Las Dos Vías...

viernes, 9 de abril de 2010

 




Generalmente se habla de dos maneras de realizar la obra hermética. Una recibe el nombre de vía húmeda y, la otra, se llama vía seca. En resumidas cuentas, una simboliza un camino largo y pausado hacia el logro final y, la otra, uno corto o breve, Ars Brevis, con el cual ha sido conocida tradicionalmente la vía seca. Existirán distintos niveles de comprensión, o puntos de vista, al definir ambas vías y ello dependerá del tipo de tradición y búsqueda del alquimista.

La alquimia interna, o microcósmica, recibe el nombre de vía breve, por alusión contraria a la alquimia externa, o macrocósmica, la cual busca la piedra filosofal como un cuerpo material tangible y físico, a diferencia de la primera, que pretende producir el elixir dentro del organismo del propio alquimista. La alquimia macrocósmica recibe el epíteto de vía larga por la dificultad, tiempo y energía que conlleva su preparación y resultados.

Desde el punto de vista de la Iluminación Espiritual, de la filosofía, la vía breve es el camino de la fe, simple y directo, apto para los pobres de espíritu, quienes no necesitan argumentaciones para percibir la unidad espiritual del universo. La vía larga correspondería al camino del intelecto, de la comprensión filosófica, del científico que analiza paso a paso y, sin ideas preconcebidas, las leyes de la naturaleza, de la materia y el espíritu. Esta es la obra del rico, del rico de espíritu o intelecto, pues posee conocimiento.

En el yoga tántrico las dos vías corresponderían al Dakshinacara, o vía de la mano derecha, y a Vamacara, o vía de la mano izquierda. La primera, sería la vía seca, senda de gran autodisciplina física y mental, en la cual la abstinencia de toda actividad sexual es ley. La vía de la mano izquierda correspondería a la vía húmeda, es la vía de la alquimia dual, de la unión sexual sacra o amor sagrado; es la vía del sexo tántrico, tan buscada por los occidentales, pero también, tan mal comprendida y empleada.

Desde la perspectiva budista, la vía corta corresponde a la Iluminación Abrupta, tan querida y característica del budismo zen; mientras que la vía larga, vendría a simbolizar a la Iluminación Gradual, propia del budismo theravada, en la cual la accesis final se conseguiría después de haber desarrollado la moralidad, la concentración y la sabiduría (sila, samadhi y pañña).

Finalmente, según el taoísmo, la vía larga correspondería al camino de la órbita microcósmica, o circulación del fuego interior, por los canales energéticos dorsal y frontal del cuerpo, proceso que llevaría con el paso del tiempo a la purificación final de la vitalidad espiritual. La vía corta sería la concentración y maduración de esta vitalidad en el abdomen inferior y su proyección, por el canal energético central, a través de la apertura existente en la cúspide del cráneo. Dentro del taoísmo también existe una alquimia sexual, cuya finalidad es el intercambio de esencias y de energías con la pareja. Este cultivo dual podría compararse al Vamacara tántrico, en contrapartida al cultivo individual del meditador célibe. Deberíamos mencionar que esta relación entre sexo y alquimia, aparentemente tan común en extremo oriente, también era conocida por los adeptos occidentales. Bastaría, tal vez, con recordar las “Cortes de Amor” tan famosas durante la edad media europea o leer, en Las Moradas Filosofales, la descripción que nos hace Fulcanelli de uno de los bajorrelieves que adornan la Casa de la Salamandra:

“En la segunda ventana, no deja de suscitar curiosidad una cabeza rubicunda, redonda y lunar, coronada por un falo. Descubrimos en ello la indicación, muy expresiva, de los dos principios cuya conjunción engendra la materia filosofal. Este jeroglífico del agente y del paciente, del azufre y del mercurio, del Sol y de la Luna, padres filosóficos de la piedra, es lo bastante elocuente para suministrarnos la explicación” (186).

La cabeza y el falo son los dos extremos de la columna vertebral. Dentro de ella discurre la médula espinal, sede material de los centros de conciencia, chakras o lotos. La cabeza contiene a dos de ellos, Sahasrara y Ajña, los más espirituales o de conciencia más pura, mientras que la función y conciencia sexual están bajo el control de los lotos Muladhara y Svadhisthana, los de energía o materia más burda de todo el sistema. El hecho que en el bajorrelieve, descrito por Fulcanelli, el falo esté sobre la cabeza, simboliza la sublimación de las fuerzas sexuales o ascensión de la Kundalini hasta el Loto Supremo. Técnica similar se aplica en la alquimia china:

“La alquimia taoísta reniega del tipo mundano de vida al impedir que la fuerza generativa, productora del fluido generativo, siga su curso habitual de satisfacción del deseo sexual y generación de descendencia. No bien esa fuerza se pone en marcha para buscar su salida acostumbrada, se le obliga a dar la vuelta y, con la ayuda del fuego interior atizado por una respiración regulada, es impulsada a la órbita microcósmica para su sublimación” (187 ).

