La Disolución, Secreto de la Gran Obra...

viernes, 9 de abril de 2010

 




"(...) el secreto principal de la obra reside en el artificio de la disolución” (123).

Esto nos enseña Fulcanelli, y luego agrega:

“Todo el arte se reduce, pues, a la disolución; todo depende de ella y de la manera de efectuarla. Tal es el secretum secretorum, la clave del Magisterio escondida bajo el axioma enigmático Solve et Coagula: disuelve el cuerpo y coagula el espíritu” (123).

Más, para disolver, es necesario un disolvente y la tarea de todo alquimista consiste en desentrañar este enigmático misterio. Disolución significa separación, desintegración, deshacer; todos términos que inmediatamente se asocian a otros: descomposición, putrefacción, dislocación, corrupción y muerte. El negro es su color emblemático. El disolvente ha sido simbolizado con gran variedad de imágenes, desde una muela o piedra de molino hasta las aguas del diluvio universal, pasando por el león, el lobo y el bélico jeroglífico de la espada, la cual por su capacidad o virtud de cortar, es decir, de separar, se dice que disuelve. El fuego y el sol han sido sus más exactas representaciones. Veamos que nos dice Fulcanelli:

" Este diablo, imagen de la tosquedad material opuesta a la espiritualidad, es el jeroglífico de la primera sustancia mineral (...) Se la veía en otro tiempo representada, bajo la figura de Satán, en Notre-Dame de París (...) Para el pueblo era maistre Pierre du Coignet, la maitresse Pierre du coin (la piedra maestra del rincón), es decir, nuestra piedra angular y el bloque primitivo sobre el que está edificada toda la Obra (...) Se trata de esa primitiva materia de los sabios, vil y despreciada por los ignorantes, que es la única dispensadora del agua celeste, NUESTRO PRIMER MERCURIO Y EL GRAN ALKAEST

(...) También se ha llamado disolvente universal, no porque sea capaz de resolver todos los cuerpos de la Naturaleza, lo cual han creído algunos equivocadamente, sino porque lo puede todo en ese pequeño universo que es la Gran Obra” (124).

¿Y cómo es producido este disolvente?

“En general el león es el signo del oro, tanto alquímico como natural; expresa, pues, las propiedades fisicoquímicas de estos cuerpos. Pero los textos dan el mismo nombre a la materia receptiva del Espíritu Universal, del fuego secreto en la elaboración del disolvente (...) El primer agente magnético empleado para preparar el disolvente, que algunos han llamado ALKAEST, recibe el nombre de León verde (...) Algunos adeptos, entre ellos Basilio Valentín, lo llamaron Vitriolo verde” (125).

“Este fuego activo es lo que importa comunicar al sujeto pasivo. El solo tiene poder para modificar su complexión fría y estéril, volviéndola ardiente y prolífica. Los sabios le llaman LEON VERDE, león salvaje y feroz” (126).

“Ese SPIRITUS MUNDI disuelto en el cristal de los filósofos, produce aquella misma ESMERALDA que se desprendió de la frente de Lucifer en el momento de su caída, y en la cual fue tallado el Graal." (127-A).

" Según los autores que han hablado de ello, el MERCURIO vulgar, limpiado de toda impureza y perfectamente exaltado, adquiriría una calidad ígnea que no posee y podría convertirse a su vez en DISOLVENTE” (127-B).

Este disolvente es, pues, “nuestro mercurio”, ese espíritu o fuego dentro de la materia, ese diablo o Lucifer (Portador de la Luz) que habita encadenado en las profundidades del averno. Es curioso que el cristianismo haya representado al infierno como un lugar en llamas, muy parecido al cavernoso taller del mítico Vulcano, dios griego que representa al transformador fuego interno. La insistencia de los adeptos, en atribuir a este disolvente una coloración verde, podemos interpretarla de varias formas. Primero, el verde es el color de la vegetación, de la jungla, de la selva; es pues, símbolo de crecimiento y fructificación, de la fuerza vegetativa de la vida. Segundo, el verde es señal de inmadurez, de juventud, del fruto aún no completado, de fuerza potencial, inacabada, aún en desarrollo. Tercero, es el color de las chispas que la electricidad estática desprende de los cuerpos, según hemos podido comprobar al acariciar a nuestro gato o al quitarnos en la oscuridad alguna prenda de lana.

Verde es el color de la Tabla de Hermes Trismegisto, en la cual se hallan inscritas las leyes de la naturaleza. Verde es la piedra preciosa o diadema (nuestra piedra filosofal) en la frente de Lucifer, el tercer ojo u ojo mental del serafín rebelde, en la cual fue tallado el Graal, receptáculo de la divina y crística sangre solar, tan caro a Arturo y sus caballeros:

" Este fuego secreto, o esta agua ardiente, es la chispa vital comunicada por el Creador a la materia inerte; es el espíritu encerrado en las cosas, el rayo ígneo, imperecedero, encerrado en el fondo de la sustancia oscura, informe y frígida (…) Es el agua a la que tantos nombres han dado los Filósofos, y es el disolvente universal, la vida y la salud de todas las cosas ( ...) Este fuego no es en realidad caliente, sino que es un espíritu ígneo introducido en un sujeto de la misma naturaleza de la piedra; y al ser medianamente excitado por el fuego exterior, la calcina, la disuelve, la sublima y la resuelve en agua seca” (128).

La “piedra” a la que hace mención el anterior pasaje es, como ya se supondrá, la piedra angular o cúbica, fundamento de la obra alquímica y jeroglífico occidental del chakra o centro raíz Muladhara, sede del poder ígneo serpentino en la cosmogonía tántrica. Como se recordará, la figura geométrica asociada a este chakra es el cuadrado o cubo. El sujeto de “la misma naturaleza de la piedra” es, pues, el poseedor y dueño de la misma. El "fuego exterior" que excita a este fuego interno y serpentino es, nada menos, que la respiración:

"(...) Dicen de Kundalini: Ella es quien mantiene a todos 1os seres del mundo por medio de la aspiración y la espiración” (129).

La importancia de la respiración también es tenida en cuenta en la meditación budista. A este respecto podemos leer en el libro de William Hart, La Vipassana, lo siguiente:

“La técnica más apta para explorar la realidad interior, la técnica que el Buda mismo practicó es la "anapana-sati”, atención a la respiración” (130).

El yoga taoísta nos enseña:

“El cuerpo humano es comparable a un árbol desarraigado y, para él, la respiración constituye su raíz y sus ramas” (131).

La expresión “su raíz y sus ramas” significa que es principio y fin, origen y meta, es decir, lo abarca todo. Expresión interesante, pues, en El Misterio De Las Catedrales, Fulcanelli escribe:

" La raíz de nuestros cuerpos está en el aire, dicen los sabios, y su cabeza, en tierra” (132).

