio de 2010

 


En nosotros una chispa del fuego sagrado corre el riesgo de extinguirse si no la avivamos. Podemos preservarlo si lo hacemos aumentar, si lo convertimos en hoguera que nos abrase, y así pasar de una única vida a decenas de vidas que se extinguirían, integrándose en la energía del universo, al perecer el último grano de nuestro racimo. La clave no es superar la muerte inevitable de cada grano sino hacer que el Fuego de nuestra vida, se transfiera a un nuevo grano del racimo constituyendo un nuevo capítulo de nuestra historia. No somos inmortales, pero somos el vehículo de la inmortalidad, transportamos el Fuego. Hagamos sagrado nuestro ser y lo conservaremos.

“Espiritualizar la materia, materializar el espíritu”.

En la Tradición Hermética se insinúan diversos caminos para operar la transformación. La alquimia, en su máxima solve et coagula, indica que debemos “separar antes para reunir”. Separar nuestros componentes, tomando consciencia de cada uno por separado, para posteriormente reunirlos, lo que conlleva recuperar nuestra esencia andrógina, o alumbrar a nuestro doble gemelar o Géminis.

El arte real se completa en cuatro fases, a partir del nigredo o muerte simbólica de la materia, alegórica transformación de plomo en oro, que el Iniciado considera transformación de uno mismo.

La vida trascendente en alquímia se simboliza con los cuatro elementos, coincide con cuatro estados fundamentales del proceso alquímico. El secreto del “renacimiento” del adepto se halla en la Piedra Filosofal. Su método de explicación “ignotum per ignotius” lo ignorado por lo más ignorado, conduce desde simbolismo y alegoría al sistema que permite extraer el “oro potable”, “elixir de vida” o “piedra filosofal”, trabajando el alma de la materia.

La alquimia alejandrina distinguía cuatro fases o colores correspondiente a los cuatro estados de la materia en su ciclo de transformación alquímica, desde el ennegrecimiento o nigredo, que representa simbólicamente la materia prima, cuyo fin es la muerte. Estado que se subdivide en mortificatio, calcinatio y putrefatio; la muerte de la materia supone para el adepto la muerte simbólica o abolición del ego.

El simbolismo, los mitos y leyendas, indican el camino para recuperar el origen

La muerte iniciática representa el inicio de la maduración áurea. Fase que debemos realizar (para seguir en el proceso de iniciación), aboliendo nuestro yo mundano y reconociéndonos en dimensión distinta a la de nuestro yo contingente. Morimos simbólicamente para comenzar nuestro proceso de iniciación (que alegorizamos en los velos de Isis). Debemos realizar la obra de “transformación” del hombre para llegar al Anthropos u hombre realizado por la culminación de la maduración áurea, resultado natural del nigredo Con este conocimiento o Nous, asimilado a la comprensión pura, aprehendemos que una parte de nosotros mismos, el Fuego, nos ofrece la posibilidad de vivir otras vidas, si somos capaces de unificar “carne, alma y espíritu”.

De esta muerte durante el nigredo en que se sume la materia, con su lavado se llega al estado albedo (argénteo o lunar) o blanco puro, color que reúne en sí a todos los otros, representado simbólicamente por la cauda pavones (cola de pavo real).

El estado de albedo o blanqueado se obtiene cuando la materia, a través de sus sucesivas transformaciones, ha pasado del color negro de su primer estado al color blanco, con el que culmina su transformación. La materia prima del hombre, inicialmente negra, puede ser iluminada, “albedo”, en sucesivas transformaciones, en la revelación del Espíritu que anuncia su intemporalidad. El hombre debe seguir a partir de aquí sobre su espíritu.

La condición luminosa del albedo es símbolo de la espiritualidad solar. Nuestra diferenciación sexual no es del todo definida sino que hombres y mujeres somos andróginos, pues conservamos rastros del sexo opuesto. Ni el hombre se puede identificar estrictamente con el Sol ni la mujer con la Luna, pues conservamos, psíquica y morfológicamente, huellas de nuestro opuesto. Tampoco podemos asociar al hombre al medio seco y a la mujer al medio húmedo. Smbos poseemos por igual el fuego, cuyo verdadero sentido simbólico es nuestra Espiritualidad Solar. Por acción de nuestro opuesto, nuestro doble interior, superamos la “edad oscura” La transformación del espíritu, contrariamente a la transformación de la materia, no termina irrevocablemente en la muerte sino en su opuesto: la vida.

