Ars Brevis...

viernes, 9 de abril de 2010

 




Hasta ahora nuestro trabajo ha consistido en exponer y comentar los principios alquímicos manifiestos en las dos grandes obras de Fulcanelli: El Misterio De Las Catedrales y Las Moradas Filosofales. Creemos haber dejado claro que las alquimias de oriente y occidente trabajaban con la misma materia y tras el mismo objetivo, y que sus diferencias principales radicaban en el uso de las metáforas, e1 lenguaje críptico y el excesivo secreto de las enseñanzas por parte de los adeptos occidentales. Lo expuesto, en capítulos precedentes, ha sido un intento para explicar la teoría alquímica desde diferentes criterios culturales. Tal vez esto haya hecho parecer nuestro trabajo algo complejo, sin embargo, en la naturaleza nada es complicado y, el alquimista, debe dedicarse a la Gran Obra solo con prudencia y simplicidad. La práctica solo nos exigirá constancia y continuidad, sin importar a cuál modelo teórico nuestras preferencias intelectuales se ajusten.

Los antiguos adeptos intentaron, con justificada razón, explicarse los fenómenos que iban experimentando, y ello lo hicieron según sus propios niveles sociales, educativos, raciales y religiosos. Para el alquimista practicante, cuando enfrenta en sí mismo el conflicto y la lucha de los principios fijo y volátil, que él intenta armonizar, poco importa si lo interpreta como la pelea entre el águila y el león, o la rémora y la salamandra, de nuestros maestros europeos, o si se refiere a este proceso como el surgimiento de sankharas o reacciones bioquímicas del cuerpo y la mente, según la tesis budista. Para él esta etapa será, simplemente, un proceso lleno de sensaciones y pensamientos poderosos y conflictivos, que de llevarse a feliz término, brindará una armoniosa paz al alquimista. Del mismo modo, al momento de experimentar la disolución, el practicante sentirá que pierde toda noción de su cuerpo y que un flujo indescriptible de vibraciones conforman su ser. Poco importará, entonces, si explica este fenómeno como el ascenso de la Kundalini a través de los diferentes Lotos o Centros de Conciencia, o si lo ve como la separación del espíritu y el cuerpo, en la cual el primero se eleva a estados superiores en un vehículo de mayor sutilidad, o si es, simplemente, la unión de los cinco soplos vitales en la cavidad tan t’ien que provoca el cese de la respiración mundana y el ingreso de la conciencia en la Gran Serenidad. Para el alquimista esta será una etapa de insensibilidad corporal y absoluta quietud de pensamientos, su experiencia será lo verdaderamente importante y no la teoría con la cual intentará explicarla racionalmente.

La práctica alquímica se basa principalmente en el axioma hermético Solve et Coagula, disuelve y coagula, disuelve el cuerpo a través de la coagulación del espíritu en él. Es decir que primero debe producirse la solidificación del espíritu en el cuerpo, para que éste, por acción de aquél, sea presa de la disolución o volatilización de sus partes. El primer proceso es producto del arte, depende de la voluntad, conciencia y concentración del alquimista. E1 segundo, depende de la Naturaleza y sus fuerzas, y escapa totalmente al control volitivo del artista.

La técnica meditativo-alquímica que develaremos, a continuación, pertenece al conjunto de enseñanzas de la SENDA DEL RAYO DE LA ESCUELA DEL DRAGON DORADO, escuela alquímica de puertas abiertas, es decir, que esgrime la creencia que:

" El secreto se protege a sí mismo y se basa en la práctica y el espíritu”.

Bajo este criterio expone abiertamente la enseñanza alquímica, pues sus maestros son conocedores de la dificultad que entraña el éxito de la Gran Obra y, que ésta, no necesita ser protegida por el secreto o la codicia filosófica.

Vivimos tiempos nuevos, pero de gran oscuridad e incertidumbre espiritual. Por ello se hace necesario exponer con claridad, en forma llana y simple, los secretos de la Materia y el Espíritu, con los cuales la humanidad pueda hacer brotar la Flor de la Conciencia en sus mentes e iluminar la sociedad que conforma.

En la práctica el alquimista debe desarrollar inmovilidad, relajación y conciencia durante la meditación. Su trabajo primordial es con el propio cuerpo:

" Sin el cuerpo, no se alcanza el Tao; con el cuerpo, no se vislumbra la Verdad” (202).

La tradición oriental adopta una postura sedente, preferentemente sentados sobre un cojín y con las piernas cruzadas. Sin embargo, por tratarse de una postura incómoda para los occidentales, la técnica puede realizarse sentados normalmente en una silla. Los únicos requisitos son: permanecer inmóviles, relajados y con la columna vertebral recta.

Cómodamente sentados debemos, antes que nada, cerciorarnos que nuestra postura sea la correcta. En la unidad cuerpo-mente una postura justa y equilibrada provoca un estado mental justo y equilibrado. Si vamos a sentarnos al estilo oriental, de piernas cruzadas, debemos procurar hacerlo sobre un cojín lo suficientemente alto y firme como para que las caderas queden más altas que las rodillas. De esta forma nuestra columna vertebral podrá mantenerse recta naturalmente y sin esfuerzo. Luego, nos preocuparemos de eliminar las tensiones musculares innecesarias, pero manteniendo el tronco erguido. La cabeza debe descansar relajadamente sobre el cuello, con el mentón suavemente recogido hacia la garganta, pero sin esfuerzo ni artificialidad. Naturalidad es la clave. Preferentemente mantendremos los ojos cerrados, para mayor introspección, salvo que nos invada el sueño o el sopor, situación en la cual abriremos suavemente los párpados para mantenernos despiertos y alerta. En este caso los ojos deberán permanecer sin enfocarse en nada en particular, como si atravesasen el piso con la mirada. Cumplidos estos requisitos, pasaremos a la conciencia respiratoria, es decir, tomaremos conciencia de nuestra respiración natural, observando su flujo y reflujo con la mayor atención, pero sin alterar su ritmo espontáneo. No debemos influir haciéndola más suave, profunda, rítmica o imperceptible. Solo debemos dejarnos ir con ella, haciéndonos uno con su movimiento.