Tal similitud de ideas no puede ser coincidencia, eso lo sabemos, por ello nos gustaría profundizar, algo más, en la alquimia china:

“Al practicar la alquimia, el practicante debe cerrar la boca y arquear la lengua hacia arriba. Cuando inhala el aire fresco (postnatal) ha de introducirse por las ventanas nasales y la garganta gradualmente hasta llegar a la cavidad inferior tan t'ien (bajo e1 ombligo) y, simultáneamente, hará ascender el punto de su concentración desde la cavidad mortal (en la raíz del pene) por la espina dorsal hasta alcanzar el ápice de la cabeza. Cuando exhala, el aire postnatal debe salir por la garganta y las fosas nasales; al mismo tiempo, se hará descender el punto de concentración desde lo alto de la cabeza a la parte media de las cejas (frente a la cavidad del espíritu), detrás de la lengua y por la garganta a la cavidad chiang kung (en el plexo solar) y al centro de vitalidad (bajo el ombligo) hasta llegar a la puerta de la mortalidad (en la raíz del pene), donde se detendrá. Esta circulación proseguirá indefinidamente hasta que las dos cavidades de la naturaleza esencial (en el corazón) y de la vida eterna (bajo el ombligo) vibren, anunciando la producción de la verdadera vitalidad (...) Si la rueda de la ley se detiene por sí misma y a esto sigue un estado de serenidad, se dejarán las cosas así, sin forzarla a girar” (133).

La rueda de la ley es la circulación del fuego interior u órbita microcósmica, según se conoce en la meditación taoísta. A este fuego circular o de rueda es al que hace referencia el poema alquímico que Fulcanelli nos presenta:

“Ve por este camino, no por otro, te advierto; observa solamente las huellas de mi rueda.

Y para dar a todo un calor igual, no subas ni desciendas al cielo y a la tierra.

Si demasiado subes, el cielo quemarás; si bajas demasiado, destruirás la tierra.

En cambio, si mantienes en medio tu carrera el avance es seguido y la ruta más segura” (134).

Este fuego circular es mantenido en movimiento por la concentración y voluntad del meditador. Cuando el ejercicio introspectivo es realizado a conciencia, se produce en forma totalmente espontánea su detención, sumiendo al practicante en un estado de profunda serenidad y abstracción. Este fenómeno es el que recibe el nombre de disolución. El tantrismo lo define así:

“El proceso yóguico es un movimiento de retorno a la Fuente, que es el reverso del movimiento creador allí existente (...) Como la sede de la Fuente es, en el cuerpo humano, el cerebro, en el que existe la máxima manifestación de la Conciencia, la sede de la Mente está entre las cejas y las sedes de la Materia en los cinco centros (chakras) desde la laringe hasta la base de la columna vertebral. Aquí se realiza el comienzo del movimiento de retorno y las diversas clases de Materia se DISUELVEN una en otra, y luego en la Mente, y la Mente en la Consciencia” (135).

Dentro de la cosmogonía tántrica la creación del universo procede desde el Espíritu (Conciencia o Energía Pura) hacia la Materia burda, es decir, el proceso creativo va desde lo más sutil a lo más denso. En el cuerpo humano el espíritu crea, primero, el centro o chakra Sahasrara, en la cúspide de la cabeza. Allí es donde reside la Conciencia en el ser humano. A medida que la vibración espiritual se va densificando, enlenteciendo, se formarán los chakras Ajña, sede de la Mente; Visuddha, sede de la función del elemento etérico; Anahata, sede de la función del elemento aire; Manipura, del elemento fuego; Svadhisthana, del elemento agua y Muladhara, de la tierra. Una vez que la Energía entra en el último y más burdo elemento, es decir, la materia sólida, no le queda nada más por hacer:

“Entonces cesa su actividad creadora y Ella reposa. Reposa en su postrera emanación, el principio “tierra”, se enrosca nuevamente y duerme. Ahora es Kundalí-Sakti, cuya morada en el cuerpo humano es el centro Tierra o Muladhara-Chakra” (136).

Muladhara chakra, la piedra fundamental, nuestro cubo hermético sobre el cual descansa la divina y virginal Isis:

" El centro estático del cuerpo humano es el Poder Serpentino central en el Muladhara (...) Este centro del poder es una forma burda de Conciencia, y al aparecer es un poder, que como la forma suprema de la fuerza, es una manifestación de ella (...) En el cuerpo humano el polo potencial de la energía (Muladhara), que es el poder supremo, es estimulado para que entre en acción, y con ello las fuerzas móviles sostenidas por aquella son conducidas hasta allí, y todo el dinamismo así engendrado se desplaza ascendentemente para unirse con la Conciencia quiescente en el Loto Supremo”(137).

Cuando Kundalini es despertada y se desplaza hacia arriba, recoge consigo y dentro de sí a todas las energías corporales y las une en el centro supremo. El proceso ascendente o evolutivo es la inversión del proceso creativo (del Espíritu hacia la Materia) y, por tanto, implica la disolución o destrucción de lo anteriormente creado. El principio consistirá, entonces, en que lo más burdo, o denso, se fundirá en lo más sutil: la tierra se disolverá en el agua, ambos se disolverán en el fuego, el fuego en el aire, éste, en el éter, el éter en la Mente y ésta, finalmente, en la Conciencia Pura:

“Kundalí es la representante corporal individual del Gran Poder Cósmico (Sakti) que crea y sostiene el universo. Cuando esta Sakti individual que se manifiesta como la conciencia individual (Jiva) se funde en la conciencia del Siva Supremo (espíritu puro), el mundo se disuelve para ese Jiva y se obtiene la Liberación” (138).

La tradición tántrica detalla que cuando Kundalini ha alcanzado el cerebro superior, o Conciencia Suprema (loto Sahasrara), todo el cuerpo queda frío y cadavérico, salvo la parte superior del cráneo, donde se siente algún calor, señal de que este es el lugar donde se unen los aspectos estático y dinámico de la Conciencia:

“A medida que Kundalini asciende, los miembros inferiores se tornan tan inertes y fríos como los de un cadáver; lo mismo ocurre con cada parte del cuerpo cuando ella la atravesó dejándola atrás. Esto se debe al hecho de que Ella, como el Poder que sostiene al cuerpo como una totalidad orgánica, está abandonando su centro. Por el contrario, la parte superior de la cabeza se torna "brillante", con lo cual no se significa ningún brillo externo, sino agudeza, calor y animación (...) El cuerpo parece muerto, indicando que su poder sustentador le abandonó (aunque no enteramente). El retorno descendente de la Sakti (kundalini) que así se mueve, queda en evidencia, por el otro lado, por la reaparición del calor, de la vitalidad y de la conciencia normal (...) La liberación solo se gana cuando la Kundalini asume su morada permanente en el Sahasrara, de modo que solo retorna por voluntad del Sadhaka (o meditador)” (138).

Este subir y descender de la Kundalini nos recuerda la Orbita Microcósmica, o Fuego Circular, de los alquimistas taoístas y las palabras de la Tabla Esmeralda, con las cuales se alude al mercurio tres veces sublime: “Él sube de la tierra al cielo y de nuevo desciende a la tierra y recibe la fuerza superior e inferior”. Fulcanelli lo expresa, a través del siguiente axioma:

“Si lo fijo sabes disolver,

lo disuelto volatilizar,

y lo volátil fijar luego en polvo,

tienes motivo de consolación” (139).

La meditación budista, desde su propia perspectiva, también nos explica la importancia de esta disolución:

" Para experimentar la verdad última de la liberación, es necesario trasponer previamente la realidad aparente y experimentar la disolución del cuerpo y la mente (...) Para alcanzar este estado de disolución (bhanga), lo único que el meditador necesita hacer es desarrollar conciencia y ecuanimidad” (140).

