Historias...

domingo, 15 de agosto de 2010

 


Hace muchos, muchos años, vivía en cierto país, un joven y famoso pintor. Una vez decidió crear un retrato realmente grandioso, un retrato en vivo lleno de la alegría de Dios, con un par de ojos que irradiasen paz eterna. Emprendió la búsqueda de una persona cuyo retrato reflejase la luz eterna, etérea. Recorrió pueblo ... tras pueblo y una selva tras otra en busca de esa persona. Finalmente halló un pastor cuyos ojos brillaban, cuyo rostro y aspecto daban la vaga sensación de que provenía de una morada celestial. Bastaba echarle una mirada para convencerse de que Dios también se halla presente en el hombre. El artista pintó un retrato de este hombre. Millones de copias del retrato se vendieron por todas partes. La gente se sentía agradecida por poder colgar el retrato en sus paredes. Luego de un intervalo de veinte años, cuando el artista había envejecido, pensó en hacer otra obra maestra. Había experimentado que la vida no es sólo bondad; también Satanás mora en el hombre. La idea de pintar un cuadro de Satanás le perseguía, pues sólotendría un hombre completo si tenía las dos pinturas, complementándose la una a la otra. Había realizado una pintura de la cualidad divina; ahora deseaba retratar a la encarnación del mal. Deseaba hallar a un hombre que no fuese un hombre, sino un demonio. Recorrió templos del vicio, bares y manicomios. El sujeto debía estar lleno de los fuegos del infierno; su rostro debía mostrar todo lo que es malo, feo y sádico. Debía ser un símbolo del pecado... Después de prolongada búsqueda, el artista encontró a un prisionero en una cárcel. El hombre había cometido siete asesinatos, y por eso se le había sentenciado a ser ahorcado en pocos días. El infierno era obvio en sus ojos; irradiaban odio. Su rostro era el más desagradable que pudieras encontrar. El artista comenzó a retratarlo. Al terminar, trajo su pintura anterior y colocó una pintura al lado de la otra para apreciar el contraste. Desde el punto de vista artístico, era muy difícil decidir cuál era la mejor. Las dos eran maravillosas. Permaneció de pie, mirando los dos cuadros. Y entonces oyó un sollozo. Volteó la cabeza y vio al prisionero encadenado y llorando.El pintor se quedó perplejo. Preguntó: «Amigo mío, ¿por qué lloras? ¿En qué forma te perturban estas pinturas?» El prisionero respondió: «He intentado ocultar la verdad durante todos estos días, pero hoy me he visto vencido. Tú quizás no sabes que la primera pintura también es mi retrato. Ambos son retratos míos. Yo soy el mismo pastor que encontraste hace veinte años en las montañas. Lloro por mi caída en los últimos veinte años, del cielo al infierno, de Dios a Satanás...

Reflexión: No sé cuán cierta pueda ser esta historia. Sin embargo, una cosa es segura: la vida del hombre tiene dos lados opuestos, dos pinturas. En
cada hombre están presentes tanto Satanás como Dios. En cada hombre existen tanto la posibilidad del c ...ielo como la del infierno. En el hombre puede crecer un ramo de hermosas rosas; también en el hombre puede acumularse un montón de barro. Todos los hombres están balanceándose entre estos dos polos. El hombre puede llegar a cualquiera de estos dos extremos. La mayoría de las personas se in-clinan hacia lo infernal. Son escasos los afortunados que aspiran a lo espiritual, que permiten que la cualidad divina crezca en ellos. ¿Po-demos lograr transformar nuestra vida en un templo de Dios? ¿Podemos acaso transformarnos en una pintura que deje en evidencia a Dios? ¿Cómo es posible esto?¿Cómo puede el hombre transformarse en el reflejo de Dios? ¿Es acaso posible conver-tir la vida del hombre en un paraíso, en una fragancia, en una belleza, en una armonía? ¿Es posible para un hombre conocer aquello que es inmortal? ¿Cómo puede el hombre entrar en el templo de Dios?

En este contexto, los hechos de la vida evidencian un avance en la dirección opuesta. En la niñez nos encontramos en el paraíso; pero, a medida que envejecemos, terminamos en el infierno. El mundo de la niñez está lleno de inocencia y pureza. Luego, avanzamos poco a poco en un camino lleno de mentiras y perfidia, y para cuando somos ancianos, somos viejos no sólo en cuanto al cuerpo, sino que también nuestras almas han envejecido. No es sólo el cuerpo el que se debilita y se vuelve enfermizo, sino que el alma también llega a un estado de ruina... Damos este cambio por sentado, como un hecho consumado, damos por finalizado el asunto y también nosotros mismos nos damos por acabados...