El fuego interior, fuego secreto, que pone en movimiento la órbita microcósmica, se genera en el horno o caldero, centro de conciencia creado en el área infraumbilical por la concentración y voluntad del alquimista. El caldero es la cavidad en la que el proceso alquímico transmuta la fuerza generativa en vitalidad y la vitalidad en espíritu. Cambia de sitio, ascendiendo del tan t'ien inferior, bajo el ombligo, al tan t'ien medio, en el plexo solar, para transmutar la fuerza generativa en vitalidad, y luego al tan t'ien superior, en el cerebro, para transmutar la vitalidad en espíritu:

“(...) Al tan t'ien inferior corresponde el papel de caldero primario que contiene la fuerza generativa al inicio del proceso alquímico. Cuando la fuerza generativa se limpia y purifica en la órbita microcósmica y se convierte en el agente alquímico, asciende al plexo solar, que actúa como caldero intermedio donde la fuerza generativa se transmuta en vitalidad. Ya purificada la vitalidad, asciende a su vez al ni wan o cerebro, que se convierte en el preciado caldero en que la vitalidad se transforma en espíritu. Así, sucesivamente, el tan t'ien inferior, medio y superior pasa a ser el caldero, es decir, la cavidad o centro psíquico donde la transmutación tiene lugar de hecho” (187).

Este es el Atanor, de la alquimia occidental, del cual Fulcanelli nos explica:

" Esta construcción piramidal, cuya forma recuerda la del jeroglífico adoptado para designar el fuego, no es otra cosa que el atanor, palabra con la que los alquimistas señalan el horno filosófico indispensable para la maduración de la Obra (...) Por este horno secreto, prisión de una invisible llama, nos parece más conforme al esoterismo hermético entender la sustancia preparada, amalgama o rebis, que sirve de envoltorio y matriz del núcleo central donde dormitan esas facultades latentes que el fuego común pronto va a hacer activas. La materia sola, siendo como es el vehículo del FUEGO NATURAL y SECRETO, inmortal agente de todas nuestras realizaciones, es para nosotros el único y verdadero atanor del griego "athanatos", que se renueva y no muere jamás” (188).

Este horno es el "envoltorio o matriz", nos aclara Fulcanelli, es decir, el vaso o recipiente donde se encierra nuestra materia:

" Pues bien, este mercurio inicial, sujeto del arte y nuestro verdadero disolvente, es precisamente la sustancia que los filósofos llaman la UNICA MATRIZ, la madre de la Obra” (189).

Si precisamos de un vaso, no es más que para contener en él la sustancia que nos interesa. Nuestro horno es nuestro vaso, nuestra tierra nodriza y receptáculo de la cual habla Hermes en su Tabla Esmeralda. Esta matriz, este envoltorio, este globo o matraz de vidrio dentro del cual reposa el azufre, semilla del mercurio, es el Círculo Perfecto cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna:

“He aquí, ahora, uno de los símbolos mayores de la Gran Obra: la figura del círculo gnóstico formado por el cuerpo de la serpiente que se devora la cola (...) La imagen circular es, en efecto, la expresión geométrica de la unidad, de la afinidad, del equilibrio y de la armonía” (190).

Y por si quedara alguna duda acerca de la identidad de nuestro Círculo Gnóstico, el alquimista nos confirma:

" (...) El circulo es el signo convencional de nuestro DISOLVENTE, así como, por otra parte, de todos los cuerpos susceptibles de evolucionar por rotación ígnea” (191).

Es curioso ver la universalidad de las ideas arquetípicas que preñan al espíritu humano. En el budismo zen, la figura predilecta para representar la Mente Búdica, mente oceánica o cósmica, es el círculo, vacío de todo contenido, símbolo del satori o despertar a la realidad única. Jeroglífico que nos hace recordar, con su sencillez, el axioma hermético: Uno en todo y todo en Uno.