La siguiente fase, la materia debe tomar el color citrinitas (amarillamiento o aurificación) y pasar a continuación al enrojecimiento, rubedo o estado solar. Rubedo, es el enrojecimiento de la materia prima que es el hombre. En la tradición hindú, el hombre como el hierro puede ponerse al rojo vivo y ser moldeado, la naturaleza del ser, calentada por el fuego, resiste a todo y permanece inalterable. En la tradición alquímica, que debemos entender como la transformación interior, el hombre se busca a sí mismo dentro de sí mismo. “Mira dentro de ti y busca al Espíritu, y no olvides que el Espíritu está presente en tu búsqueda”. La fase rubedo es aproximación al Fuego y a la transformación que opera en nosotros, permitiendo que el Espíritu “dé mesura a lo desmesurado”, que haga cognoscible en nuestra mente lo que le resulta desconocido a la luz de la razón. Para ello, debemos avivar, por el fuego de la imaginación, nuestra capacidad intuitiva, lo que sólo es posible cuando nuestro espíritu animado por el Fuego nos integra en nosotros mismos.

Simbología, en la que los colores blanco (la reina) y rojo (el rey), se unen en la conjunctio o matrimonio alquímico, celebrando el reencuentro de lo femenino y lo masculino. Equilibrio de los contrarios que opera en todas las fases de obra, tanto profanamente en la transformación de la materia como espiritualmente, en la transformación del alma.

En la materia primera, agua y fuego, aunque contrarios son una misma cosa; y el ánima y el ánimo, aire y el fuego, aunque opuestos se conjugan en una sola entidad en el alma del filósofo, como hijo del cosmos que accede a la dimensión Anthropos

El elemento que propicia la inmortalidad es el ·aqua sapientum·, elixir de vida capaz de vivificar, que se obtiene del agua del baño donde Sol y Luna se unen en matrimonio alquímico. De la Luna, lo húmedo, Isis o materia primera, surge el hombre que mantenido en el vientre materno (medio húmedo), pasa sucesivamente por las fases Aire y Fuego antes de nacer, o renacer, sobre la Tierra. El alma que debe renacer es representada como la Femineidad o Agua, mientras que el cuerpo viene representado por los otros tres elementos.

La segunda mortificatio de la materia, representa asimismo la caída del hombre en la materia. Aunque en tradición alquimia, la mortificatio de la materia se limita en apariencia a una única fase. En la búsqueda espiritual, el estado de mortificatio es doble porque debemos renunciar a nuestra vida de hombres sociales (“matar” nuestro ego) para renacer. La vida no es solamente nuestro desarrollo vital como individuos. Concebida sólo en función del ego, es un empobrecimiento constante.

La vida renunciando al mundo, es un juego, un acto de amor consigo mismo y con los otros. Inhibirse del juego, renunciar a sus rasgos apolíneos, conduce al hombre a su fin inexorable.

Mirarse de frente es descubrir que ni somos rehenes de la muerte ni culpables de pecados ajenos. El pecado, simplemente, es un arma de sojuzgamiento vital que nos ha desposeído de la inocencia de los orígenes. Reivindicar el derecho al juego de la vida, recuperar la inocencia primordial, es aspirar a beber de nuevo la savia mística del Árbol de la Vida.

En el Edén el hombre y la mujer eras seres luminosos, exentos de pecado y de muerte. Mucho después la teología rabínica determinó que el pecado suponía la muerte del alma. Siglos más tarde, el cristianismo estableció como dogma de fe que si el alma es lavada de culpas, alcanza la vida eterna. Se creaban así unas ideas que socialmente iban a suponer un sofisticado instrumento que permitiría el sojuzgamiento del hombre, consciente al fin de que su vida sobre la Tierra era efímera y que si quería prolongarla espiritualmente después de la inevitable desaparición de su cuerpo terrestre, debía plegarse dócilmente a los dictados de las teocracias.

La mística alquímica interpreta la ofrenda de los reyes al nacimiento del Jesús: Melchor, ofrece oro: símbolo de realeza, del hijo de rey, expresando transformación áurea. Gaspar, sacerdote, ofrece incienso, en honor de la divinidad. Baltasar, que representa la materia prima del hombre, ofrece mirra que procura vida eterna a través del nigredo o muerte simbólica de la materia. Sin embargo, en los Salmos de Salomón se alude proféticamente a la visita del rey de Tharsis al Mesías recién nacido, este rey o Acaunum (Piedra, en céltico), debía venir de Occidente, y ofrece una simple piedra saludándolo como Espíritu Eterno.

Compuesto desde el Arbol de la Sabiduría

R.Hervás

Fuente: http://laramadorada.wordpress.com/