Si nuestra atención se fija con propiedad en la respiración, pronto ésta se hará equilibrada y armónica por sí misma, sin esfuerzo ni premeditación de nuestra parte. Ello, por si solo, conllevará a un estado de tranquilidad mental característico que será señal para pasar a la siguiente etapa. La conciencia respiratoria es en el fondo una toma de conciencia de las sensaciones corporales, pues percibimos la respiración a través de las sensaciones orgánicas que ésta provoca en nuestro cuerpo. Por ello, la respiración constituye LA PUERTA y EL CAMINO de ingreso, de nuestra conciencia, a la percepción interna y al sutil mundo de las sensaciones profundas del cuerpo y la mente. Enraizada nuestra atención en el flujo respiratorio y las sensaciones que provoca, debemos proseguir con el resto del organismo, percibiendo al detalle cada sensación que se manifieste en nuestro cuerpo. En primer lugar nos concentraremos en el área infraumbilical de nuestro abdomen, más que en su superficie en el interior de ella. No debemos preocuparnos por elegir alguna zona u órgano anatómico específico, sino en percibir las sensaciones que se presentarán en forma totalmente espontánea en dicho foco de conciencia. Tampoco debemos esperar alguna sensación en particular, solo tenemos que preocuparnos por sentir.

De este centro y en forma regular barreremos todo nuestro cuerpo, tanto en su superficie como en sus profundidades, por partes o bien en forma simultánea, lo importante es que no quede ninguna zona sin observar y que en cada una se perciban las sensaciones que se manifiesten en ellas. Rápidamente descubriremos que nuestra atención es arrebatada de su propósito, de ser consciente de la respiración o sensaciones orgánicas, por imágenes, ideas y pensamientos totalmente ajenos a la meditación. Jamás deberemos intentar reprimir estas distracciones por la fuerza. Si se presentan, las observaremos, luego, reiniciaremos la conciencia respiratoria y de las sensaciones corporales. Esta es la manera de controlar nuestra atención durante la meditación.

La fijación de la conciencia en el flujo respiratorio y en el cuerpo, es la fase de coagulación o corporeización del espíritu, la cual, si es correctamente realizada, conllevará a la subsecuente disolución de las sensaciones y percepción del cuerpo. Esencialmente, en esto consiste el proceso alquímico.

La conciencia de la función respiratoria y de las sensaciones no debe limitarse, exclusivamente, a los momentos de meditación sentada, sino que debe aplicarse durante las actividades diarias y en nuestros quehaceres normales. A esto llamaban los alquimistas mantener el fuego constante o vigilar el fuego y por ello, advertían, que la única falta en la que podía incurrir el artesano era permitir que este fuego se apagara por falta de constancia y atención, pues se trataba de un "trabajo de mujeres y juego de niños". No debe olvidar, el alquimista, que cuando el mecanismo de la creación se pone en marcha, durante la noche, en la llamada hora tsu, debe juntar esta valiosa vitalidad sin dejar pasar este regalo de la Naturaleza. El maestro Chao Pi Ch'en nos enseña la técnica a seguir:

" (...) Para fijar e impulsar el espíritu en la cavidad de la vitalidad, un practicante serio debe sentarse a meditar en un aposento apacible y volver sus ojos para dirigirlos a esa cavidad, consciente de ella pero sin apego, es decir, sintiendo su presencia y olvidándola. Mientras fija su espíritu, su mente ha de estar vacía de datos sensibles, sin adherirse a formas o al vacío relativo, para preservar su radiante quietud y su clara inmaterialidad. En este estado solo se apercibe uno de la respiración” (203).

Se trata de una meditación cuyo énfasis se pone en la concentración sobre el tan t'ien inferior, campo del elixir u océano de la vitalidad, centro en el cual deben almacenarse las energías psicosomáticas para su posterior y espontánea sublimación. Los maestros recomiendan finalizar siempre, la sesión meditativa, concentrándose unos minutos en este centro de conciencia, pues con ello aseguramos que las energías se unifiquen y no permanezcan acumuladas en zonas superiores, donde podrían provocar congestiones y molestias.

Si hay quienes piensan que todo cuanto es la alquimia ha quedado expuesto, se equivocan. La alquimia es un arte eminentemente práctico y tiene que ser vivido y descubierto por el propio artista. La información intelectual es solo un dedo que señala el camino a seguir, pero no es el camino en sí. Por ello deseamos dar fin a nuestro trabajo repitiendo la advertencia de Fulcanelli al investigador teórico:

“La ciencia alquímica no se enseña. CADA CUAL DEBE APRENDERLA POR SÍ MISMO no de manera especulativa, sino con la ayuda de un trabajo perseverante, multiplicando los ensayos y las tentativas, de manera que se sometan siempre las producciones del pensamiento al control de la experiencia” (204).

Y tal ha sido, es y deberá ser siempre, el espíritu que anime al verdadero alquimista. Friedrich Von Licht