Conciencia y ecuanimidad ante el enjambre de sensaciones corporales y mentales que continuamente nos aguijonean y nos convierten en esclavos de aversiones y deseos irracionales, opacando así nuestra auténtica naturaleza espiritual. Quisiéramos hacer aquí un pequeño esbozo sobre el pensamiento budista primitivo, por hallarlo en muchos aspectos idéntico, en sus principios y concepciones, a las ideas herméticas sobre la mente y la materia. Leamos con atención algunas de las doctrinas provenientes de la tradición budista theravada, que el señor William Hart nos enseña en un lenguaje actualizado y más accesible a nuestras mentes occidentales:

“El cambio, las reacciones electromagnéticas y bioquímicas, se producen a cada instante en cada parte del cuerpo. Los procesos mentales cambian y se manifiestan, como cambios físicos a cada momento, con rapidez aun mayor. Esta es la realidad de la mente y de la materia: cambio e impermanencia (anicca). Las partículas subatómicas que componen el cuerpo surgen y desaparecen a cada instante. Tanto dentro de uno mismo, la estructura física y la mental, como en el mundo exterior, todo cambia a cada instante (...) Cada partícula del cuerpo, cada proceso de la mente está en un estado de constante flujo. No hay nada que dure más de un solo instante, ningún núcleo sólido al que aferrarse, nada que podamos llamar “yo” o “mío”. Este “yo” no es más que una concatenación de procesos que cambian sin cesar” (141).

Como ya lo habíamos señalado en páginas anteriores, este es un enfoque muy particular y acertado del principio hermético de vibración, el cual está siempre presente o insinuado dentro del pensamiento budista. Sin embargo, continuemos leyendo:

“(...) El cuerpo está compuesto de partículas subatómicas, kalapas, que surgen y desaparecen a cada instante con enorme rapidez. Al hacerlo, ponen de manifiesto en una variedad infinita de combinaciones las cualidades básicas de la materia, masa, cohesión, temperatura y movimiento, produciendo en nosotros toda la gama de sensaciones (...) Cualquier cosa que ocurra en la mente, tiene un efecto sobre el cuerpo y puede ser responsable del surgimiento de kalapas. De aquí que las partículas también puedan surgir a causa de una reacción mental que sucede en este preciso momento, o a causa de una reacción pasada que influye en el estado mental presente” (142).

"(...) Las sensaciones físicas están íntimamente relacionadas con la mente y ofrecen, como la respiración, un reflejo del estado mental actual. Cuando los objetos mentales, pensamientos, ideas, imaginaciones, emociones, recuerdos, esperanzas, temores, entran en contacto con la mente, surge una sensación. Cada pensamiento, cada emoción, cada acto mental va acompañado de la correspondiente sensación en el cuerpo. Por tanto, al observar las sensaciones físicas, también observamos la mente” (143).

Estos párrafos dejan absoluta constancia del concepto budista de unidad mente-cuerpo, tan caro a los hermetistas también, ya que le dieron el primer lugar dentro de sus Siete Principios: Todo es Mente, el universo es mental.

Como ya ha sido expuesto, 1os estados de conciencia generan, en la estructura somática de nuestro organismo, sustancias moleculares encargadas de producir reacciones químicas determinadas, cuyas funciones, aunque no son totalmente conocidas por la ciencia actual, influyen en el comportamiento general de nuestra individualidad. Valga esta observación para apoyar la tesis búdico-hermética sobre la unidad cuerpo-mente, mente-materia. Mas ya nos hemos alejado lo suficiente de nuestro tema principal: la disolución.

Si el yoga tántrico la define como el recogimiento de las energías corporales en el centro superior del cerebro, cuya manifestación es una pérdida gradual de la conciencia exterior habitual y un aumento de la Conciencia de lo Absoluto, entonces, ¿cómo la percibe el meditador budista que observa la realidad concreta de sus sensaciones corporales y mentales? Veamos:

“Cualquiera que sea el punto en el que fijemos la atención dentro de la estructura física, solo somos conscientes de un surgir y desaparecer. Cuando quiera que aparezca un pensamiento en la mente, somos conscientes de las sensaciones físicas que lo acompañan, surgiendo y desapareciendo. Se DISUELVE la solidez aparente del cuerpo y de la mente, y experimentamos la realidad última de la materia, la mente y las formaciones mentales: solo hay vibraciones, oscilaciones, que surgen y desaparecen con gran rapidez” (144).

El estado de conciencia habitual se pierde y se penetra en uno en el cual la solidez corporal se desvanece. Por ello el tantrismo explica:

“Cuando Kundalini duerme, el hombre está despierto para este mundo. Cuando ella despierta, el hombre está dormido, es decir, pierde toda consciencia del mundo y entra en su CUERPO CAUSAL” (145).

Dentro del kundalini-yoga se otorga al ser humano tres cuerpos de manifestación, a saber: el cuerpo causal (karanasaríra o parasaríra), el cuerpo sutil (suksmasaríra) y el cuerpo burdo o físico (sthulasaríra). Estos tres cuerpos son templos del Espíritu y permiten su manifestación en diferentes planos o niveles. Estos tres vehículos corporales deben ser relacionados a los conceptos taoístas de shen, ch'i y ching, y, en la alquimia occidental, a los tres colores de la Obra: rojo, blanco y negro. El cuerpo causal permite la manifestación del espíritu en el plano mental; el cuerpo sutil, en el nivel de la energía y la vitalidad y, el burdo, en el mundo de la materia grosera.

La apariencia cadavérica del cuerpo, durante el proceso de disolución, también es descripta por la alquimia china:

“La cesación de la respiración denota aquella condición de serenidad en que el practicante queda inconsciente, su respiración casi cesa y su pulso apenas late. Esto se llama congelar el espíritu” (146).

Disolver el cuerpo y congelar el espíritu: solve et coagula. Lo que el alquimista y monje, Roger Bacon, llamó la solución de la obra:

" Es necesario que el cuerpo se haga espíritu y que el espíritu se haga cuerpo” (147).

En alquimia, la Obra entera no implica sino una serie de diversas soluciones y es solo a través de la disolución filosófica que se realiza la purificación absoluta del cuerpo:

" (...) El objeto de la disolución filosófica es la obtención del azufre que, en el Magisterio, desempeña el papel de formador al coagular el mercurio que le está unido, propiedad que posee por su naturaleza ardiente, ígnea y desecante (...) El azufre, conservando las cualidades específicas del cuerpo disuelto, no es, en realidad, más que la porción más pura y más sutil de ese mismo cuerpo” (148).

A cada disolución, el cuerpo se fragmenta, se disgrega poco a poco, abandonando gran cantidad de impurezas. Cuanto más numerosas son la reiteraciones, más se disocia el cuerpo y más pura es la quintaesencia que proviene de él, aumentada en fuerza y actividad:

" Desde el momento en que el investigador está en posesión del disolvente, único factor susceptible de actuar sobre los cuerpos, de destruirlos y de extraer su semilla, no tendrá más que buscar el sujeto metálico que le parezca más apropiado para cumplir su designio. Así el metal, triturado y "hecho pedazos” le entregará ese grano fijo y puro, espíritu que lleva en sí, gema brillante de magnífico color, primera manifestación de la piedra de los sabios, Febo naciente y padre efectivo del gran elixir” (149).

E1 simbolismo del párrafo anterior no debe prestar ya lugar a equívocos. Las explicaciones que hemos ofrecido son lo suficientemente claras para permitir al lector interpretar las metáforas de los textos alquímicos. A partir de ahora, también, nos será más fácil develar las imágenes que, los antiguos adeptos medievales de occidente, utilizaron para mantener su ciencia secreta.

