El Hilo de Ariadne...

viernes, 9 de abril de 2010

 




"Aquel que sepa con exactitud lo que desea obtener, hallará más fácilmente lo que necesita”

Consejo nada despreciable, pues teniendo clara la meta sabremos hacía donde dirigir nuestros esfuerzos.

Para la interpretación del símbolo, evitaremos analizarlo aislado de su contexto, es decir, de los otros símbolos que lo acompañan y que afirman su significado:

"Si se precisa el símbolo, limitado a su función positiva, normal y definida, y si se individualiza hasta el punto de excluir toda idea conexa o relativa, se lo despoja de este doble sentido, de la expresión secundaria que constituye precisamente su valor didáctico y le da su alcance esencial” (22).

Todo símbolo es una señal polivalente, con varios modos de interpretación y aplicación.

Para simplificar nuestro trabajo (y no olvidar que la simplicidad es una de las virtudes del alquimista) haremos nuestra aproximación al símbolo según su significado etimológico, morfológico (por su forma) y funcional.

Rara vez encontraremos los tres significados en un solo símbolo. Por regla general para que dos de ellos se complementen se sacrificará al tercero. Pero vayamos por partes.

El significado etimológico atañe a la palabra o nombre con que es designado el símbolo. Es este nombre quien nos indica la esencia del mismo. Esta forma simbólica de expresión está muy extendida en los escritos alquímicos. Su gran ventaja estriba en el manejo de las palabras en diferentes idiomas, con lo cual se pueden crear nombres, hechos y descripciones imaginarios que muestran veladamente el proceso alquímico. La mitología griega es un buen ejemplo de ella.

Su desventaja radica en que el lector no posea el conocimiento idiomático necesario para dar con las claves requeridas con lo cual todo el mensaje quedaría perdido u olvidado, hasta que alguien más capacitado recuperase el sendero. Veamos un ejemplo que nos da el propio Fulcanelli:

"Se dice Cristóbal en vez de Crisofo: que lleva el oro (en griego, Crisóforos). Partiendo de esto, comprendemos mejor la gran importancia del símbolo tan elocuente de san Cristóbal. Es el jeroglífico del azufre solar (Jesús) o del oro naciente...” (23).

Algo similar ocurre con los nombres de algunos Adeptos, los cuales demuestran su conocimiento en la lengua sagrada y nos indican la orientación de la obra que tenemos ante nosotros. Así, podemos nombrar a un "Khalid", maestro árabe cuyo nombre del latín, calidus, ardiente, nos indica la presencia del fuego sacro. "Basilio Valentín", del griego, basileos, rey, y del latín, valeus, poderoso. "Ireneo Filaleteo" cuyo nombre compuesto de tres palabras griegas significa: Pacífico Amigo de la Verdad (24). Y sin ir más lejos tenemos a "Fulcanelli”, de Fulcan-Elli, Vulcan-Eli, Vulcano-Elías, es decir, Hefestos y Helios, las divinidades griegas del Fuego Interior y del Sol.

La Salamandra, que en la magia es el nombre que se le aplica a las entidades o espíritus elementales del fuego, en alquimia significa: sal de roca o sal solitaria, del latín sal y mandra, palabra esta última que quiere decir cavidad de roca, eremitorio o soledad. Para el alquimista es el jeroglífico del Fuego Secreto de los sabios (25).

La Serpiente que devora su cola, el Ouroboros de los filósofos griegos, con el cual han traducido la unión del fijo y del volátil, del cuerpo y del espíritu, viene de oura, cola y boros, devorador (26).

Dentro del uso de las palabras, los adeptos han utilizado una variante, la cual consiste en asignar a cada letra de un nombre un sustantivo o adjetivo, con lo cual vendrían a constituirse frases o mensajes ocultos dentro del mismo término. Algunas de las más conocidas son INRI, Igne Natura Renovatur Integra, el fuego de la naturaleza lo renueva todo (27); y VITRIOL, Visita Interiora Terram Rectificando Invenies Occultum Lapidem, visita el interior de la tierra rectificando hallarás la piedra oculta (28).

Es necesario aclarar que los alquimistas no eran blasfemos. No intentaban alterar el mito dentro del cual infiltraban su enseñanza, sino que usaban la imagen religiosa, popularmente extendida, para plasmar sus conocimientos. Para ellos Cristo no era el Hijo de Dios, sino la Piedra Filosofal; la Virgen María no era la madre de Jesús, sino la Materia Prima sobre la cual hacían sus manipulaciones y de la cual nacía la Piedra Solar, o sea Cristo.