No podríamos continuar con nuestro estudio, de la metáfora alquímica, si pasáramos por alto algunos símbolos que han causado confusión entre los investigadores del Arte Sagrado. Entre ellos el que mayores equívocos ha generado es el signo zodiacal de Aries. La imagen de dos alquimistas recogiendo el rocío de primavera, mientras la constelación del Carnero aparece en el cielo o sobre la pradera, ha sido interpretada literalmente por muchos buscadores entusiastas y poco prudentes, perdiendo con ello la senda correcta. Diversos autores y estudiosos han visto en él una alegoría a la época primaveral, en la cual el calor solar, despierta a la vida a toda la naturaleza. Sin embargo, quienes postulan esta posición ignoran, u olvidan, que los alquimistas gustaban de hablar en metáfora:

" Dicen los Adeptos que extraen su acero del vientre de Aries; y llaman también a este acero su imán” (192).

Nuestro disolvente recibe el nombre de acero por su capacidad penetrante y divisora, semejante a la que posee la hoja (de acero) de un cuchillo, daga o espada. Es un imán, pues extrae las partículas más puras o esenciales del cuerpo sobre el cual actúa a través de su poder atractivo o magnético. Mas, ¿qué cosa simboliza Aries? Leamos:

“En cuanto al sujeto grosero de la Obra, unos lo llaman Magnesia lunarii; otros, más sinceros, lo denominan Plomo de los sabios, Saturnia vegetable (...) Con estas denominaciones, refiérense, ora a su propiedad magnética y de atracción del azufre, ora a su calidad de fusible y a su fácil licuefacción. Para todos ellos, es la Tierra Santa y, en fin, este mineral tiene por jeroglífico celeste, el signo astronómico del Cordero, ARIES” (193).

Quede claro entonces que Aries es un mineral, es decir, una sustancia, y no una época determinada del año. Pero, ¿de qué mineral estamos hablando? Pues del aire atmosférico que, coincidentemente, en lengua española es un anagrama de Aries (aires):

Es este espíritu, extendido en la superficie del globo, lo que el artista sutil e ingenioso debe captar a medida que se materializa (...) La raíz de nuestros cuerpos está en el AIRE, dicen los sabios, y su cabeza en tierra. Ahí está ese imán encerrado en el vientre de Aries, el cual hay que tomar en el instante de su nacimiento, con tanta destreza como habilidad” (194).

“Este fuego espiritual, informado y corporeizado en sal, es el azufre escondido, porque en el curso de su operación jamás se pone de manifiesto ni se hace sensible a nuestros ojos (...) Filaleteo nos asegura que se encuentra escondido en el vientre de Aries o el Carnero, constelación que recorre el Sol en el mes de abril (...) Ese Carnero que esconde en sí el acero mágico lleva ostensiblemente en su escudo la imagen del sello hermético, astro de seis rayos. En esta materia tan común, pues, que nos parece simplemente útil, es donde debemos buscar e1 MISTERIOSO FUEGO SOLAR, sal sutil y fuego espiritual, luz celeste difusa en las tinieblas del cuerpo, sin la cual nada puede hacerse y a la que nada podría sustituir” (195).

El astro de seis rayos es el Sello de Salomón, antigua figura geométrica de los magos y sacerdotes caldeos, que resulta de la conjunción de los triángulos del fuego y del agua, es decir, la unión del cielo y la tierra. La estrella (stella) corresponde a la fijación del Sol y Ares (de donde proviene Aries) significa, en griego antiguo, adaptado o fijo. De ahí su relación. Aries, el carnero, simboliza la sustancia de la cual se extrae la Luz. Dentro del dogma astrológico el signo de Aries representa la casa en la cual el Sol, padre de la luz, se halla “exaltado”. Incluido en el mito de los doce trabajos de Hércules, símbolo de la labor alquímica, la constelación del Carnero indica el inicio de los mismos y la puesta en marcha de la rueda de la ley u órbita microcósmica. En el simbolismo del cuerpo humano, Aries rige la cabeza, asociación nada despreciable si recordamos que nuestro mercurio (acero, imán, disolvente) ha sido señalado como el jeroglífico de la Mente. En sus Moradas Filosofales, Fulcanelli nos indica, en una nota a pie de página, lo siguiente:

“Amón Ra, la gran divinidad solar de los egipcios, era ordinariamente representado con cabeza de carnero (...) Este dios, al que se le consagraba el carnero, tenía un templo colosal en Tebas (Karnak), al que se accedía siguiendo una avenida bordeada de carneros agachados. Recordemos que este animal es la imagen del AGUA DE LOS SABIOS...” (196).