Se comprenderá, entonces, el significado de la "muerte" dentro del proceso alquímico y su insistencia en los dichos e imágenes de los filósofos. Los cráneos descarnados, las tumbas, las tibias cruzadas, el degollamiento de inocentes, Saturno engullendo a sus hijos, Cristo crucificado, el león devorando al águila o la macabra imagen de una enorme serpiente tragando a una mujer en su lecho; todas ellas son metáforas de la Muerte o Disolución, primer y último secreto de la Obra:

“(...) La disolución, llamada muerte por los viejos autores, se afirma como la primera y más importante de las operaciones de la Obra, la que el artista debe esforzarse en realizar antes que cualquier otra. Quien descubra el artificio de la verdadera disolución y vea consumarse la putrefacción consecutiva tendrá en su poder el mayor secreto del mundo” (150).

Debido a la Disolución nuestro mercurio (o disolvente) es reconocido, entre todos los filósofos, como peregrino o viajero del gran arte:

" (...) Basilio Valentín da a éste el sobrenombre de peregrino o viajero, porque debe, nos dice, atravesar seis ciudades celestes antes de fijar su residencia en la séptima” (151).

Estas seis ciudades que el mercurio debe atravesar, son los chakras o centros de conciencia a lo largo de la columna. Este es el Camino de Santiago, peregrinaje que todos los alquimistas están obligados a emprender. Al mismo proceso se hace referencia cuando se habla de la apertura del Libro de Siete Sellos:

" Este libro, aunque sea muy corriente, aunque todo el mundo puede adquirirlo con facilidad, no puede, sin embargo, ser abierto, es decir, comprendido, sin revelación previa (...) Es el libro del Apocalipsis, de páginas cerradas con siete sellos, el libro iniciático que nos presentan los personajes encargados de exponer las elevadas verdades de la ciencia” (152).

“En ocasiones, cuando este libro se representa cerrado, lo cual indica la sustancia mineral en bruto, no es extraño verle cerrado con siete cintas; son las marcas de las SIETE OPERACIONES sucesivas que permiten abrirlo, al romper cada una de ellas uno de los sellos que lo mantienen cerrado. Tal es el Gran Libro de la Naturaleza, que encierra en sus páginas la revelación de las ciencias profanas y la de los misterios sagrados” (153).

" (...) Los filósofos dieron el nombre de León Verde a la vasija utilizada para la cocción (...) En la Obra, solo hay este León Verde que cierra y abre los SIETE SELLOS indisolubles de los siete espíritus metálicos, y que atormenta a los cuerpos hasta perfeccionarlos enteramente, por medio de la prolongada y firme paciencia del artista” (153).

El mercurio es la Mente en su aspecto burdo, como Kundalini, y está asociado a los fluidos esenciales orgánicos, especialmente al semen, la sangre y el líquido cerebro-espinal. Por ello su ascenso es considerado como una sublimación de estos elementos vitales:

" Hacer volar el águila significa, según la expresión hermética, hacer salir la luz de la tumba y llevarla a la superficie, que es lo propio de toda sublimación verdadera (...) Mas, para perfeccionar nuestra Obra, se necesitan al menos siete águilas, e incluso deberían emplearse hasta nueve” (154).

“(...) La cualidad del espíritu, siendo aérea y volátil, le obliga siempre a elevarse, y que su naturaleza lo hace brillar a partir del momento en que se encuentra separado de la opacidad grosera y corporal que lo arropa (...) Igualmente, vemos en la Obra la necesidad de hacer manifiesto ese FUEGO INTERNO, esa LUZ o esa alma, invisible bajo la dura corteza de la materia grave. La operación que sirvió a los viejos filósofos para realizar este designio fue llamada por ellos sublimación (...) Esta SEPARACION o SUBLIMACION del cuerpo y manifestación del espíritu debe hacerse progresivamente y es preciso reiterarla tantas veces como se juzgue oportuno. Cada una de esas reiteraciones toma el nombre de águila, y Filaleteo nos afirma que la quinta águila resuelve la Luna, pero que es necesario trabajar de siete a nueve para alcanzar el esplendor característico del Sol” (155).

La quinta águila correspondería al ascenso de la Kundalini hasta el chakra Visuddha, quinto centro de conciencia y sede de la mente-materia en su estado etérico, en donde se manifiesta, a la visión interna del practicante, la energía vital como una chispa de luz blanca radiante. Esta sería la estrella de los alquimistas o la manifestación de la albificación en el proceso de la Gran Obra. Se mencionan siete o nueve águilas, o sublimaciones, porque dentro del esquema tántrico existen dos chakras adicionales, o auxiliares, entre Ajña y Sahasrara. Estos son el Manas-chakra, de seis pétalos, cuya función principal es el manejo de la atención, y el Soma-chakra, de dieciséis lóbulos, sede de los sentimientos altruistas y del control volitivo. Con ellos se eleva el número de centros de conciencia a nueve, en lugar de los siete tradicionalmente conocidos. Esa sería la razón para la representación artística de la ciencia alquímica como una mujer sosteniendo una escalera de nueve peldaños, que aparece en el pilar central de la iglesia de Notre-Dame de París:

“(...) La alquimia representada por una mujer cuya frente toca las nubes. Sentada en un trono, lleva un cetro, símbolo de soberanía, en la mano izquierda, mientras sostiene dos libros con la derecha, uno cerrado y el otro abierto. Entre sus rodillas y apoyada sobre el pecho, yérguese la escala de nueve peldaños, scala philosophorum, jeroglífico de la PACIENCIA que deben tener sus fieles en el curso de las nueve operaciones sucesivas de la labor hermética” (156).

La paciencia (pax scientia = paz ciencia) o ciencia de la paz, espíritu que debe animar toda la Obra, pues el proceso alquímico como todo proceso natural no avanza a saltos, bruscamente, sino que tiene que ser acabado suave y paulatinamente, pacíficamente, paso a paso y sin omitir ninguna de las etapas requeridas. El paso de la Kundalini, a través de los siete chakras, también es el tema que encierra el tallado de la piedra cúbica:

" (...) Esta piedra cúbica que la industriosa Naturaleza engendra solo del agua, materia universal del peripatetismo, y de la que el arte debe tallar las seis caras según las reglas de la geometría oculta” (157).

El Agua, sería nuestro mercurio, y cada una de las seis caras del cubo equivaldría a uno de los chakras. El cubo mismo representaría al chakra raíz, Muladhara, del cual es su jeroglífico. Simbolismo similar guarda la imagen del dado, utensilio lúdico del cual se sirvieron los soldados romanos para sortearse las prendas del Cristo, y del cual poseemos su esotérico significado claramente expuesto en Las Moradas Filosofales:

“Su figura, la del cubo, designa la piedra cúbica o tallada, nuestra piedra filosofal y la piedra angular de la Iglesia. Pero, para estar regularmente erigida, esta piedra requiere tres repeticiones sucesivas de una misma serie de siete operaciones, lo que totaliza veintiuna. Este número corresponde con exactitud a la suma de los puntos marcados en las seis caras del dado, pues adicionando los seis primeros números se obtiene veintiuno (...) Basta, pues, analógicamente, con lanzar tres veces el dado sobre la mesa, lo que equivale en la práctica a REDISOLVER TRES VECES LA PIEDRA, para obtenerla con todas sus cualidades” (158).