Ya hemos mencionado que esta costumbre no solo fue utilizada con el cristianismo, sino prácticamente con todas las religiones, filosofías, ciencias, oficios y artes que estuvieron al alcance de los imaginativos hijos de la Gran Obra. Un caso similar veremos al final de este trabajo, en donde bajo un anexo expondremos la obra del alquimista contemporáneo Ambrosius Graal, que utiliza el mito ofita de Lucifer para mostrar el proceso de la obra alquímica.

Finalmente, para acabar con esta explicación del significado etimológico, nos gustaría dar un ejemplo de las implicaciones y variantes que esta técnica encierra.

Cuando los alquimistas usan el término "metal", o "metálico", ¿a qué se refieren? ¿Dé qué están hablando? Alguno pensará que señalan los cuerpos minerales que se definen bajo este término y cuyas propiedades características son comúnmente conocidas. Sin embargo, desde el más estricto sentido etimológico "metálico" es todo aquel cuerpo o substancia capaz de alterarse, transformarse, convertirse o cambiarse a un estado líquido o diluido. Es similar al término "metamorfosis", que indica cambio o alteración de la forma.

Bajo este aspecto el término "metal" ve ampliado su significado. Pero aun no ha sido dicho todo. El prefijo "meta", constitutivo de la palabra metal o metálico, puede ser relacionado con la divinidad andrógina Meté, de los ofitas, quien figuraba como la Natura Naturante o Natura Germinans según nos indica el maestro Fulcanelli en sus Moradas Filosófales (29) y que se emparentaba con la diosa griega Metis, la Prudencia.

Se sabe que estos Adoradores de la Serpiente realizaban un rito llamado "bautismo de Meté", el cual se llevaba a cabo por intermedio del espíritu o el fuego. Entonces, "metálico", podría venir a significar desde esta nueva perspectiva, algo así como "fuego líquido de 1a Naturaleza" o “espíritu fluídico de la Naturaleza”. Finalmente, podríamos asociar el término “líquido” con el griego “liké”, luz, con lo cual “metálico” significaría: transformable en luz o más allá de la luz.

Todas estas conjeturas vienen a ampliar el sentido de los términos y nos ayudan a ver con otros ojos el uso de las palabras y su significación en los textos.

Analizaremos ahora la interpretación morfológica del símbolo, es decir, según su forma aparente o conceptual. Vamos a dar algunos ejemplos tomados de El Misterio De Las Catedrales y, luego, los estudiaremos:

Pero, antes de ser tallada para servir de base a la obra de arte gótica, y también a la obra de arte filosófica, dábase a menudo a la piedra bruta, impura, material y grosera, la imagen del diablo (…) Ahora bien, esta figura, destinada a representar la materia inicial de la Obra, humanizada bajo el aspecto de Lucifer (portador de la luz, la estrella de la mañana), era el símbolo de nuestra piedra angular, la piedra del rincón, la piedra maestra del rinconcito” (30).

Vemos aquí que la materia prima de la Obra recibe la imagen del diablo y de la piedra angular. La piedra angular era la piedra base sobre la cual se sustentaba y proyectaba todo el edificio gótico, por tanto, nuestra materia prima se identifica con ella por ser la base sobre la cual se realiza toda la manipulación alquímica. Sin embargo, también es el diablo, primero de los ángeles caídos, espíritu sumergido en la caótica materialidad que ha perdido su aspecto divino, pero que a pesar de ello conserva dentro de si la chispa necesaria para purgar su pobre situación. Es Lucifer, el portador de la luz y del fuego, Prometeo encadenado a la espera del Hércules alquímico que lo libere de su prisión.

Pero si estas representaciones de la materia prima nos parecen algo demoniacas, podemos elegir otras más piadosas:

"(...) La catedral se nos presenta fundada en la ciencia alquímica, investigadora de las transformaciones de la sustancia original, de la Materia elemental (latín materea; raíz, mater, madre). Pues la Virgen-Madre, despojada de su velo simbólico, no es más que la personificación de la sustancia primitiva que empleó, para realizar sus designios, el Principio creador de todo lo que existe (...) María, Virgen y Madre, representa, pues, la forma; Elías, el sol, Dios Padre, es emblema del espíritu vital. De la unión de estos dos principios resulta la materia viva, sometida a las vicisitudes de las leyes de mutación y de continuidad. Y surge entonces Jesús, el espíritu encarnado, el fuego que toma cuerpo en las cosas...” (31).