Por lo tanto, repetimos, Aries, nuestro carnero, corresponde al agua viva, al aguardiente, mercurio o agua de los sabios y no a un mes del año. De un modo metafórico este signo astrológico recuerda al practicante, por su asociación a la primavera, que existe una edad propicia para los trabajos herméticos. Grillot De Givry nos lo expone así:

“Dios quiera que no sea demasiado tarde y que no te encuentres ya con la vida demasiado avanzada para poder emprender su realización. Pues si la ascesis no comenzó al salir de la adolescencia, es dudoso que nunca puedas llegar a la perfección. En este sentido es en el que Nicolás Valois ha dicho: la primavera adelanta la obra. Y Santo Tomás de Aquino: en los primeros días, importa levantarse de madrugada y ver si la viña está en flor” (197).

Nosotros seríamos menos exigentes, al respecto, y declararíamos que la Gran Obra es factible mientras las fuerzas primaverales se manifiesten en el cuerpo del practicante. La expresión de Santo Tomás, de "levantarse de madrugada y ver si la viña está en flor", se refiere a uno de los grandes secretos de este arte: la concentración o acumulación del agente alquímico. Entre los alquimistas taoístas esta concentración se realiza en la hora tsu, aproximadamente entre las once de la noche y la una de la madrugada, cuando el pene entra en erección durante el sueño, pese a la ausencia de pensamientos e imágenes oníricas. Es el momento oportuno para acopiar la fuerza generativa y sublimarla, ya que hacerlo durante el día resultaría ineficaz. A este proceso o fenómeno se refieren los versos que Fulcanelli nos escribe:

“A medianoche una Virgen madre,

produce este astro luminoso;

en este momento milagroso

llamamos a Dios hermano nuestro” (198).

El adepto nos indica que nos igualamos a Dios por medio de este fenómeno creativo, surgido espontáneamente en nuestro cuerpo. De aquí nacerá el Sol de la Obra, pues la luz sale de las tinieblas, está difusa en la oscuridad, en la negrura, como el día lo está en la noche. Los alquimistas europeos usaron el jeroglífico del Nostoc (criptógama que crece, en primavera, sobre la hierba o el suelo, muy de mañana e hinchada del rocío nocturno) para referirse al acopio del agente alquímico:

“Esta palabra (nostoc) procede del griego "Noctos", equivale al latino nox, noctis, la noche. Es, pues, una cosa que nace por la noche, que tiene necesidad de la noche para desarrollarse y que solo de noche puede ser utilizada. De esta manera, nuestro sujeto queda admirablemente oculto a las miradas profanas, aunque pueda ser fácilmente distinguido y manipulado por aquellos que poseen un conocimiento exacto de las leyes naturales” (199).

Los maestros taoístas nos indican el proceso con mayor claridad:

" No se puede cultivar ni alcanzar la inmortalidad a no ser que la vitalidad sexual vibre (...) Los antiguos maestros aguardaban la aparición de la vibración y, en lugar de ponerse a reflexionar sobre ella, practicaban inmediatamente las dos fases de ascenso y descenso; inspirando y espirando hacían volver atrás a la vitalidad para producir y nutrir la semilla inmortal; en esto consiste el método para interrumpir la emisión nocturna y prolongar la vida” (200).

" (...) La erección del pene en ausencia de pensamientos perversos, se debe a la manifestación del principio positivo en la vital hora tsu, momento que debes aprovechar para practicar las dos fases de ascenso y descenso en la órbita microcósmica con el propósito de reunir el agente alquímico” (200).

" El momento del sueño nocturno en que hay erección del pene se denomina la hora tsu, y resulta entonces de la mayor importancia interrumpir el hilo de los pensamientos y concentrar la fuerza generativa para su sublimación” (201).

Este misterioso y maravilloso fenómeno natural era simbolizado, por los alquimistas árabes, con la flor mítica denominada Baraas. Según la tradición islámica esta planta mágica aparece durante los meses de primavera, apenas llegada la noche comienza a inflamarse y a despedir claridad como una pequeña antorcha. Sin embargo, en cuanto se hace de día, esta luminosidad desaparece y la planta se vuelve invisible. Le daban el nombre de hierba del oro, porque era capaz de transmutar los metales viles en nobles.

Con esta alegoría vemos, una vez más, como detrás del símbolo y la metáfora se esconden fenómenos naturales fácilmente identificables, si se poseen las claves para ello. Con “las llaves” precisas, los relatos de las Mil y Una Noches dejarían de ser simples cuentos infantiles y se convertirían en descripciones del proceso alquímico o en mapas de la Gran Obra. Un mundo nuevo y asombroso se abriría ante nuestros ojos.

Friedrich Von Licht.