La suma de las caras opuestas de un dado, también suman siete: 1+6, 2+5, 3+4; y por formar tres grupos claramente definidos, reafirman la idea ya expuesta de tres repeticiones de una operación de siete etapas o niveles. Estas tres repeticiones equivalen a tres ascensos y descensos de la Kundalini a través del tronco vertebral, o bien, a tres disoluciones de la unidad mente-cuerpo y que son percibidas como un flujo interminable de sensaciones vibratorias siempre cambiantes y en movimiento, carentes de solidez. La alquimia taoísta identifica éstas tres repeticiones, sublimaciones o disoluciones, con tres fases de serenidad que se manifiestan en el siguiente orden: primera disolución, vacío o ausencia de pensamientos (nien chu); segunda disolución, cese de la respiración (hsi chu); y tercera disolución, desaparición del pulso y latidos cardíacos (mo chu):

“El gran Tao consiste en SUBLIMAR la fuerza generativa (ching) en vitalidad (ch'i), cuya plenitud nutrirá y desarrollará la semilla inmortal, y la luz de ésta revela la verdadera fuerza generativa positiva. Esto es el cultivo de la naturaleza esencial y la vida eterna, cuyo objeto es realizar el desarrollo completo de la vitalidad positiva” (159).

" La fuerza generativa pasa a vitalidad si el cuerpo está inmóvil; la vitalidad se transmuta en espíritu si el corazón está apaciguado; y el espíritu retorna a la nada si el pensamiento es inmutable (...) Si cuerpo, corazón y pensamiento están inmóviles las tres familias (es decir, cuerpo, corazón y pensamiento) contribuyen a crear el feto inmortal” (160-A).

La expresión el espíritu retorna a la nada, hace referencia a un estado de conciencia de Unidad Indiferenciada, estado el cual, por ser excepcional, resulta imposible de describir satisfactoriamente en nuestro lenguaje habitual, por basarse éste en un estado de conciencia incapaz de trascender la norma. No existen términos o conceptos para describir lo desconocido, especialmente si es experimentado por primera vez. Por ello los filósofos y adeptos recurrían y recurren a la alegoría, la paradoja y la metáfora. En occidente, los alquimistas encubrieron el proceso de la sublimación utilizando el simbolismo de los Siete Días de la Creación, los Siete Metales o Planetas, los Siete Dioses del Olimpo o los Siete Colores de la Obra, de los cuales destacaron tres: negro, blanco y rojo. Estos tres colores no solo señalan tres grados de cocción y sublimación (disolución), sino que indican la apertura de tres grandes "nudos" o puertas a través del cordón espinal: el Rudra-Granthi, entre el chakra Svadisthana y el Manipura; el Visnu-Granthi, entre Anahata y Visuddha; y el Brahma-Granthi, entre Ajña y Sahasrara. Estos nudos son pasos de difícil acceso en el flujo ascendente de la Kundalini. En la apertura del primero el cuerpo pierde su aparente solidez y se detiene el flujo del pensamiento discursivo. Al abrirse el segundo, la conciencia experimenta la aparición de una "luz lunar" o blanca y la respiración parece detenerse. La apertura del tercer nudo es acompañado del cese aparente de todas las funciones vitales, no hay latidos cardíacos, el cuerpo permanece frío y rígido como un cadáver y, ante el ojo de la conciencia, la luz blanca se torna rojiza.

Sin embargo, la disolución debe ser acompañada de una nueva coagulación o vuelta de la Kundalini al Muladhara, para luego, repetir el ciclo, al menos, dos veces más. Proceso que es conocido como multiplicación por los alquimistas y cuyo objetivo es madurar el fruto filosófico, dándole así mayor poder y energía. Fulcanelli lo explica así:

"Cada vez que la piedra, fija y perfecta, es afectada por el mercurio a fin de disolverse en él, de nutrirse con él de nuevo y de aumentar en él no solo en peso y volumen, sino también en energía, vuelve a su estado, a su color y a su aspecto primitivos mediante la cocción” (160-B).

Los alquimistas taoístas teorizan así el proceso:

“Cuando la fuerza generativa se eleva para unirse con la naturaleza esencial, la blanca luz de la vitalidad se manifiesta; es como la luz lunar, y su plenitud equivale a la mitad de un todo. Cuando la vitalidad desciende para unirse con la vida eterna, la luz dorada se manifiesta; es amarillenta rojiza, y su plenitud equivale a la otra mitad. La unión de ambas luces formará, el todo que es la semilla inmortal. Una vez que la “joya espiritual” ha regresado a su origen (en el abdomen inferior), una concentración intensa sobre él hará que, al cabo de algún tiempo, aparezca una luz dorada en la luz blanca situada entre los ojos. Este es el embrión de la semilla inmortal, producido por la fusión de fuerza generativa (ching), vitalidad (ch'i) y espíritu (shen) en un todo” (161).

Debido a que estos fenómenos mentales, que afectan a la unidad psicosomática, se desarrollan bajo estados de conciencia alterados (o alternos), los experimentadores intelectualizan su vivencia según las circunstancias particulares de cultura, raza, civilización, historia, tecnología, etc. Ello explica las diferencias superficiales existentes en sus interpretaciones y mantiene intactas las ideas centrales o arquetípicas de la Gran Obra. Esta observación es válida para aquellos amantes de la exactitud momificante, de 1a letra muerta y no de su espíritu vivo, que se dedican a criticar la alquimia por sus inexactitudes o lógica inconsistente y de apariencia contradictoria.

Con respecto a los colores de la Obra, Fulcanelli nos explica:

“Estos colores, en número de tres, siguen un orden invariable que va del negro al rojo pasando por el blanco. Pero, como la Naturaleza, según el adagio, Natura non facit saltus, no actúa nunca brutalmente, existen muchos otros colores intermedios que aparecen entre los tres principales (...) El color negro fue atribuido a Saturno, el cual se convirtió en espagiria, en jeroglífico del plomo (...) Es el color simbólico de las Tinieblas y de las Sombras cimerias, el de Satán, a quien se ofrecían rosas negras, y también el del Caos primitivo, donde las semillas de todas las cosas se mezclan y confunden; es el sable de la ciencia heráldica y el emblema del elemento tierra, de la noche y de la muerte” (162).

La imagen del cuervo es la efigie zoomorfa del color negro. Según Le Breton:

“Hay cuatro putrefacciones en la Obra filosófica. La primera, en la primera separación; la segunda, en la primera conjunción; la tercera, en la segunda conjunción, que se produce entre el agua pesada y su sal; por último, la cuarta, en la fijación del azufre. En cada una de estas putrefacciones se produce negrura” (162).

Quien no ve esa negrura al comienzo de sus operaciones, aunque vea otro color cualquiera, falta por entero al Magisterio. El mercurio filosófico empieza con el negro, signo de su mortificación. Tal es su primera tintura y la indicación favorable de la técnica, la señal precursora del éxito que consagra la maestría del artesano. No trabaja bien quien no produce la putrefacción (disolución) pues:

“(...) Si no hay putrefacción, no se corrompe, ni se engendra y, por consecuencia, la piedra no puede alcanzar vida vegetativa para crecer y multiplicarse” (163).