Asombroso realmente el simbolismo alquímico. Atreverse a comparar a la Virgen Madre, la materia elemental, con nuestra materia prima, la cual a su vez tiene por símbolo a Satán. Y decir que Jesús es la materia viva, "el espíritu encarnado, el fuego que toma cuerpo en las cosas", con lo que se indica que los cuerpos de las cosas son los portadores del fuego y de la luz, como lo es Lucifer (“luci-ferre”, el portador de la luz), la estrella resplandeciente de la mañana, el serafín rey que se rebeló contra Yhavhé.

En realidad al alquimista no le importa hacer sinónimos a Cristo y Lucifer. Para él el mito, la teología y la propia naturaleza son sustancias maleables, idóneas para la expresión de sus conocimientos. Así vemos que a las anteriores descripciones de la materia prima se suman otras no tan religiosas. Se le llama "nuestra piedra negra, cubierta de andrajos e impurezas" (32), por sus características oscuras y caóticas; o le comparan a un libro, tanto abierto como cerrado (33), por estar formada de diferentes capas, planos o niveles similares a las hojas de un libro.

Otro ejemplo del simbolismo gráfico lo tenemos en el uso específico de ciertas letras como la S, la G, la H o la X:

“Así está el gran símbolo de la luz manifestada que se indica por la letra griega X...

... La cruz de San Andrés, que tiene la forma de nuestra X, es el jeroglífico, reducido a su más simple expresión, de las radiaciones luminosas y divergentes emanadas de un hogar único...

... La X griega y nuestra X representan la escritura de la luz por 1a luz misma, la señal de su paso, la manifestación de su movimiento y la afirmación de su realidad” (34).

Caso similar tenemos con los números o sus formas gráficas. El número "8" se convierte en jeroglífico del infinito o de la eternidad, del ciclo solar con sus solsticios y equinoccios, o de la rueda lunar con sus crecientes y menguantes. E1 número "9" es el grafismo del espíritu solar, "O", sobre el alma lunar, ")", y su inversión, el número "6", el predominio del alma lunar sobre el espíritu solar. La relación armónica de ambos, el número "69", tiene la misma significación que el Ouróboros griego o el círculo Yinn-Yang del taoísmo chino.

Lo mismo sucede con los signos astrológicos, en donde vemos que el sol es el jeroglífico del fuego secreto o semilla encerrada en la materia (mercurial), la luna, la imagen de la materia nutricia receptiva y el mercurio, tanto planeta como metal, es el símbolo del espíritu solar que comparte las características del alma lunar y del cuerpo elemental. Y así pasará con el resto de los signos planetarios y zodiacales, pues cuando un alquimista habla de Aries, Tauro o Piscis, no hace referencia a su significado astrológico, sino a su simbolismo dentro del proceso de la Gran Obra. No se debe olvidar, jamás, que la alquimia hace uso metafórico de las imágenes de otras disciplinas filosóficas dándole un significado muy propio, lo que ha traído no pocas confusiones.

Finalmente, estudiaremos el significado del símbolo según su función. Es este, tal vez, el sistema más natural de uso del simbolismo y también el más universal, pues permite deducir su significado a través de la observación y su consecuente relación. Los ejemplos más patentes serían el gallo y el cinocéfalo, simio parecido al mandril y muy común en el antiguo Egipto, quien, junto con el gallo, representan al mercurio alquímico por la simple razón de anunciar la salida del sol con sus gritos y cantos al amanecer. Así como Mercurio, en la mitología griega, era el mensajero encargado de avisar a Aurora, la de los dedos rosados, que abriera las puertas del Cielo para dejar pasar el carruaje del sol; así, el mercurio filosófico, es el intermediario o mensajero a través del cual se realiza toda la Obra Solar alquímica. Por ello, por simple extensión y asociación de ideas, tanto el gallo como el cinocéfalo pasaron a ser emblemas de Hermes.

Fenómeno parecido acontece con el Espíritu Universal de los alquimistas, el cual recibe el nombre de Rocío de Mayo, pues así como el rocío primaveral nutre e hidrata a la vegetación naciente, así el espíritu alimenta y anima el cuerpo fijo del Oro (35).

El búho, la lechuza, el murciélago y el chacal, por sus hábitos nocturnos, pasaron, a su vez, a ser jeroglíficos de la vigilancia y de la atención, pues se pensaba que no dormían y que estaban siempre alertas.

Por regla general todas las aves o criaturas aladas representaron el principio volátil del rebis y los cuadrúpedos terrestres, león, toro, zorra, etc., el principio fijo o coagulado:

" El dragón celeste, al que representan alado, caracteriza el cuerpo volátil, mientras que el dragón terrestre, áptero, designa el cuerpo fijo” (36).