El color negro, de la disolución, dará paso al blanco, jeroglífico lunar y señal de la coagulación del espíritu:

“La luz tiene por signo el color blanco. Al llegar a este grado, aseguran los sabios que su materia se ha desprendido de toda impureza y ha quedado perfectamente lavada y exactamente purificada (...) El color blanco es el de los Iniciados, porque el hombre que abandona las tinieblas para seguir la luz pasa del estado profano al de Iniciado, al de puro. Queda espiritualmente renovado” (164-A).

Dentro del esoterismo oriental este grado o color representa al Iluminado, al Buda, al “conquistador de sí mismo”, aquel que “ha cruzado a la otra orilla”, títulos que señalan su trascendencia de la vida mundana. A este régimen o color corresponden las palabras del alquimista:

" En el firmamento nocturno, silencioso y profundo, brilla una sola estrella, astro inmenso y resplandeciente compuesto por todas las estrellas celestes, vuestra guía luminosa y la antorcha de la universal Sabiduría” (164-A).

Con respecto al rojo, color del fruto maduro, de la sangre y del astro solar, Fulcanelli declara:

" En cuanto al rojo, símbolo del fuego, señala la exaltación, el predominio del espíritu sobre la materia, la soberanía, el poder y el apostolado” (164-B).

El rojo representa entonces el apostolado, es decir, al Iluminado actuando en el mundo. Expresado, en el lenguaje metafórico del budismo, simboliza el momento en que Gautama puso en movimiento la rueda del Dharma.

Si bien negro, blanco y rojo, denotan fases del proceso alquímico en las cuales el espíritu muestra un definido grado de coagulación, las etapas del Camino Solar generalmente se dividen en siete:

“Estas fases, diversamente coloreadas, llevan el nombre de regímenes o reinos. De ordinario se cuentan siete. A cada régimen, los filósofos han atribuido una de las divinidades superiores del Olimpo y también uno de los planetas celestes cuya influencia se ejerce de manera paralela a la suya, en el tiempo mismo de su dominio (...) Al reino de Mercurio (Hermes, base, fundamento), primer estadio de la Obra, sucede el de Saturno (Kronos, el anciano, el loco). A continuación gobierna Júpiter (Zeus, unión, matrimonio) y, luego, Diana (Artemisa, entero, completo) o la Luna, cuya vestidura brillante tan pronto está tejida con cabellos blancos como hecha de cristales de nieve. Venus (Afrodita,
belleza, gracia), inclinada al verde, hereda el trono, pero pronto la arroja Marte (Ares, adaptado, fijo), y este príncipe belicoso de atavío teñido en sangre coagulada es a su vez, derrotado por Apolo (Apollon, el triunfador), el Sol del Magisterio, emperador vestido de brillante escarlata, que establece definitivamente su soberanía y su poder sobre las ruinas de sus predecesores” (165).

El párrafo precedente ya había sido reproducido, parcialmente, en un comentario anterior. No pudimos evitar su repetición por la importancia asociativa que revisten sus símbolos y de la cual, junto con todo lo revelado hasta ahora por nuestro trabajo, hemos extraído y derivado las siguientes relaciones:

Dioses del Olimpo

Etapa de la Gran Obra

Color de la Materia

Días de la Creación

Chacra o

Loto

Apolo

Triunfo

Púrpura

Domingo

Sahasrara

Ares

Fijeza

Rojo

Lunes

Ajña

Afrodita

Gracia

Verde

Martes

Visuddha

Artemisa

Entereza

Blanco

Miércoles

Anahata

Zeus

Unión

Gris

Jueves

Manipura

Kronos

Caos

Negro

Viernes

Svadhisthana

Hermes

Fundamento

?

Sábado

Muladhara

Chakra

Loto

Sefirot Cabalístico

Hexagrama

del Yi Ching

Runa

Nórdica

Metal Espagírico

Sahasrara

Kether

Oro

Ajña

Chokmah Binah

Hierro

Visuddha

Chesed Gueburah

Cobre

Anahata

Tiphareth

Plata

Manipura

Netzach Hod

Estaño

Svadhisthana

Yesod

Plomo

Muladhara

Malkuth

Mercurio

Cada columna, de las tablas anteriores, es un sistema independiente de las columnas vecinas y debe entenderse como un esquema jerárquico vertical, cuya única función es señalar el ascenso o sublimación de las energías. A través de ellas podremos comprender algunos de los modelos alquímicos manejados por los adeptos y ver que, cuando utilizaban un sistema filosófico determinado, no siempre lo hacían según las reglas o principios de otro sistema paralelo, hábito que siempre ha provocado confusión entre los estudiosos. Eso explica por qué algunos adeptos decían que su materia primordial era el Mercurio, mientras que otros afirmaban que era el Plomo o Saturno. Para los primeros su orden se basaba en el esquema, por ejemplo, de los dioses olímpicos, mientras que los segundos lo hacían en el modelo de los días de la Creación (sábado = saturno = plomo). Otros se referían a "su tierra", pues su sistema jeroglífico tenía como apoyo teórico al árbol cabalístico de la vida (malkuth = tierra). Sin embargo, los tres términos hacían referencia al mismo nivel, centro o estado de la sustancia. Por ello es que, muchas veces, cuando se hablaba del color de un régimen determinado, no se hacía referencia a la coloración del compuesto, sino a una determinada etapa o constitución de la materia, como caos, unidad o fijeza. En resumen, cada alquimista utiliza la simbología existente a su alcance y la manipula dentro de sus propios parámetros. Sin embargo, sus conceptos, aunque no tienen que guardar correspondencia alguna con otras obras o escritos alquímicos, si son perfectamente consecuentes y lógicos dentro de sus propios sistemas teóricos.

La disolución también nos permite el análisis desde un enfoque totalmente diferente, esta vez como resultado de la acción del Fuego Secreto, otro nombre aplicado al disolvente universal. Escuchemos a Fulcanelli:

“Mientras dure el fuego la vida irradiará en el universo. Los cuerpos, sometidos a las leyes de evolución de las que aquél es agente esencial, cumplirán los diferentes ciclos de sus metamorfosis, hasta su transformación final en espíritu, luz o fuego. Mientras dure el fuego, la materia no cesará de proseguir su penoso ascenso hacia la pureza integral, pasando de la forma compacta y sólida (tierra) a la forma líquida (agua), y, luego, del estado gaseoso (aire) al radiante (fuego)... El fuego nos envuelve y nos baña por todas partes. Viene a nosotros por el aire, por el agua y por la misma tierra, que son sus conservadores y sus diversos vehículos. Lo encontramos en todo cuanto nos es próximo y lo sentimos actuar en nosotros a lo largo de la entera duración de nuestra existencia terrestre. Nuestro nacimiento es el resultado de su encarnación; nuestra vida, el efecto de su dinamismo; y nuestra muerte, la consecuencia de su desaparición” (166).

Esta vital importancia que el alquimista atribuye al ígneo elemento, también fue reconocida en la India antigua en la imagen de Agni, dios védico del fuego, cuyo símbolo, la esvástica o cruz gamada, era el signo de la vida, del espíritu divino, inmortal y puro. Es este fuego secreto escondido tras el jeroglífico de la Salamandra, reptil fabuloso que vive y se nutre de las llamas, al que los adeptos aluden cuando hablan de sus lavados y purificaciones:

" Aprended, vosotros que ya sabéis, que todos nuestros lavados son ígneos, que todas nuestras purificaciones se hacen en el fuego, por el fuego y con el fuego” (167).