Como ya lo habíamos advertido, la mayoría de los símbolos poseen o se les puede dar un significado plurivalente, según su nombre, forma o función natural. Lo realmente importante es acercarse a él libre de prejuicios o conocimientos preconcebidos, con la mente abierta, para poder así recibir su mensaje, el cual no es siempre el que creemos conocer. El maestro Fulcanelli nos da un buen ejemplo:

“Al reino de Mercurio (Hermes, base, fundamento), primer estadio de la Obra, sucede el de Saturno (Kronos, el anciano, el loco). A continuación, gobierna Júpiter (Zeus, unión, matrimonio) y, luego, Diana (Artemis, entero, completo) o la Luna, cuya vestidura brillante tan pronto está tejida con cabellos blancos como hecha de cristales de nieve. Venus (Afrodita, belleza, gracia), inclinada al verde, hereda entonces el trono, pero pronto la arroja Marte (Ares, adaptado, fijo), y este príncipe belicoso de atavío teñido en sangre coagulada es, a su vez, derrotado por Apolo (Apollon, el triunfador), el Sol del Magisterio, emperador vestido de brillante escarlata, que establece definitivamente su soberanía y su poder sobre las ruinas de sus predecesores” (37).

En esta descripción de los reinos o etapas de la Obra, que comúnmente se describen alegóricamente por los colores de la misma, Fulcanelli nos ha dado una mano al poner entre paréntesis el nombre griego y su etimología, con lo cual el texto ha ganado en claridad y comprensión. Así vemos que la Obra se desplaza en un sentido lineal ascendente: Hermes, Kronos, Zeus, Artemisa, Afrodita, Ares y Apolo. Los nombres planetarios serían: Mercurio, Saturno, Júpiter, Luna, Venus, Marte y el Sol; los cuales, transformados en sus correspondientes metales nos daría: azogue, plomo, estaño, plata, cobre, hierro y oro. Finalmente, si quisiéramos relacionar lo anterior con los colores, deberíamos asignar a Saturno la obra en negro, a Diana la obra en Blanco y a Apolo la obra al Rojo.

Sin embargo, con sus observaciones etimológicas, Fulcanelli nos señala los pasos y situaciones que el alquimista irá viviendo a medida que el Magisterio se realiza, más que los cambios físicos en la coloración de la materia.

Hermes, simboliza la base o fundamento, es decir, el inicio de la Gran Obra, la cual parte con la identificación de la Materia Prima y la mezcla de los principios fijo y volátil. Kronos, simboliza al anciano y al loco, esto es, la Disolución, la corrupción, la oscuridad, la muerte y el caos, proceso de transformación de las materias involucradas y primera señal de que todo va por buen camino; es el cuervo de los adeptos. Zeus, es la unión y el matrimonio, es decir, la armonía, 1a existencia pacífica de los dos Principios (fijo y volátil) que ahora son capaces de convivir entre sí en perfecto equilibrio. Artemisa, simboliza lo entero y completo, la unidad del azufre y el mercurio formando ahora un solo cuerpo y una sola sustancia, que se manifiesta al alquimista a través del color Blanco o estrella de los sabios. Afrodita, símbolo de la belleza y la gracia, es todo lo bueno, agradable y bendito, pues después de la aparición del Blanco lo único que le resta al adepto es mantener el fuego para llevar la Obra a buen fin. Ares, simbolizando lo adaptado y fijo, es la sustancia coagulada e incapaz de sufrir cambio o alteración. Finalmente, Apolo, jeroglífico del triunfador y del triunfo, es el Magisterio acabado, la substancia completamente madura y plenamente llena de todo su poder: la Piedra Filosofal. Más adelante volveremos sobre estos símbolos paganos, verdaderamente claros en el significado que encierran, pues los siete dioses, los siete planetas y los siete metales, más que elementos materiales debemos considerarlos como etapas o peldaños en la consecución de la Gran Obra.

" La paciencia es la escala de los Filósofos y la humildad es la puerta de su jardín” (38).

Paciencia y humildad necesarias para desentrañar los misterios de la alquimia y de su enseñanza encubierta bajo el espeso velo de los símbolos, los cuales adoptan los más variados significados según la particular individualidad del adepto que los utiliza. Por ello a veces vemos una operación, materia o cuerpo que es designada con diversos nombres y, en otras, vemos un mismo nombre o símbolo para referirse a sustancias o procesos diferentes entre sí.

Entonces, ¿cuál es el hilo de Ariadne que nos sacará con éxito del laberinto de la simbología? El pensamiento sencillo y natural, según nos indica el propio Fulcanelli:

" Debe buscarse la verdad con simplicidad, se la encontrará en la Naturaleza” (39).

Y nos plantea, además, el camino a seguir:

"(...) El principio del método analógico, único medio y solo recurso de que dispone el hermetista para la resolución de los secretos naturales” (40).

Como es arriba es abajo, como es afuera es adentro, como es en el macrocosmos así es en el microcosmos. Máxima primordial del hermetismo y llave maestra para descifrar los enigmas naturales:

“Nosotros no inventamos nada, no creamos nada. Todo está en todo. Nuestro microcosmos no es más que una partícula ínfima, animada, pensante, más o menos imperfecta, del macrocosmos” (41)

"Reflexionad, apelad a la analogía y, sobre todo, no os aparteís jamás de la sencillez natural (…) Seguid, pues, el orden de la Naturaleza y obedecedla con la mayor fidelidad que os sea posible” (42).

Pues fue a través de este Camino Natural que los alquimistas del pasado descifraron los símbolos de los viejos textos, y así fue como descubrieron, también, el símbolo más antiguo y grande de todos: la Vida misma.

Pero si el Secreto de la Vida se nos pasa desapercibido, es principalmente, por nuestra pérdida de contacto con lo natural:

" Mas he aquí que la primera y verdadera causa por la que la Naturaleza ha escondido este palacio abierto y real a tantos filósofos, incluso a los provistos de un espíritu muy sutil, es porque, apartándose desde su juventud del camino simple de la Naturaleza por conclusiones de lógica y de metafísica, y engañados por las ilusiones de los mejores libros, se imaginan y juran que este arte es más profundo, más difícil de conocer que ninguna metafísica, aunque la Naturaleza ingenua, en este camino como en todos los otros, camina con paso recto y muy simple”(43).

La Naturaleza ingenua camina con paso recto y muy simple. Palabras pletóricas de significado para el alquimista despierto, pues le enseñan que aunque no conozca el significado etimológico de los nombres, o el simbolismo arcaico de los mitos y teologías, siempre la observación de la Naturaleza, tal como esta es, le revelará el secreto.

Nos asombra la insistencia que Fulcanelli pone en sus textos acerca de la simplicidad natural y su importancia en la Gran Obra. No nos atreveríamos a pasar al siguiente capítulo sin repasar algunas de sus valiosas observaciones. Sabemos que los Amantes del Arte lo apreciarán en su justa medida:

“Y es con el fin de apartar al aprendiz del camino del error por lo que los autores antiguos le enseñan a seguir siempre la Naturaleza. Porque la Naturaleza no actúa más que en la especie que le es propia, no se desarrolla ni se perfecciona sino en sí misma y por ella misma, sin que ninguna cosa heterogénea venga a estorbar su marcha o a contrariar el efecto de su poder generador”(44).

"Guardémonos de llevar demasiado lejos la lógica humana, tan a menudo contraria a la simplicidad natural (…) No os fiéis, pues, de hacer intervenir en vuestras observaciones aquello que creéis conocer, pues os veríais llevados a comprobar que más hubiera valido no haber aprendido nada antes que tener que desaprenderlo todo”(45).

“Sobre todo, que desconfíen de los procedimientos, sofísticos, fórmulas caprichosas para uso de los ignorantes o los ávidos. Que interroguen la Naturaleza, observen la forma en que opera, sepan discernir cuáles son sus medios y se ingenien para imitarla de cerca. Si no se dejan desanimar y no ceden lo más mínimo a los errores, extendidos profusamente incluso en los mejores libros, sin duda acabarán por ver el éxito coronar sus esfuerzos” (46).

La Naturaleza no abre indistintamente a todos la puerta del santuario, nos dice Fulcanelli, nadie puede aspirar a la posesión del gran secreto, si no armoniza su existencia al diapasón de las investigaciones emprendidas. No basta con ser estudioso, activo y perseverante, si se carece de un principio sólido y de base concreta, si el entusiasmo inmoderado ciega la razón, si e1 orgullo tiraniza el buen criterio, si la avidez se desarrolla bajo el brillo intenso del oro, el secreto huirá de nuestra presencia y todos nuestros afanes serán infructuosos.

La ciencia hermética requiere mucha precisión, exactitud y perspicacia en la observación de los hechos; un espíritu sano, lógico y ponderado; una imaginación viva sin exaltación; un corazón ardiente y puro. Exige, además, una gran sencillez y una indiferencia absoluta frente a teorías, sistemas e hipótesis que, fiando en los libros o en la reputación de sus autores, suelen aceptarse sin comprobación.

Quiere que sus aspirantes aprendan a pensar más con el propio cerebro y menos con el ajeno. Les pide, en fin, que busquen la verdad de sus principios, el conocimiento de su doctrina y la práctica de sus trabajos en la Naturaleza, nuestra madre común.

Friedrich Von Licht.