Este es el fuego que el yogui hace ascender a lo largo de su columna vertebral; este es el fuego que el meditador taoísta hace circular en la órbita microcósmica de su cuerpo y que el atento practicante budista siente arder en cada una de las sensaciones que vibran en su mente y cuerpo. Este es el fuego de rueda, utilizado por nuestros alquimistas medievales y al que se refieren cuando dicen:

“Nuestra cocción es lineal, es decir, igual, constante, regular y uniforme de un extremo al otro de la Obra. Casi todos los filósofos han tomado como ejemplo del fuego de cocción o maduración la incubación del huevo de gallina, no con vistas a la temperatura que se debe adoptar, sino a la uniformidad y a la permanencia” (168).

Esta cocción lineal o fuego circular (pues el círculo está formado por una sola línea) es un estado de CONCIENCIA ALERTA: atento a sí mismo, cuya principal clave radica en el flujo respiratorio. Por ello es que Fulcanelli exclama:

“Si la técnica reclama cierto tiempo y demanda algún esfuerzo, como contrapartida es de una extremada simplicidad. Cualquier profano que sepa MANTENER EL FUEGO la ejecutará tan bien como un alquimista experto. No requiere pericia especial ni habilidad profesional, sino solo el conocimiento de un curioso artificio que constituye ese secretum secretorum que no ha sido revelado y, probablemente, no lo será jamás” (169).

Pues el secreto ha sido revelado, y confiamos con ello ahorrar tiempo y aumentar las posibilidades de éxito de los verdaderos discípulos de Hermes. Mantener la CONCIENCIA DEL FLUJO RESPIRATORIO (anapanasati) es, según la expresión de Fulcanelli, mantener el fuego, pues eleva nuestro nivel de concentración y enfoca nuestro espíritu, en nosotros mismos, como el lente de una lupa lo hace con la luz solar. Sin embargo, aquellos que piensen que sabiendo este secreto han alcanzado el logro final, que no sueñen. Es cierto, han abierto la puerta, pero aún, ni siquiera, han cruzado el umbral. Éste se cruza al momento de realizar, en la práctica, la primera disolución, la más difícil de todas. Mas esta disolución no podrá hacerse factible hasta que el alquimista coagule su espíritu en su cuerpo y, esta coagulación, se consigue a través del uso de la respiración en forma continua e interrumpida como vehículo de la autoconciencia.

El aire que entra y sale de nuestros pulmones, a semejanza de un fuelle, despierta el fuego secreto, el fuego interno, el fuego oculto en la materia del cuerpo, el cual es el artesano ígneo o Vulcano, dios transformador del Olimpo, y al cual se refiere Hermes en su Tabla Esmeralda cuando dice "el viento lo ha llevado en su vientre, la tierra es su nodriza y receptáculo". El viento o aire son epítetos aplicados al agua viva, nos asegura Fulcanelli, es el mercurio en su aspecto aéreo y volátil. A él alude el himno de San Ambrosio, en una de sus partes:

" No de la semilla de un hombre, sino de un SOPLO MISTERIOSO el Verbo de Dios se ha hecho carne, y fruto de las entrañas ha florecido” (170).

La doctrina taoísta ve en el aire el vehículo del ch'i, vitalidad básica del organismo humano y agente primordial del buen funcionamiento corporal y psíquico. Toda la medicina tradicional china se basa en la armonía, o equilibrio, de esta energía y en su acumulación a través de ejercicios físicos, mentales y respiratorios. La meditación alquímica nos explica:

“El viento y el fuego se utilizan para impulsar la vitalidad por los canales psíquicos de control (tu mo, en la espina dorsal) y de función (jen mo, en la cara frontal del cuerpo). Al iniciar el ejercicio, se suceden inhalaciones y exhalaciones para atajar las perturbaciones externas, de manera que espíritu y vitalidad puedan unirse” (171).

“Mientras se camina, se está quieto, levantado o sentado, realizando las tareas cotidianas de nuestro trabajo, es perfectamente factible hacer girar la rueda de la ley, cuyo propósito consiste en la sublimación de la vitalidad prenatal para promover la vida eterna. Esta vitalidad prenatal debe actuar al unísono con el soplo vital postnatal (respiración), en un proceso ininterrumpido; esto es la rueda automática de la ley” (172).

Esta concentración en el flujo respiratorio, o fuego circular, mientras uno realiza sus actividades diarias ha recibido el nombre de meditación en la acción, como contrapartida a la meditación sedente que se realiza sentado en total quietud. Algunos pensarán que la práctica meditativa está totalmente alejada de la labor del alquimista occidental, sin embargo:

" La meditación, el estudio y, sobre todo, una fe viva, inquebrantable, atraerán por fin la bendición del cielo sobre sus trabajos” (173-A).

Así enseña Fulcanelli, refiriéndose a los esfuerzos del estudioso, y no creemos que el insigne adepto desconociera las raíces etimológicas de la palabra “meditar” que, proveniente del latín (medi estare), significa “estar en el medio”, “estar o permanecer en el centro”, y no cavilar o reflexionar, como al vulgo gusta usar este término. Meditar, pues, significa estar centrado, en perfecto equilibrio, en un estado de conciencia unificado, ecuánime y sereno, lejos de todo extremismo emocional:

“La PERMANENCIA EN EL CENTRO para realizar la unidad de cielo y tierra se consigue solo uniendo el sol y la luna. El sol representa el corazón (la casa del fuego) y la luna la cavidad tan t'ien inferior bajo el ombligo (la casa del agua), respectivamente simbolizados por el tigre y el dragón” (173-B).

Y ello explica la insistencia del alquimista francés para un aislamiento voluntario:

" La reclusión voluntaria y la renuncia al mundo son indispensables si se desea obtener, con los conocimientos prácticos, las nociones de esta ciencia simbólica, más secreta aún, que los recubre y los oculta al vulgo” (174).

Un ambiente tranquilo y alejado del bullicio mundano favorece la introspección, el silencio interior y nos abre a estados de conciencia sutil y natural, en los cuales estamos más expuestos a recibir las influencias espirituales:

“Para los alquimistas, los espíritus son influencias reales, aunque físicamente casi inmateriales o imponderables. Actúan de una manera misteriosa, inexplicable, incognocible, pero eficaz, sobre las sustancias sometidas a su acción y preparadas para recibirlos” (175).

Imponderable, inasible y siempre en movimiento, el fuego posee todas las cualidades que reconocemos en los espíritus. Sin embargo, también es material, pues experimentamos su brillo y calor. Es el agente ígneo, principio espiritual y base de la energética, bajo cuya influencia se operan todas las transformaciones materiales. Por ello el axioma filosófico:

" Los cuerpos no tienen acción sobre los cuerpos, tan solo los espíritus son activos y actuantes” (176).

Pero la verdadera importancia, o secreto, que esconde el fuego del espíritu, es su acción purificadora cuando es concentrado y despertado en el cuerpo del alquimista:

“Pero lo que sobre todo debemos tener en cuenta, otorgándole la prioridad en la ciencia que nos interesa, es la elevada virtud purificadora que posee el fuego. Principio puro por excelencia y manifestación física de la pureza misma, señala así su origen espiritual y descubre su filiación divina” (177).

Despertado este espíritu ígneo que vive en la materia, se nutre de la materia y purifica a la materia, el alquimista, suavemente y con gran cuidado y paciencia irá dando forma o conciencia a un cuerpo más sutil, más etéreo, a través del cual podrá proyectar esta conciencia más allá del tiempo y el espacio, sin enfermedad, vejez, ni muerte. Este sería la Piedra Filosofal de los alquimistas, el Absoluto de los filósofos, el Santo Graal de los guerreros, el rojizo Vajrarupa de los tántricos, el Dharmakaya de los budistas, el Shen Hsien o cuerpo inmortal de los taoístas. Para aquellos que encuentran osadas estas afirmaciones, expondremos algunos oscuros comentarios de Las Moradas Filosofales, en donde se insinúa la creación de un doble corporal:

" En el centro del compuesto, el espíritu encerrado, vivo, inmortal y siempre presto a manifestar su acción, no aguarda más que la descomposición del cuerpo y la dislocación de sus partes para trabajar en la depuración y, después, en la refección de la sustancia modificada y clarificada con la ayuda del fuego (...) No solo la muerte le asegura el beneficio físico de una ENVOLTURA CORPORAL mucho más noble que la primera, sino que, por añadidura, le procura una energía vital que no poseía, y la facultad generadora de la que una mala constitución la había privado hasta entonces” (178).

Recordemos que muerte y descomposición son sinónimos de disolución, o sublimación, en nuestro arte y que el concepto, envoltura corporal, se refiere a toda forma que sirve de vehículo a la conciencia; concepto similar al de los cristianos gnósticos, quienes afirmaban que la resurrección de Cristo se había realizado en un cuerpo glorioso. Y es bajo esta asociación de ideas que Fulcanelli se refiere a la Obra alquímica:

“Jesús, Redentor de los hombres, tuvo que sufrir la Pasión en su carne antes de transfigurarse en espíritu. Pues bien, nuestros dos principios, uno de los cuales lleva la cruz y el otro la lanza que le atravesará el costado, son una imagen, un reflejo de la Pasión de Cristo. Al igual que él, si deben resucitar en un CUERPO NUEVO, CLARO, GLORIOSO Y ESPIRITUALIZADO, les es preciso ascender juntos su calvario, soportar los tormentos del fuego y morir de lenta agonía al final de un duro combate” (179).

Y en otra parte de su libro agrega con mayor claridad:

" (...) El espíritu, pronto a desprenderse en cuanto se le suministran los medios para ello, no puede, sin embargo, abandonar por completo el cuerpo, pero SE HACE UNA VESTIDURA MAS PROXIMA A SU NATURALEZA y más flexible a su voluntad con las partículas limpias y mondas que puede recoger a su alrededor, a fin de servirse de ellos como VEHICULO NUEVO” (180).

Este vehículo nuevo, de partículas más sutiles que el cuerpo burdo, era al que los antiguos egipcios denominaban Ka o Doble y al que hace referencia la siguiente metáfora alquímica del mito griego de Narciso:

“(...) Narciso, metal transformado en flor o azufre (pues el azufre, según dicen los filósofos, es la flor de todos los metales) espera volver a hallar la existencia gracias a la virtud particular de las aguas que han provocado su muerte. Si no puede extraer su imagen de la onda que la aprisiona, al menos aquella le permitirá materializarla en un DOBLE en el que hallará conservadas sus características esenciales” (181).

El Azufre (Conciencia), la parte más pura y sutil del Mercurio (Mente), se forja un cuerpo o vehículo que le permita manifestarse en forma más apropiada a su naturaleza. La alquimia china lo expresa así:

“El Tao auténtico implica solo espíritu y vitalidad. El cultivo de la vitalidad es negativo (yinn), y el del espíritu positivo (yang). Cuando lo negativo y lo positivo se funden en la unidad, esta última genera el espíritu positivo, que se puede manifestar en forma corporal, visible para los demás” (182).

"Creación del espíritu positivo quiere decir la apertura de la puerta celestial, miao men, en lo alto de la cabeza (...)

La disciplina debe continuar, sea cual sea su duración, hasta que los cuatro elementos que constituyen el cuerpo se DISPERSEN y el espacio se DESINTEGRE sin dejar rastro tras de sí; ésta es la áurea fase inmortal del diamante-cuerpo indestructible” (183).

Pensamos que esta concepción del cuerpo espiritual está implícita en toda obra alquímica, incluso en las más antiguas. Para que no quede lugar a dudas sobre ello expondremos a consideración de un trozo de la obra hermética La Llave, atribuida a Hermes Trismegisto y considerada un resumen de sus enseñanzas en la Grecia antigua. Leamos:

" El alma del hombre es llevada en un vehículo de la forma siguiente: El intelecto está en la razón discursiva, la razón en el alma, el alma en el soplo; el soplo, en fin, pasando a través de las venas, las arterias y la sangre, pone en movimiento al ser vivo, y se puede decir en alguna medida que lo lleva (...) Una vez el alma ha subido hacia su verdadero yo, el soplo se repliega o contrae en la sangre, el alma en el soplo, y el intelecto, después de haberse purificado de sus envolturas o vestiduras, ya que es divino por naturaleza y después de haber recibido un cuerpo de fuego, recorre todo el espacio (...) Así pues, cuando el intelecto se ha separado del cuerpo de tierra, se viste inmediatamente la túnica que le es propia, la túnica de fuego, que no podía conservar al venir a establecerse en el cuerpo de tierra... El intelecto, pues, al ser el más penetrante de los conceptos divinos, posee también como cuerpo el más penetrante de todos los elementos, el fuego” (184).

Ahora comparemos la anterior exposición con lo que Fulcanelli nos dice en Las Moradas Filosofales:

“Es evidente que el filósofo, habiendo alcanzado el resultado tangible de la labor hermética, no ignora ya cuál es el poder, la preponderancia del espíritu ni la acción en verdad prodigiosa que ejerce sobre la sustancia inerte. Fuerza, voluntad e incluso ciencia pertenecen al espíritu. La vida es la consecuencia de su actividad. El movimiento, la evolución y el progreso son sus resultados. Y puesto que todo procede de él y que todo se engendra y descubre por él, es razonable creer que, en definitiva, todo debe regresar a él necesariamente (...) Lo que está abajo es como lo que está arriba, ha dicho Hermes, y por el estudio perseverante de todo cuanto nos es accesible podemos elevar nuestra inteligencia hasta la comprensión de lo inaccesible. Tal es la idea naciente, en el ideal del filósofo, de la fusión del espíritu humano y del espíritu divino, del regreso de la criatura al Creador, al hogar ardiente, único y puro del que, por orden de Dios, debió escapar la chispa mártir, laboriosa e inmortal, para asociarse a la materia vil, hasta la completa consumación de su periplo terrestre” (185).

La Alquimia es un arte hermético. Como tal, sus principios, procesos y objetivos son los mismos que los propugnados por la Filosofía Hermética, nacida en Egipto o llegada allí, según algunas tradiciones, desde el continente polar de Hiperbórea.

Sin embargo, Asclepios, Poimandres y La Llave, obras atribuidas a Hermes (el Thot egipcio) y famosas ya desde los tiempos de la Grecia clásica, exponen con transparencia la tesis de la Unidad Universal y la división septenaria del hombre y del cosmos, coincidiendo en ello con las doctrinas de extremo oriente y creando, así, un puente filosófico entre las alquimias occidental y oriental. Si hemos sido ciegos, es porque no hemos querido ver. Friedrich Von Licht